jueves, 12 de febrero de 2015

Arba y otros cuentos



Autor> Alfredo Ballester Parra
Arba
En Etiopía hay dos lugares más, con el mismo nombre: Arba Minch, Arba Rift y este donde estábamos Arba Reketi, bajo los montes Ahmar. Era un lugar construido por los italianos, con algunas bonitas y cómodas casitas de mampostería, varias naves de almacenes; el lugar era bastante grande, cerca de un río y hasta con una polvorienta pista de aterrizaje. Al frente de la entrada al campamento existía un poblado con 30 ó 40 construcciones sencillas, que eran pequeños bares con prostitutas de casi todos los grupos étnicos que pueblan el país etíope, en su gran mayoría jóvenes y muchas bonitas, sólo no las habían del grupo que vivía en la zona, los Afar, donde la mujer lo tiene prohibido bajo pena de muerte por los mismos miembros de la tribu. Entre ellos existen códigos severos: cuando una mujer ejerce la prostitución (charmuta), los hombres (guerreros) la matan y la entierran a escondidas; por lo regular solo lo saben ellos y todo el mundo respeta esta ley, las autoridades no se enteran.
El pueblo Afar vive en condiciones muy antiguas y nunca ha sido sometido. Usan como ropa paños de algodón claro envuelto en forma de falda, un grueso cinto en forma de cartuchera, brazaletes de metal y un zarape, vestimenta práctica porque con esta ropa se abrigan o desabrigan. A los varones los circuncidan, además practican la ablación del clítoris de las niñas entre los 4 y 12 años, las mutilan sexualmente en aras de la tradición, va desde una leve intervención en que se le quita el prepucio del clítoris o la variante más agresiva en la que se le abren los labios con un corte y se le extirpan todo el glande o botón del clítoris, más el tallo que los une a los labios internos, luego estos se cosen para tapar el hueco, la idea es quitarle cualquier posibilidad de placer.
Un hombre tiene varias mujeres, esto es común en el mundo Islámico, el Corán permite al hombre tener hasta cuatro esposas, aunque dicen: ”Si temes no poder hacer justicia entre tus esposas, entonces cásate con una sola’’. Para el hombre es la forma más segura de tener un gran número de hijos, símbolo de prestigio. El marido debe ser hábil a la hora de relacionarse con ellas y tratarlas de forma equitativa, en ellas recae todo el trabajo físico además, comparten entre todas las tareas y crianza de los hijos. El hombre tiene la obligación de la custodia y la defensa del pequeño clan, las ventas, trueques y la atención al rebaño junto con los hijos. Cerca estaba el poblado de Awas, un pobladito donde una mujer de 40 a 50 años rubia, griega, viuda de un etíope, tenía un motel, además de un bar. No es difícil encontrar yemenitas y armenios. Existe en ese rumbo un pequeño central azucarero construido por los holandeses y un parque nacional, el Awash Biherawi Kili.
Nuestro campamento estaba en una altura dominante donde se podía observar todo el pobladito. Por la mañana salían las mujeres en grupos de 4 ó 5 cogidas de las manos, se alejaban un tanto, se agachaban y, entre risas y chismes, defecaban y se limpiaban con las piedras negras y de otros colores que por millones existen en el lugar. La razón de la existencia de Arba eran los choferes de camiones y rastras que transitan por la carretera que pasa por este lugar hacia el puerto de Aseb (Asaf), ciudad portuaria ahora perteneciente a Eritrea, con praderas de hierbas cespitosas y arbustos espinosos sobre suelos desérticos, a casi todo lo largo del trayecto hacia este viejo puerto, también inmensas llanuras de piedras, solitarios espacios. No se conocen las cercas, solo las que protegen a las casas contra los depredadores.
Muy cerca del río Awash, antes de llegar a Logia, en estas inmensas praderas, se pueden encontrar jirafas, leopardos, leones, antílopes, linces y alrededor del campamento pululan los chacales, hienas, varias especies de monos, una gran variedad de aves y, sobre todo, los buitres. Este lugar era el campamento de la 4ta. Brigada Motorizada Cubana en este país y parte de los servicios del frente.
La guerra no había terminado todavía, lo que nos obligaba diariamente a tomar las medidas de disposición combativa, mantenimiento de la técnica y a estar listos para salir al frente de combate en cualquier momento, no por esto dejábamos de observar a este pueblo que nos llamó poderosamente la atención.
El afars es un pueblo de pastores nómadas, con una cultura primitiva, que vive principalmente de las cabras y los camellos, habita en estas regiones desérticas o semidesérticas, en parajes donde la temperatura es alta (36 a 51)° C y el calor muy fuerte, apenas mitigado por el rocío de la noche y cuyo suelo carece de sombra. La supervivencia del hombre allí es sumamente difícil. Hablan una lengua Cusita, relacionada con el somalí, el paisaje es impresionante, casi lunar, da la sensación de tierras milenarias muertas. La altura en comparación con las zonas de otros grupos no es alta (900 a 1000 metros sobre el nivel del mar). No todos los desiertos consisten en ininterrumpidas regiones de arenas, los hay de piedras y aún de rocas aflorantes, en este caso, por la existencia de los ríos y la intensidad de las lluvias, se puede mantener una población más o menos numerosa y gran abundancia de vida animal.
La vegetación existente desde Awash, Dire-Dawa, Dewele, Nerza-Fátima y Baty (toda esta zona en el desierto de Dankali) es una especie de marabú o arbusto espinoso, erizado y nudoso, muy resistente al viento, de un desabrido color verde, una especie de cactus, también euforbias, así como el atyia y el dukue, que son dos gramíneas especiales del país.
Existe una variedad de plantas, entre ellas una comestible que se conoce por ensete, parecida a la palmera; un arbusto, el indot, que molido y reducido a pasta se utilizaba como jabón; el kokonal, árbol típico del país cuyas ramas sin hojas se asemejan a un candelabro; la acacia, cuyos troncos crecen verticalmente para evitar la evaporación de la humedad; el baobab, pariente de nuestra ceiba, y variedades de hierbas que mueren durante las épocas calurosas pero reaparecen rápidamente con las lluvias.
Se observan ríos y arroyuelos muy caudalosos que corren hacia el fondo de grandes precipicios formados por la erosión de las aguas, que se precipitan cargadas de un fango rojo desprendido por la fuerza de la corriente de sus lechos y márgenes. La región es agreste, salvaje, con un sol abrasador. Como hemos dicho hay millares de pequeñas piedras redondas y lisas, negras, blancas y pardas, áreas de una gravilla azulosa natural que da la impresión de haber sido elaborada por el hombre. Sólo existen árboles grandes a la orilla de los ríos, donde crecen casi todas las formas de la vegetación africana.
 Antes de llegar a Arba, (zona de Awash, provincia de Shoa) después de Nazaret, encontramos una región volcánica cubierta de lavas con varios conos ya extinguidos, donde cada volcán presenta varios cráteres secundarios, además, grandes depósitos de rocas y lavas con abundante vegetación y aguas. En esta zona también hay varios lagos de aguas termales, y otros  de aguas dulces y oscuras, con una gran cantidad de patos, pelícanos, flamencos, y peces de color negruzco, entre los que se distingue uno grande que tiene la forma de mafo o cocha (teleósteos), de carne muy apreciada por los nativos. Algunos de estos lagos fueron la boca de volcanes en épocas prehistóricas.
 Aquí se encuentra un cráter de quince kilómetros de diámetro del ya extinguido Fantale, también dentro del desierto de Dankali se encuentra el volcán activo Rta Ale, o sea, Monte del Humo. En la zona de Awash existe el río que lleva este mismo nombre, partiendo de la carretera de Aseeb (Assab), en Tendao, se adentra hasta Jibuti (antigua Somalia francesa) donde se une en la frontera con el lago Abbe. Los afars viven a todo lo largo de este importante río, cuya extensión es de mil doscientos kilómetros; no utilizan embarcaciones, no han pensado construir ni una canoa, ni un puente. Los ríos no son navegables por ser de corrientes muy fuertes por la configuración misma de los valles, por sus frecuentes cascadas y su escasa profundidad para embarcaciones medianas. Tampoco poseen artes de pesca, aunque según información, los que viven cerca del Mar Rojo pescan desde tiempos inmemoriales. Ellos no están exentos de problemas pasionales y a veces ocurren asesinatos, con frecuencia todo queda entre ellos. Es aborrecido el incesto y la infidelidad de la mujer. Se someten ellos mismos cuando violan sus leyes no escritas, a las que se debe una ciega e indiscutible obediencia. Su sanguinaria costumbre está en relación con su modo de existencia. No castigan los crímenes por medios públicos, únicamente los parientes de la persona asesinada pueden tratar de vengarse. Algunos actos son considerados como desviaciones de lo normal, que a su vez están consagrados por la costumbre a las tradiciones; así, por ejemplo, cuando algunos niños cohabitaban con los animales, para hacerlo se escondían y cuando nos veían salían corriendo. Antes de caer el sol los hombres se arrodillan con sus rostros hacia el oriente, la Meca, cuna de Mahoma, desde la cual, según la creencia, las oraciones pronunciadas al unísono convergen desde todos los ángulos de la tierra y suben verticalmente hasta los pies de Alá.
Comienzan sus oraciones individualmente, el resto de las personas prosigue normalmente sus faenas, los animales deben de estar dentro de los cercados al abrigo de los depredadores, y las mujeres preparan el único alimento que van a ingerir que por lo regular son platos picantes que se acompañan con ingera (taitah), una tortita agria echa con harina de mijo o maíz o de teff, un cereal autóctono fermentado en agua. La ceremonia consistirá en letanías, hechas con voz implorante, reverencias, cánticos, plegarias, interrumpiendo la oración para intervenir o contestar, regañar, dar órdenes a las mujeres o a los hijos y reanudarlas de nuevo por espacio de una hora. Esto lo realizan día a día, mes a mes, años tras años, hasta la muerte.
Se acuestan al morir el sol y se levantan con el alba. No realizan abluciones al levantarse y la defecación será al aire libre. Los nombres más corrientes son, en los hombres: Mohamet, Numu, Cequia, Majaret; en la mujer: Katiga, Jalita, Matina, Anima, Omimar, Asina, ellas son muy femeninas y andan con los senos descubiertos.
Usan una especie de sandalia hechas por ellos mismos, aunque la gran mayoría anda descalza, que consistente en una suela que sujetan al pie por medio de correas. Amarran y envuelven el dinero en paños que atan a su cuerpo, por lo regular siempre manejan y llevan consigo una buena suma.
En caso de violación de una mujer afar, los guerreros matan al violador, cortan sus órganos genitales y se lo entregan a la violada, que los llevará en su frente colgados durante tres días. Cuando el violador no es capturado, la mujer va al monte y mata un pequeño pajarito que vive allí y lo cuelga en su frente, el mismo tiempo, en sustitución de los genitales. De ocurrir cualquier hecho extraordinario en el territorio de los afar de inmediato se propaga y a los pocos minutos estará en el lugar un buen número de ellos, realmente no supimos de los medios de los que se valen para lograr esto.
Cuando los afars tienen necesidad de cruzar el río Awash lo hacen por los vados ya conocidos, con el agua a la cintura. Este río tiene muchos afluentes, entre otros el Addipua y el Melle, que corren hacia el este y unidos van a desembocar en el río Awash. En épocas de lluvia se sale de su lecho formando verdaderos lagos que se secan rápidamente.
La meseta extendida a lo largo del río es ondulada, interrumpida a momentos por algunas montañas calcinadas por el sol, distantes unas de otras. A partir de Logia la vegetación desaparece casi por entero y la poca que existe es ennegrecida y reseca, como consumida por el fuego; existen grandes desfiladeros y allí, en zonas de piedras vivas azules y negras, viven personas de otros grupos, de quienes se dice que son contrabandistas que mercan a través de la frontera de Jibuti.
Innumerables esqueletos de animales se observan a ambos lados de la carretera. El grosor de la capa vegetal es extraordinario y el manto freático abundante; la tierra, reseca, cambia de color desde el carmelita al rojo vivo; el gaeis, el granito, los esquistos y las lavas alternan con las arenas, las arcillas y los conglomerados en la zona árida; en muchos parajes se encuentran columnatas basálticas transformadas en masas de arcilla rojiza. El rojo es el color dominante en las rocas; aún las vetas de cuarzo están matizadas de rosa por el óxido de hierro.
Esta zona de Awash tiene agua, que, de ser canalizada convenientemente, puede producir frutos a pesar de dar la impresión de ser estas tierras áridas e inhabitables.
LOS NIDOS, VALLE DE LA SAL Y LOS ESPEJISMOS
En esta zona caliente sólo separada por algunos metros se observan unos promontorios de tierra carmelita-amarillo, que son nidos de hormigas blancas, comején o termes reunidos en asombrosa cantidad. Se trata de los termiteros o comejeneras que alcanzan hasta dos metros de altura y que sólo un fuego violento puede destruir. Realmente no son hormigas, pues pertenecen a un orden de insectos muy distinto, afín a la mosca dragón y a la hormiga león (en Etiopía se le conoce con este último nombre). Las paredes son muy duras, lo que permite encaramarse sobre ellas para examinar el terreno y los animales salvajes acostumbran a hacerlo.
En la antigüedad se consideraba a estos insectos como un manjar muy delicado y exquisito. Después de las grandes lluvias salen en grandes legiones y muy pronto los gorriones y otras aves disfrutan de un abundante festín. Estos hormigueros se extienden a cientos de kilómetros, a todo lo largo de la carretera que va para el puerto de Asseb (Assab). Para llegar a este hay que pasar por el valle de la Sal, un lugar majestuoso, impresionante. Gigantescas moles de rocas sólidas, encaramadas en el espacio, surgen de un conjunto de cumbres y picos. No hay rastro de vida en ellas; desde la cima de estas rocas desnudas, antes de comenzar a bajarlo, al mirar hacia su fondo, ciega la blancura, todo es sal y muy brillante; al dirigir la vista hacia el horizonte se observa una infinita llanura, el desierto de Govi, de arena amarilla, que va hasta la frontera del pequeño país de Jibuti (dicen que es la zona de operaciones de un bandido de esa república conocida como Turbante Azul) en esta época del relato.
Para bajar y salir al valle es necesario hacerlo por una carretera que tiene curvas y ángulos, algunos de hasta ciento ochenta grados, a una altura de dos mil a tres mil metros (Montes Mosalli). Es aconsejable que el cruce de este lugar se haga en horas de la madrugada o de la noche, pues el calor en el fondo del valle es a veces insoportable. Antes de entrar en él hay una zona, una inmensa llanura, donde es común ver un gran lago, con abundante vegetación y a medida que uno se va acercando, este va desapareciendo; suelen verse también en la carretera flotar como lagos de azogue que no son más que los comunes espejismos que se sufren en esta zona. En estos lugares las distancias aparentes son muy engañosas.
En ocasiones ocurren accidentes y a menudo se ven vehículos (rastras-tanques) estrellados contra las rocas en lugares de donde es imposible extraerlos. Pequeños promontorios de piedras llaman la atención, se piensa en sepulturas, pero en realidad fueron trincheras que utilizaron los bandidos para hostilizar los vehículos que viajaban hacia el puerto cuando los somalíes invadieron el país.
Al hablar sobre su fauna debe decirse que la zona del valle de Awash es un parque nacional, donde hay un pequeño museo de ciencias naturales, con una exhibición de los animales que allí viven, unos disecados y otros vivos en jaulas (a propósito, un león en su jaula parece enorme, pero visto suelto aumenta de tamaño y a veces se ven en su estado natural).
Casi todo el pueblo, y sobre todo el grupo amara, manifiesta el culto al león como símbolo del país; este animal ha disminuido extraordinariamente y su número es menor que en tiempos pasados. En casi todas las esculturas está simbolizado el león en su poder y majestad de su realeza. Durante el día permanece escondido o acostado sobre una roca; se dice que de día el encuentro con él no es peligroso si el hombre sigue su camino sin detenerse ni hacer movimientos bruscos (se comprende, si el león no está hambriento). El león sale de noche a cazar y cuanto más oscuro sea, más atrevido se vuelve. Pueden verse onzas o guepardos; el guepardo, después del león y el leopardo, es el cazador más fiero, animal manso y fácil de domesticar, tiene gran destreza para atrapar gacelas, liebres y pájaros y su piel es muy vistosa.
El lobo es fuerte y robusto, durante el día permanece escondido y por la noche sale para cometer sus fechorías. Cuando está hambriento se atreve a atacar los rebaños en pleno día y cuando se reúnen en manadas, hambrientos, se convierten en un peligro para el hombre. Todo es bueno para el lobo, hasta los animales pequeños como los ratones. En ocasiones se aventuran y se adentran en los poblados; cuando un lobo cae muerto, el resto de la manada se arroja sobre el caído todavía caliente, y lo devora. Hay, además, leopardos ferocísimos y sanguinarios, pero prudentes, de manera que no son muy peligrosos para el hombre.
En lo alto de un desfiladero existe un motel dotado de cabañas montadas en tráileres y unas cataratas que llevan el nombre del río Awash. En la dirección de Logia existe otro parque que no es más que la prolongación del de Awash. Antes de llegar a este lugar se hallan varias ciénagas con cañas de agua, esto es en la carretera de Assab. Ambos parques tienen varios cientos de kilómetros y constituyen una reserva natural para animales salvajes, con una extensa red de caminos y desde los vehículos pueden observarse los animales en su medio natural. La proporción entre la diversidad de animales que los pueblan ha permanecido casi inalterable. Aunque el terreno no está cercado, son pocos los animales que emigran.
La fauna también es rica y abundante en herbívoros: liebres, ardillas, grandes manadas de antílopes, antas (orix, el más gallardo de los antílopes africanos, de cuernos altos y rectos), gacelas de carnes jugosas, diversos tipos de venados, impalas y un pequeño antílope (enano) de graciosa forma, cuya única defensa es su velocidad, ésta conforma la poca carne de animales salvajes que comen algunos etíopes; algunas cebras, muchas hienas amarillas con manchas oscuras que siempre van en grandes grupos y en ocasiones se internan hasta en las ciudades - cada vez que los habitantes pueden matarlas lo hacen alegando que atacan al ser humano-; chacales, zorros del desierto o fenecs, buitres que permanecen posados con aire aburrido, águilas, puercos espín, de la familia de los roedores, aproximadamente del tamaño de una gallina, de púas fuertes y largas, tienen anillos blancos y negros y al caminar producen un ligero y extraño sonido. Su carne es suave y delicada. Abundan unas aves zancudas, desaliñadas, muy grandes, lentas y feas, parecidas a las cigüeñas; estas aves, marabú, no son molestadas por nadie, suelen permanecer en grandes bandadas cerca de los lugares poblados, comen inmundicias. La presencia de los animales que comen carroña en esta zona es muy importante por el servicio que prestan.
Existen grandes avestruces, solitarias o en parejas, de patas largas y robustas, que les permiten correr a extraordinaria velocidad (más de cuarenta kilómetros por hora). Su altura es de dos a tres metros, se alimentan de herbaje, insectos y reptiles; sus plumas son bellísimas, las de los machos serán siempre negras y cenizas en las hembras. Son animales fuertes pero pacíficos e inofensivos, su carne es agradable al paladar, muy parecida a la de nuestro guanajo.
Los galápagos, tortugas gigantes de tierra, muy lentas y comestibles, abundan en número considerable; sus alimentos consisten teóricamente en pequeñas hierbas, hojas y caracoles, viven más de cien años y soportan largos ayunos. Nosotros las comíamos, su carne fue apetitosa hasta que las vi devorar cadáveres humanos en el Ogadén, sencillamente las dejé de comer.
Serpientes, entre las cuales es célebre la conocida pequeña serpiente “tres pasos” (el nombre indica que la persona mordida sólo podrá dar tres pasos antes de caer muerta, el veneno actúa tan rápido que no da tiempo a nada), y la también temible voladora; la primera vive entre las piedras y debajo de éstas; la segunda ataca cuando cae de encima de los árboles, o sea, es arborícola.
A estos reptiles les gusta el calor y muchas veces entran a las casas, yo al levantarme revisaba las botas ante de calzarlas; los etíopes les tienen verdadero espanto a estos seres fríos y silenciosos. La “tres pasos”  posee unos pequeños colmillos a manera de ganchito, adaptados, por tanto, para retener la presa, no para masticar los pequeños roedores de que se alimentan. Aunque no se ven las serpientes  a menudo, una de las costumbres más notables es el cambio de su piel: cada año, en determinada época, el animal estará inquieto, sus colores palidecen y su piel empieza a desprenderse, ésta quedará abandonada y la nueva, llamada camisa de la culebra, conservará de un modo perfecto todos los detalles. La serpiente con su nueva piel luce colores más vivos y bellos e incluso parece más alegre.
Cuando las serpientes se encolerizan, por miedo o por dolor, silban o soplan; también soportan largos ayunos. Se decía que mientras más ancha tuvieran la cabeza, más venenosas eran. Cazan lagartijas y otros animales pequeños. También la temible cobra real vivía por los contornos, solo la vi una vez.
En la nómina de los invertebrados se encuentra una pequeña araña rosada, más pequeña que el puño de un hombre, muy agresiva, que no teje tela, salta y se precipita sobre su víctima. Tiene la boca en forma de piquito de pájaro, pero yo no conocía que era venenosa. Una noche picó a un etíope y a pesar de los esfuerzos que hicieron nuestros médicos el infeliz murió con horribles dolores
Entre los animales dignos de atender hay una cantidad increíble de gallinas de guineas, cuervos, aves de presa que se alimentan de las pequeñas serpientes, a las que persiguen y al alcanzarlas les parten la columna vertebral de un zarpazo (también estas aves serpentarias gustan de los galápagos recién salidos del huevo); parejas de jabalíes o hembras con sus crías, muy peligrosos si son agredidos, pues sus colmillos constituyen una seria arma; se alimentan de vegetales y animales pequeños, su carne es un verdadero manjar, apetitosa aún sin aliñar.
El mundo alado está representado por todas las gamas de colores, maravillas de formas, tamaño, trinos, plumajes brillantes, vivaces, alborotadores y atrevidos, viven en los grandes árboles. Al salir el sol salen en grandes bandadas y no regresan hasta el atardecer. Al encanto de los colores se añade la armonía de los sonidos, llenan el aire, haciéndolo más alegre y hermoso. Cuelgan de los árboles nidos hechos en forma ingeniosa, como cestos pequeños todos cubiertos, con una sola entrada en uno de sus lados. En la zona de Awash habita una especie de ave, muy abundante, amarilla y negra, tejedora, que construye su nido formando agrupaciones, en un árbol al lado de mi dormitorio vivía una chillona colonia.
Existen, además, infinidad de insectos, grillos, escarabajos peloteros (o del estiércol) a los que se les ve en parejas por el campo arrastrando una bola de inmundicias, en cuyo interior ponen sus huevos, millones de moscas domésticas que trasmiten la disentería y moscas Tsé-Tsé que propagan la enfermedad del sueño a hombres y animales por suerte en nuestra zona esta mosca era rarísima; el mosquito anófeles, trasmisor de la malaria e infinidad de chinches y piojos; ágiles e inquietas lagartijas y lagartos. A lo largo de los ríos y de los pantanos viven especies de ánades, ocas, algunos cocodrilos e hipopótamos este último .en zonas más alejadas
Eventualmente pasan por esta zona migraciones en masa de mariposas que forman verdaderas nubes, dejando a su paso cientos de cadáveres de las que mueren en los traslados; son de las conocidas por alas de pájaro africanas, de un fino azul pálido con bandas oscuras realzadas por manchas azules o la conocida Pinameis. En una ocasión fui sorprendido en plena carretera por una de estas migraciones, lo que pudimos hacer fue cerrar todas las ventanas del jeep, un Waz 469 soviético y detenernos cerca de una hora hasta que terminaran de pasar miles y miles de estos insectos, pues no se veía nada, dejando cientos de cadáveres que chocaron con el vehículo.
Existen otras reservaciones o parques para animales salvajes como la gámbela, cerca de la frontera con Sudán, que según informaciones cuenta con un mayor número de animales, y en la provincia de Bale, el parque nacional de Dinsho, de diez mil hectáreas, que además de la fauna que hemos mencionado, cuenta con especies únicas como la zorra roja y la gacela negra y otras como águilas pescadoras, patos de espuelas, etc.
 No puede dejar de mencionarse los monos. Esta zona de Awash la pueblan grandes y alborotadores manadas de monos mandriles, de gran fiereza, caracteres furiosos y provistos de fuertes dentaduras, con los caninos muy desarrollados. Una manada grande puede componerse de hasta cien individuos. El macho es de color oscuro, corpulento y con el pecho de color rojizo; la hembra es pequeña y no tan vistosa; sus crías, al trasladarse, se cuelgan de sus pechos, al enfurecerse emiten unos chillidos. Viven en plena sabana con sus jefes, que serán siempre los machos más fuertes, los cuales presentan en su cuerpo las huellas de los combates por mantener el poder, someten a la manada a una disciplina casi humana muy férrea. Se alimentan de los frutos silvestres, hojas, y hacen fechorías si se lo permite la ocasión. Por esto último son odiados y exterminados por los pobladores.
Es interesante observar las medidas que toman al pasar una carretera o camino: primero pasan los exploradores, machos corpulentos y fuertes, al hacerlo toman muchas precauciones. Al sobrepasar el cruce dan unos chillidos en señal de que no hay peligro; inmediatamente otros machos se sitúan organizadamente del lado donde van a pasar, en el primer orden las hembras con sus crías y, por último, el resto de la manada. Si durante el paso se produjera cualquier peligro, los centinelas dan la señal de peligro y salen en estampida. Las negligencias de los centinelas son pagadas al precio de sus vidas. Esto lo observábamos casi diariamente.
Hay unos monitos azules, muy pequeños y chillones, que viven a la orilla de los ríos; andan siempre en grandes grupos, encaramados en los árboles, comiendo frutos y hojas, a diferencia de los mandriles, que permanecen en tierra todo el tiempo. El mandril, si es capturado pequeño, no es difícil de domesticar; se muestra muy cariñoso, juguetón e inteligente, es travieso en gran medida, se le puede dejar suelto, pues no hay peligro de que vuelva a la manada; si esto ocurriese le matarían de inmediato, nuestro campamento fue adoptado por una pareja que vivió en él todo el tiempo que duró la misión, malcriados por todos y muy sociables.
También en el país son notables los papiones sagrados o babuinos que viven en montes rocosos, en grupos de cincuenta o más individuos; por las noches descansan en las grutas de las montañas, de las cuales salen por la mañana, guiados por los más viejos, en busca de alimentos: raíces, frutas, tubérculos, insectos, caracoles y escorpiones. Estos simios son grandes, corpulentos, de dientes fortísimos, de un color gris pálido; tienen en la cabeza la forma de una peluca y el pecho parecido a una esclavina, de aspecto solemne que infunde cierto respeto. De lejos parecen hombres y en más de una ocasión durante la guerra nuestra exploración en estas grandes extensiones los confundió con estos y hasta les tiramos. El babuino casi nunca trepa a los árboles, pues acostumbra a vivir en el suelo; los machos viejos que hacen de guía desempeñan su tarea con mucha prudencia.
En las tierras altas, a partir de la provincia de Wollo, viven los cercopitecos, de larga cola; son vivaces y ágiles, casi siempre están en los árboles, su color es gris verdoso, comen frutos, retoños y a veces pequeños animalitos o huevos de pájaros. Pasan la noche en los árboles y al amanecer toda la manada va en busca de alimentos bajo la dirección de un macho viejo. Si encuentran a su paso un huerto, varios de ellos hacen de centinelas, mientras el resto se dedica a devastar todo cuanto encuentran; si se anuncia algún peligro, huyen todos precipitadamente, tratando de llevarse el mayor acopio posible de los productos robados. Los jóvenes pueden domesticarse fácilmente, pero al envejecer se vuelven brutales y muerden. Las crías van apretadas en el seno de la madre durante las primeras semanas y son de un humor muy variable.
Los remolinos, lluvias y tormentas de polvo son algo muy presente en estas tierras. En el período de las precipitaciones, rápidas y abundantes, que no son absorbidas por la tierra reseca y corren hacia hondonadas, formando verdaderos ríos, la lluvia es la fiesta de la naturaleza, llena de alegría, el paisaje se anima por todas partes; la vegetación, que ha permanecido gris, adquiere de pronto un verde intenso, viste un nuevo follaje, las flores exhiben sus bellos colores y un pujante pasto se extiende por una tierra aletargada por la sequía.
El invierno, señalado por la estación de las lluvias, abarca de abril a septiembre; las grandes lluvias, de julio a octubre. Desde una determinada altura se aprecia en estos llanos inmensos como si existieran millares de fogatas que elevan su humo hacia el cielo, no es más que los comunes remolinos que allí existen; estos alcanzan varios metros de altura. En esta región la capa de polvo es de 20 a 30 centímetros y a veces  más. Es un polvo distinto al nuestro, al tacto parece un talco, en él se nos atacaban los camiones, los BTR 60 M y a veces los tanques, en la época de lluvia era infernal, cuando caminábamos el polvo daba encima del tobillo.
Hay una época del año en que se observa en el horizonte como si se acercara un gran aguacero, pero son las tormentas de polvo que azotan estas zonas en los meses de mayo a junio, y se mueven con gran lentitud. Estas tormentas llevan consigo una gran fuerza de vientos y en los meses ocurre este fenómeno con gran frecuencia. Generalmente el clima es seco y el sudor es absorbido instantáneamente; la humedad es mínima. Al lavar alguna prenda de ropa se seca en minutos, y la tela adquiere una dureza extraordinaria. Esto es solo una pequeña visión del ambiente en que nuestras tropas vivieron cuando cumplimos nuestra misión internacionalista.


LOS ENLACES. DEL II FRENTE ORIENTAL FRANK PAÍS
Hay algo que hemos olvidado un poco, y  fue el trabajo de los enlaces del II Frente Oriental Frank País. En realidad existió un cuerpo de enlaces, pues yo fui jefe de enlaces en la Comandancia Central. Los detalles no los recuerdo. Enlaces, claro que existían, era una necesidad, pero  todo empezó oficialmente con la edición del periódico Surco y la urgencia de su distribución para las ciudades y pueblos circundantes, lo enviábamos con las compañeras que regularmente subían a traer medicinas, medicamentos u otras cosas. Hubo una época que el principal receptor en Santiago de Cuba era el compañero José Nivaldo Cause.
Dentro del territorio liberado tengo la imagen del compañero Blesman, con su cabo de tabaco, su sombrero de jipi, su charla y cuentos, con su arria, donde todos tenían nombre. La inteligencia del mulo guía y su andar eterno, día y noche, con cualquier condición  del tiempo que existiera, llevando correspondencia, periódicos, trayendo mercancías, mensajes desde la zona de Los Indios, Sagua, Mayarí, conocía todos los trillos y vericuetos.
Mi viaje desde Arroyo Blanco con  aquella reserva de municiones de la Comandancia  Central con la que me quedé cuando salimos de El Aguacate para Santa Catalina, aquella noche y su amanecer que me encomendé a los santos y apósteles y a san mulo, noche oscura, impenetrable, por aquellos senderos de montañas confiado en las patas de aquellos animales y la experiencia del arriero.
El negro Blesman dormía plácidamente encima del animal y decía, no te preocupes ellos saben lo que hacen. El terreno mojado, los animales ponían las dos patas delanteras en tensión y las detrás en horcajadas resbalando, hasta llegar al fondo del arroyo seco.
Gentes  humildes, trabajadores y abnegados estos enlaces; esta mala memoria mía, había otro, gordito, negro,  que no recuerdo su nombre, también descendiente de caribeños, otros compañeros recuerdan a uno que era un rápido, que le llamaban Mensajito. A todos mis recuerdos y agradecimiento por aquel trabajo humilde y sacrificado, y necesario que contribuyó a ganar lo que hoy disfrutamos.
Alfredo Ballester Parra. Comandancia Central II Frente.

UN DIA DEL FRANCO  
 Recuerdos de mi niñez.
 A mi pueblo venía el franco norteamericano. Este consistía, por lo regular, en personal militar de la Navy (Marina o Marine Corps), la infantería de marina acantonada en la Base Naval Norteamericana de Guantánamo. Los francos grandes se producían cuando había maniobras en el Caribe y los destacamentos navales hacían escala en la Base por varios días. A veces, cuando esto ocurría, había cuatro o cinco mil marines en la ciudad. Al principio los que estaban destacados permanentemente en la Base venían casi a diario, después, sólo los viernes. Los fines de semana venían para Guantánamo y Caimanera. En 1938, con el fin de evitar críticas por los desmanes de la soldadesca yanqui, la comisión municipal de turismo coordinó con la  cooperación nacional de turismo y le dieron categoría a este franco como TURISMO MILITAR NATURAL.
 Caimanera era un poblado  tenía  500 prostitutas y 27 burdeles, sin contar los clandestinos. El franco  se  iniciaba  con la llegada de la marinería  a las 6 pm y terminaba a las 9 pm  o 12 de la noche. En ocasiones el franco lo dirigían a   Santiago de Cuba, el de Guantánamo  llegaba  en   unos carros del ferrocarril  a la estación  de Caimanera que parecían un gran gusano verde. Inicialmente estos carros transportaban ganado, aunque la carga no se diferenciaba mucho, le habían adaptado unos bancos de madera. En estas mismas casillas transportaban a los trabajadores civiles cubanos a Caimanera diariamente, pues en esta época todavía no existía la carretera a la Estación Naval. Los obreros abordaban las lanchas,  estas  iban  peligrosamente cargadas hasta el tope,  la gente iba de pie en los techos,  era una odisea diaria trasladar 3 600 trabajadores a  la Base.
 Al llegar los americanos del franco a la llamada estación de Caimanera, comenzaba el show. Siempre eran una gran cantidad, 1 500 o más. El pito de la locomotora era la señal, enseguida ya estaba formada la policía municipal, con un coronel de estas fuerzas. Este era un hombre grande y gordo, con el pelo blanco, aire de matón, decían que era un chulo. Detrás de él, los municipales, a los cuales les decían policías sintéticos, lo que equivalía a decir que no lo eran de verdad. Algunos de ellos comentaban que lo eran sólo por el pase gratis al cine. El uniforme de estos policías era de un azul más pálido que el de la Policía Nacional y realmente nadie los respetaba. Aquellos pobres diablos no se metían con nadie ni nadie se metía con ellos, sólo cumplían el cometido de decir que cuidaban a aquella horda de salvajes que cada día tomaba nuestra ciudad. Después estaban también en la espera de que llegara el tren con los americanos, dos o tres parejas del ejército, con su odiado uniforme caqui amarillo, polainas a media rodilla, su canana, el Springfield y el famoso sombrero de castor Stetson, heredado de las primeras tropas norteamericanas, los rouge rider, que desembarcaron por Santiago de Cuba en el tan comentado famoso combate de la Loma de San Juan. Luego, por guataquería de los seudogobiernos de la seudorepública, hicieron pinturas epopéyicas y fotos artísticas,  y  un gran monumento mayor de lo que realmente fue el hecho militar y que simbolizaba la salvación del país con la entrada de los EE.UU. y no lo que en realidad significó de menoscabo a nuestra soberanía.
 Después de los rurales, que allí eran sólo un símbolo pues no hacían nada (esto era parte de la comedia), algunos números (parejas) de la Policía Nacional, tipos abusadores y vividores de las pobres prostitutas, y por último los intérpretes, una caterva de pillos buscavidas. Había bastante, veinte o tal vez treinta, todos uniformados militarmente, pantalones azules zapatos negros, camisa blanca, corbata y una gorra de las que usaban  los choferes en azul. Había uno de estos que llamaba la atención, parecía que había olvidado el español, un jabao gordo y alto, que hablaba una mezcla de español chapurreado con inglés. Cuando no estaba con los americanos nadie lo entendía, un tipo muy loco. Una vez Tomy, que así se llamaba, se estaba ahogando en la playa de Yateritas y gritaba ¡ Help, help, help!, nadie le hacía caso, ¡help, help! siguió gritando, hasta que se vio realmente en peligro y gritó: ¡Cojone, que me ahogo!
El trabajo de estos guías-intérpretes era llevar a la soldadesca a los bares con sus amigas, a las cuales les cobraban un porcentaje por los clientes que les llevaban. Toda esta gente se armaba de una cantidad de fotos pornográficas, del tipo que llamaban acordeón y se las mostraban a los presuntos clientes para su venta. También había una cantidad ilimitada de vendedores de souvenir, maracas, abanicos, sombreros de yarey, frutas, etc.
Era triste la cantidad de niños de todas las edades, harapientos, por lo regular descalzos, blancos, negros, con sus cajas de limpiabotas y otros niños que iban a pedir limosnas, que exclamaban casi automáticamente: “Mister, give me five cents”.
Las tertulias formaban varios grupos, de acuerdo con los intereses de cada cual, menos los rurales, que no hacían grupo aparte con nadie y a veces toleraban, condescendientemente, alguna conversación con uno u otro policía nacional.
 Por fin, a lo lejos, se escuchaba el pito de la locomotora que pasaba los cruces del camino del aserrío, anunciando su presencia. Todo era movimiento, cada uno a ocupar su puesto en el andén. El jefe de los Municipales daba órdenes, los vendedores lanzaban al aire sus pregones: “Mister, pine-apple, orange, apple, maracas, maracas”. Ya se vislumbraba la locomotora negra de vapor, arrastrando fatigosamente los vagones, se acercaba, ya llegaban a la estación dejando escapar sus vapores, comenzaba la marinería a bajar de los carros.
 Los intérpretes comenzaban a moverse: “Mister, eh, eh, ¡Let’s go to Margarita’s house! Hey, mister, remember pretty Cecilia, come on, banana, eh, friends, Fuck and club night and day.
 Hacían un ruido terrible, unos que bajaban, otros pregonando y abordándolos. Comenzaba el desfile hacia la parte del pueblo donde estaban los burdeles: el Madrid Bar, la casa de la Gallega, la casa de Cuquita, estos eran los más elegantes. Venían también algunos oficiales, tenientes, subtenientes, con cámaras fotográficas y se veían algunos, pero muy pocos, con cierta cultura, estos querían ver otros lugares pero nadie se los ofrecía.
Bajaban siempre más sailor que chief, los primeros eran marineros vestidos de blanco, los chief de caqui amarillo, a veces venían marines de otras nacionalidades, de barcos fondeados en la Base, que estaban de visita o abasteciéndose, ingleses, canadienses. Entre la marinería de la Base venían numerosos puertorriqueños,  muchos filipinos que hablaban español  y algunos que otros españoles enrolados.  Los negros hacían grupo aparte, tenían coches destinados para ellos y no se juntaban nunca unos con otros. Además los marines negros no podían visitar  los burdeles digamos oficiales o de mayor rango, estos eran solo para los blancos; los negros tenían que ir a las cuarterías o las asesorías de las prostitutas independientes, además putas negras no podían trabajar en los de niveles.  Si sorprendían a algunas,  el dueño perdía la licencia. Algunos marines vivían con su familia en el pueblo, parece que les resultaba más económico o no tenían facilidad o derecho de habitar dentro de la Base, estos bajaban cargados de paquetes de víveres para su familia.
Los bares y las putas comenzaban a animarse con esta gente, gente fácil de pelar, con mentalidad de conquistadores en la escala zoológica entre el hombre y el animal, hambre vieja de mujeres y placeres. Comenzaban los primeros tragos, las vitrolas, los traganíqueles a todo volumen con piezas americanas, chillando a todo trapo. Cada grupo de marines viejos en la Base visitaba los lugares ya conocidos, no querían guías.    El personal nuevo en la Base se dejaba arrastrar por estos.
Ese día las putas no recibían cubanos, decían: el cubano es remolón para pagar, por uno o dos pesos quieren estar una hora o más, quieren que uno se ponga así o asá, que una se quite también los ajustadores, y estos rubios, sin esas exigencias, los despachamos en uno o dos minutos, son sonsos y pagan bien. Sin contar las ganancias que cada una de ellas tenía con los tragos que consumían, ligaban la bebida con otras cosas, haciendo creer al cliente que realmente estaban tomando ron.
Y la noche joven iba envejeciendo, ya se escuchaban voces de borrachos, escándalos, reyertas, marineros dando la bronca porque la mujer les había robado la cartera. Dejaban a las putas borrachas y entonces muchos de los muchachos del pueblo hacían la zafra, pues se acostaban gratis con ellas.
Los short patrol (patrullas militares), comenzaban a recoger a los beodos, los bronqueros, pues borrachos eran y estaban todos. A veces había verdaderos combates entre negros y blancos, se  enfrentaban dos grandes grupos de ambas razas y la sangre quedaba impregnada en las calles del pueblo. Los policías patrol negros no podían tocar a los blancos
Se acercaba la hora de retirarse, ya iban llegando a una especie de enfermería que tenían cerca de la estación de ferrocarril, en el depósito de hierros viejos y tarros de ganado, allí ante un jamaicano viejo los marines se bajaban los pantalones, se paraban frente a este hombre, éste les cogía el pene y por el meato les echaba, con un pequeño tubito de vidrio, un líquido desinfectante y antibiótico contra la gonorrea. También tenían un puesto sanitario donde las mujeres iban a chequearse y les expedían un certificado, pues no confiaban en los sanitarios del país. Algunas mujeres no iban, donde estas vivían entonces les ponían un short patrol que no dejaba entrar a los marineros allí. En Maceo y Avenida tenían un laboratorio para hacer análisis. Estas infelices pagaban semanalmente 2 pesos por un exudado  y la entrega del certificado de salud, y cada 15 días 5 pesos por un análisis de sangre
Las patrullas norteamericanas no andaban con contemplaciones, tenían un brazalete negro con las letras MP ( Militar Police) en amarillo, usaban un club en la cintura, de una madera dura que tenía un uso continuado, pegando duro a diestra y siniestra, al principio andaban a pie, por parejas, después utilizaban un jeep militar descapotado, usaban casco blanco. Los vehículos los guardaban en locales de la Guantánamo Sugar Company. Había patrullas con brazaletes rojos que eran superiores al negro de la MP.
Los marines se iban juntando en la estación, a los vagones llegaban dando tumbos, abrazados o en brazos de sus amigos, sin camisa, sólo con la corbata puesta. Las camisas las habían cambiado por ron. Venían cantando a todo pulmón, a veces se tiraban en una esquina a dormir la mona, esperando que las patrullas militares americanas los recogiesen. Se metían en las casas y les faltaban el respeto a todas las mujeres, alguno que otro las tocaba con gestos impúdicos. Para ellos todas las mujeres eran iguales, no diferenciaban unas de otras, eran latinas, sinónimo de putas y raza inferior.
Los días de franco grande se cerraban casi todas las puertas del pueblo, todos callaban, nadie se quejaba, pues el pueblo y el comercio vivían del franco. Ahora les tocaba el turno a los vendedores de famélicos sandwich (emparedados) que casi no tenían nada adentro, pues los marines ya borrachos no se daban cuenta de nada. Era pan con tomate de ensalada y puerco. Para prepararlo cogían un puerco, le daban media hora dentro del horno, ya habían comprado algunos panes viejos a bajo precio, ponían el pan viejo en una lata, el puerco en este tiempo comenzaba a soltar un agua que vertían en la lata y al mezclarse con el pan hacía una harina. Sacaban el puerco con un papel húmedo para que se cocinara a fuego lento, comenzaba a soltar la grasa, y el pan parecía entonces parte del gordo del puerco, con el mismo gusto. A esta hora los marines comenzaban a vender el reloj o a cambiarlo por bebida. A veces se quedaban en la calle en calzoncillos, en esas condiciones perseguían a las mujeres a las que emborrachaban, las metían en el tren para después bajarlas en el matadero cerca del aserrío de Pintado. También se ponían en los ríos con putas embriagadas a fumar marihuana y bañarse en paños menores, sacaban fotos de las mujeres completamente desnudas.
Otros entretenimientos de esta jauría consistían en subir a las aceras montados a caballo y atropellar a todo el mundo, tirar níkeles (medios, cinco centavos) al aire y que la chiquillería se fajara por cogerlos, acto brutal este.
La muerte violenta era algo diario en el café de Fito. Un chulo mató a Mayarí por líos de putas; en Santa Rita y Aguilera se metieron tres marines borrachos como cubas y por poco matan a las mujeres que vivían allí. Villo, policía municipal, mató a Marañón, el boxeador, un pillo que robaba a los americanos, lo hizo de un tiro y a Villo no le pasó nada.
Había un marine grande como un oso que ponía cada noche un billete de veinte dólares encima de una mesa de billar y retaba a todos los presentes a que se atrevieran a cogerlo, cuando los infelices trataban de hacerlo este los cargaba en peso con facilidad y los tiraba lejos. Una noche, al tirar a un tipo flaco, que el hambre se le salía por los poros, otro, indignado al ver esto, le pegó al marine con un palo de billar en la cabeza y allí este quedó muerto.
Un personaje de la mafia local, Antonio el mantecadero, un viejo alto, grueso, siempre vestido de blanco, chulo, garrotero, compraba todo lo que otros robaban a los americanos, casi siempre los intérpretes. Alquilaba caballos de este sujeto a  los marines en la misma estación. Tenía hasta su propia banda de ladrones. Su negocio lo tenía cerca de la zona, un inmenso solar todo cercado con zines para guardar como l5 carritos pequeños para vender mantecado ambulante, arrastrados por burritos y allí mismo una miserable casucha de juego.
Era corriente ver a los marines con unos sombreros extravagantes parecidos a los de los charros mejicanos, pero mucho más anchos, casi le tapaban todo el cuerpo, con maracas en las manos cantando a viva voz y comportándose como el amo, ridículamente, además, como un amo grosero. Cuando les daban ganas de orinar lo hacían dondequiera, en el parque, en un poste, etc.
 A veces el viaje de regreso hacia la Base lo hacían por El Deseo, puerto de embarque de azúcares de Guantánamo, donde entraban buques de gran calado. El lugar se llenaba de chiquillos que pedían dinero a los americanos, ellos tiraban las monedas al agua, en el muelle, que era profundo en aquella parte. Los muchachos se lanzaban a las turbias aguas, algunos lograban coger sus monedas pero a veces los tiburones daban cuenta de algunos de ellos, sobre todo Don Pepe, ya viciado con carne humana. Todo esto se repetía todos los días, mes a mes, año tras año.
Por fin la locomotora tocaba el pito y salía con aquella carga de escorias rumbo a Caimanera, iban encaramados encima de los techos; al subir la loma del aserrío grupos de muchachos con varas y ganchos les quitaban las gorras para luego venderlas. Iban convoyados por la policía militar norteamericana hasta hacer el trasbordo del tren a unos lanchones en el muelle. Estos lanchones eran grises, con bancos de madera a ambos lados, el motor al centro y tripulados por un timonel y dos maquinistas. Lanchas y marinos de la US Navy los recibían a bordo, daban uno o dos toques de campanita y ponían rumbo a la Base. Terminaba así una jornada más, habían estado seis horas llenando de mierda y lodo nuestra ciudad.


Los circos
 A mí querido amigo,  aunque ya no está con nosotros, Walter Ferrás,  director del  circo cubano

Qué muchacho no soñó un día trabajar en un circo, ser domador de leones, trapecista o en último caso viajar en un circo aunque solo fuera de tarugo, o sea, peón. Los circos encierran un misterio, una magia fascinante de lejanas tierras, olores y aromas que solo la imaginación de un niño puede percibir. A mi  pueblo venían los circos, viajaban en camiones o en trenes,  estos eran larguísimos,  traían de todo, camarotes, cocinas, comedores;  también los animales viajaban con ellos.
Íbamos en pandilla para  la estación del ferrocarril a ver la descarga y el traslado hacia el antiguo Parque 24 de Febrero, allí los tarugos (peones) armaban  las carpas,   algunas de ellas  tenías colores, los había  de un palo, de dos  y de tres,  estos tenían ya otra categoría, eran fantásticos por los colores con que pintaban los coches y las pinturas de payasos y animales de muchos coloridos, nos enterábamos por los programas que pegaban a los postes de la electricidad o teléfonos y uno que otro afiche en la zona del parque.
Algunos  organizaban desfiles por las principales calles del pueblo. Al principio las carpas las ponían lejos del centro del pueblo, en terrenos baldíos, luego  en lo que fue el Parque 24 de Febrero.
El gran circo Razzore, con su gran carpa azul, el norteamericano Circo Ringling and Brother,  estos raras veces salían de la capital del país, traían fenómenos vivos y muertos, un payaso que nunca reía y todo el tiempo comía coles; la trapecista Ricitos de Oro, un acto en que de un carrito pequeñito creo un WW salían no sé cuántas personas. Yo siempre recordé este acto cuando estaba  en Etiopia, pues en un vehículo pequeño allí   no sé cuántas personas viajaban,  era incalculable.
Otro circo era  el cubano Santos y Artigas S.A, de los socios Pablo Santos y Federico Artigas;  el modesto circo   Montalvo de los hermanos  Montalvo,  el pequeño circo Pubillones, esta familia procedente de Panamá y  el circo La Rosa todos encerraban un raro encanto.
Era una fiesta de coloridos y movimientos desde su entrada al pueblo, el arme de las carpas, el rugido de los animales.
Frente a mi casa había una gran plazoleta donde estuvo un bello parque colonial, el “24 de Febrero”, con bonitas farolas de alumbrado y unas copas de cemento inmensas en las entradas para sembrar flores, una estatua de Martí en el centro y lleno de árboles frondosos llamados higuitos. Un día se apareció, por órdenes del alcalde, un inmenso tractor buldózer amarillo que en un dos por tres arrasó con aquel lindo lugar de juego de mi infancia. Dijeron que iban a construir otro, y nunca cumplieron. Los domingos allí se reunían los criadores de pájaros y se organizaban competencias de cantos. Solo quedó un inmenso terreno donde la alcaldía autorizaba a instalar los circos y parques de diversiones que llegaban al pueblo.
Con la llegada de un circo, de inmediato los muchachos de barrio nos movilizábamos. El problema era cómo entrar, el plan era amistad con los tarugos (peones), cargando agua,  haciendo mandados halando sogas, nos conformábamos con un asiento en el gallinero, platea o el último recurso colarse por debajo de la lona  nos presentábamos a uno de los encargados, dispuestos a cargar agua, hierba, sillas,  lo que fuera; también entre nosotros los había proveedores de carnes para los depredadores,  entonces a esconderse los gatos y perros de la cercanías (yo nunca lo hice); la mayoría  nos convertíamos en improvisados ayudantes de los tarugos. A cambio nos dejaban ver gratis la función, otros tenían que tratar de colarse  y jugarles cabeza a los cuidadores, lo que no era muy fácil.
 Un día llegó un circo norteamericano, no recuerdo el nombre, creo que el Ringling, la principal atracción era un feroz gorila amaestrado que cumplía las órdenes de su domadora, una hermosa mujer rubia; había otros actos, pero el esperado por todos era el de KING KONG; casi ya al final salió el gorila en una jaula y la mujer se metía dentro, hasta que el público se  percató que era una farsa, un engaño y empezó a abuchear, después la cosa tomó un giro más peligroso, pues lanzaban cosas para la pista. El circo suspendió la función, pero un buen número de gente se quedó afuera esperando al gorila. El americano que se disfrazaba de gorila salió y se entrechocó con el público a puñetazos; llegó la policía y empezó a dar palos a los cubanos, aquello terminó como la fiesta de los monos, el dueño decía: “My God, my god”, juró en inglés no volver nunca más a Guantánamo, y lo cumplió.
El Circo Razzore  era más grande que el Santos y Artigas, el Pubillones y el Montalvo,  le llamaban también el circo americano,  este realizaba giras por América Latina.
El tío de Chuchi Fabré, uno de los muchachos del barrio, era domador de leones en este circo.
Una mañana nos levantamos con la noticia de que el circo se había hundido cuando navegaban  para el iniciar su gira en Colombia. Había terminado su temporada  en  la Habana.
Después la prensa dio más detalles de ese hundimiento. Habían fletado un viejo carguero casi inservible y  un mal tiempo los hizo zozobrar.
Luego se dijo que el barco era propiedad del circo,  que había sido un viejo yate presidencial convertido en carguero y pasaje, de nombre Eureka,  de bandera hondureña,  un barco viejo y feo.
Cuando este circo visitó nuestro  pueblo al  frente venía Emilio Razzore, de nacionalidad norteamericana,  descendiente de los dueños del circo familiar del mismo nombre; era un hombre gigantesco, tenía arañazos por donde quiera, era domador de tigres y leones,  casado con una bellísima mujer. Tenía  una hija,  Guillermina,  de 18 años, muy bonita,  que era trapecista del circo y tenía un número  llamado la Escalera Volante. Ambas  murieron en el naufragio,  al igual que hermanos y sobrinos de esta familia circenses.
Cuando  sucede esta tragedia Emilio había viajado   en avión  antes  a  Cartagena, Colombia, para ultimar  la estancia de la compañía y  lo esperaría el barco   en Barranquilla.
El circo había salido del puerto del Mariel  el 28  agosto de 1948 en el viejo barco,   llevaba bordo 57 personas,  de ellas 46 del circo y 11 tripulantes, además de los animales del circo: caballos,  burros, leones y monos  y  la carpa azul,  no llegaron a su destino se partió en alta mar al  ser sorprendidos por un ciclón el 1 de septiembre de 1948.
Los relatos de los sobrevivientes eran dramáticos, hasta motivó  una canción,  la música fue del Trío La Rosa,   recuerdo la cantaba un puertorriqueño, Daniel Santos y si mal no recuerdo Bobby Capó y la India Oriental,  que decía más o menos en algunas de sus estrofas:
Hacia otra tierra el   Euzkera navegaba
la alegría del circo reinaba
Sin saber que la muerte estaba en espera
Una noche el mar Caribe  hizo pedazos
Al Euskera
Y entre los gritos de las madres y las fieras
Hacia el fondo de los mares descendió
Solo unos pocos se salvaron de la muerte
Y ocho días con sus noches navegaron,  etc.
Entre los sobrevivientes se encontraban  Rubén Menéndez que   era músico, era integrante de la orquesta del circo,  Raúl Chang y las hermanas Liduvina e Hilda García,  las que luego continuaron trabajando en las carpas. Fueron rescatado el 8 de septiembre.El tío de Fabré fue uno de los afortunados,  su nombre era Santiago Bravo, todos nos alegramos.
Este circo logró recuperarse gracias a la ayuda de otros circos cubanos y extranjeros,  había sido fundado por el abuelo de Emilio Razzore en Brasil,  en 1936.
Un día al pueblo llegó la Feria Mexicana, y sus reflectores de la II Guerra Mundial. Lo que atraía al público era un parque de diversiones, el más grande y vistoso que hasta el momento nos había visitado, con dos  potentes reflectores que se encendían en las noches. Traía un número de cuatro motociclistas que daban vueltas a toda velocidad dentro de una esfera de acero que era verdaderamente espeluznante, cualquier cálculo mal hecho significaría un accidente fatal;  una montaña rusa altísima y un sinnúmero de otras atracciones, mujeres con barba, cuarto de los espejos.
Aquella plazoleta se llenaba de mesas con venta de algodón con azúcar, churros, rositas de maíz y otras golosinas. Venían a veces carpitas solitarias, una vez llegó una carpita de mala muerte cuya atracción mayor era una vaca que tenía el sexo igual que una mujer; a nosotros no nos llamó mucho la atención, ya que no podíamos comparar, pues nunca habíamos visto el de una mujer.
El Santos y Artigas era un buen circo, el espectáculo casi siempre era el mismo, a veces traía números internacionales y muchos artistas cubanos, también viajaban por América Latina y los EEUU, traían una elefanta Tana muy admirada.
El buen Circo Montalvo de los hermanos de este nombre,  de rasgos asiáticos, crea este circo en Matanzas. Esta familia,  como hemos mencionado,  fue una vida entera de sus miembros dedicado al circo;  tuvieron infortunios,  uno de los Montalvo murió aplastado por un camión del propio circo, dos de los hermanos  se ahogaron  en el naufragio del circo Razzore,  yo los vi muchas veces en sus actos de cuerda floja, trapecio sin redes de protección, eran magníficos estos Montalvo como trapecistas,  tenían  un número peligroso “el vuelo del pájaro”, un apellido unido al oficio circense con hondas raíces.
Sangre, escuela, tradición, práctica,  los payasos, los enanos, la jaula de los leones, el domador con su traje vistoso, a veces era una domadora, los monos, el tragaespadas, el tira cuchillos y látigo, los perros amaestrados; los elefantes encaramados unos encima del otro, los caballos con muchachas paradas en sus lomos dando vuelta en la pista.  Todo esto era la magia del circo.
Esta familia de los Montalvo dominaron varias disciplinas: primero el trapecio, después la cuerda floja y los equilibrios de báscula y barril. Pero Reinaldo Chang,  que adoptó  también este apellido Montalvo, debido a su descendencia,  fue equilibrista desde niño, se convirtió en un apasionado activista del arte circense.
Las constantes giras y riesgos trajeron algunas tragedias en la familia de estos artistas.  Chang y su esposa fueron los únicos sobrevivientes del naufragio del circo Razzore. Su esposa Eluvina Chang tenía uno de los números de altura más espectaculares del circo cubano, resistencia y control total colgado del cabello. Esta estrella perteneció a una familia de célebres artistas cubanos, fue adquiriendo notoriedad y fama por el peligro y el dolor que entraña su ejecución que fue premiado con el aplauso del público de varias generaciones.
En la última gira del circo y uno de los más brillante Raúl Montalvo perdió la vida destrozado por un tren regresando de una temporada de actuaciones.
Este circo itinerante recorrió toda la isla de Cuba. Trajeron figuras y animales del extranjero, sin embargo también fueron víctimas de las inclemencias de las tormentas tropicales.
La historia del circo en Cuba guarda un espacio de honor para esta dinastía de talento y ejemplo de disciplina artística. Los Hermanos Montalvo: Jesús, Félix y Eduardo, recorrieron el país en  diversos medios de transporte, hasta que se fortalecieron y ampliaron las atracciones de su espectáculo, realizaron una gira por Suramérica con animales leones, jirafas, canguros, caballitos ponis,  pero en Perú perdieron gran parte de su circo y pasaron una odisea para regresar a  Cuba.
Cada acto tenía su encanto. La música del circo con  una orquesta donde todos se vestían de domadores y tocaban estruendosamente pasodobles, el solo de tambor o redoblante para los actos peligrosos, luego,  por una módica cantidad uno podía ver los animales en exhibición en sus jaulas. Nosotros no pagábamos porque éramos proveedores.
El  Circo Pubillones era mucho más modesto que el Santos y Artigas,  pero a nosotros igualmente nos entusiasmaba.
El Circo La Rosa, este era camagüeyano, su dueño Ramón La Rosa, era mago e ilusionista. Tenía  dos hijas,  Bella y Aida, ambas  tenían un acto de danzas envueltas en serpientes malayas,  se suponían peligrosas,  pero realmente eran nuestros  majás de Santa María a los que ellas mismas maquillaban dándoles aspectos feroces; traían un payaso Confite, este era chileno, una pequeña orquesta, tenían números de acrobacia y cuerda floja, el mago  Nevali y  perritos amaestrados
El Circo Torres: Una tradición  de familia a fines de los cincuenta y principios de los sesentas, propiedad de Roberto Torres.  Una carpa de cuatro mástiles .Chorizo y choricito. El circo de los hermanos Torres se presentaba en televisión. El personaje de Chorizo Payaso, además de director dominaba varias habilidades del circo. Ejecutaban acrobacias malabares y equilibrio. Agruparon a otros artistas y recorrieron la república.
El Circo Blacaman, yo no recuerdo este circo, en Guantánamo, hay quienes afirman que sí estuvo pero la información que tengo es que este persona era un faquir, de nacionalidad indefinida,  traía muchos animales,  tenía el poder de hipnotizarlos, recorría América Latina y los EEUU en fin hay muchas historia sobre esto.
Un habanero cuenta que es posible que el Blacaman que pasó por Santiago de las Vegas fuera el usurpador de un verdadero Blacaman que recorrió el mundo. Tal vez hubo varios hipnotizadores de animales que adoptaron el nombre de Blacaman. Lo que sí puedo afirmar es que yo nunca he visto en ningún circo o función parecida, a un hombre que se dedicara a hipnotizar reptiles.
Otro dice: el faquir cubano Blacaman,  con ayuda de su discípula (y luego competidora) Koringa,  una alemana  hipnotizaban leones y cocodrilos. Blacaman era un hipnotizador, el mejor del mundo, los leones se quedaban con la boca abierta, los tigres tiesos, parados en dos patas. Blacaman  vestía con una inmensa túnica, kimono y sandalia.
El último circo que vi fue el que daban por la televisión que decía:  aquí el circo con Valencia,  dirigido por José Fernández Valencia, el animador, presentador y cantante del “Circo con Valencia”. Creó varios espectáculos y recorrió diversas ciudades de la república y encabezó el programa de la CMQ TV titulado “El Circo en televisión” cada domingo en las mañanas. Había comenzado como actor y cantante del género lírico en las zarzuelas del Teatro Martí.
Los caballitos con sus aparatos, montañas rusas, tiovivo, las estrellas, las sillas voladoras,  estos  venían más a menudos, pero no tenían animales, y allí no teníamos trabajo los que aspirábamos a trabajar en los circos. También venían al pueblo artistas ambulantes, tragafuegos, come vidrios, tragaespadas, magos, se situaban en los parques o una esquina concurrida y vivían de lo que el público les diera, asimismo venían gitanos, mujeres, por lo regular viejas, con unos batilongos inmensos y turbantes que decían la buenaventura,  todos eran de piel trigueña, no eran los gitanos que habíamos vito en las películas, no usaban ropas vistosas de colorines, eran poco simpáticos, más bien mantenían la distancia
Un día llegó un traga fuegos que le decían El Mexicano, hombre joven, yo le cogí mala voluntad pues al salir de la escuela de La Salle y pararme a ver su acto en el parque central me sacó un inmenso huevo de gallina del fondillo. Me abochorné hasta el infinito, después se juntó con una hermosa muchacha vecina mía, Nereida, hija de Domingo un isleño,  terminó como artista ambulante y allí se quedó, pero de jornalero, nunca más hizo un acto de magia, los ojos negros de Nereida lo quemaron.

La china
 Sembrada entre las montañas del archipiélago al lado de un entrante grandísimo del mar, entre una vegetación de matorrales, antiguos bosques en una costa de acantilados, playas de piedras, tierra caliente y aguas un poco oscuras,  está la bella Santiago de Cuba, la más caribeña de nuestras ciudades, con la magia de sus gentes y esas mulatas resultado del cruce de lo español, lo africano y lo chino y ¡vaya usted a saber qué otros ingredientes!
 Yo soy del norte de la antigua provincia Oriental, gentes menos bullera, más tranquila. Acá el aire es más fresco, las arenas finas y las aguas azules, nada, cosas de la naturaleza. Cursaba yo el tercer año de la carrera de Medicina en Santiago, ya se había anunciado por el profesor de anatomía que comenzaríamos con la disección. Sobre ello se corrían varias historias de viejos médicos, cuando solo existía la Universidad en La Habana, las bromas que se gastaban en esta asignatura, que si a la hija del Rector Inclán cuando en la guagua fue a pagar le habían puesto un pene en la cartera, claro de un cadáver de la escuela; que en las clases en las mañanas, para el rubor de las alumnas principiantes, los varones introducían los penes en las vaginas ya muertas, con un palito que apuntalaba a los penes grandes para que parecieran en erección; los cuentos de Isidro, aquel tipo tremendo, repasador de anatomía, que llevaba 20 años de alumno y alquilaba libros, claro que por todo esto cobraba y no se graduaba, pues este era su negocio.
Isidro Hernández había sido bedel de la Escuela de Medicina de la Universidad de La Habana, tenía una memoria fantástica, impartía clases particulares de anatomía,  fisiología a los estudiantes de medicina, a pesar que no era médico, un personaje increíble, una gran generación de médicos tuvo que pasar por su casa y estudiar por su conferencias; había sido un gran amigo de Grau San Martín, este era médico y profesor de la universidad y  presidente de la República de Cuba. Era capaz de leer una página de la guía telefónica en un minuto y recitarla de memoria.
Era muy temprano aún, la iglesia de Dolores llamaba a misa y a oración. Esta mañana había amanecido fría, la noche anterior había llovido a cántaros, los ríos estaban crecidos y en el aire un olor a hierba mojada, el cielo se iba aclarando. Yo estaba desde temprano en el portal de la entrada de la nave de Anatomía, en la antigua Universidad, esperando al resto de mis compañeros. Hoy era un día esperado por todos, era una prueba real para los futuros médicos, tocar los cadáveres, cortar sus órganos para estudiarlos. Los jodedores del grupo, Jairo y Tony, habían apostado a las caras de asco que pondrían Yarima e Iliana al tener que tocar aquellas cosas frías con el penetrante olor a formol que emanaba de cada cadáver.
Nos reunimos en el vestíbulo de la nave y penetramos en el recinto. Vicente, que era el encargado de los cadáveres, fue sacándolos con la cadena del sinfín del inmenso tanque empotrado en el piso. Tres cadáveres entre un color violeta oscuro y negro, los fue depositando en la camilla de disección. El profesor Preval, con su voz profunda, dijo: “muchachos, ustedes hoy conmigo comienzan una fase nueva, el medio de estudio son cadáveres humanos, que en sus días amaron y odiaron, tal vez procrearon, tengan siempre presente que fueron personas como ustedes a los cuales debemos respetar”. Al terminar designó los pequeños grupos, a mí me tocó el tercer cadáver. Jairo dijo: “nos tocó la China”. Era el cadáver de una mujer joven. Evidentemente había sido hermosa, bonita, con su cara de media luna como los descendientes de asiáticos, estaba como dormida, a simple vista se observaba que no había sido trabajada con exceso, solo pequeños y tímidos cortes en algunos lugares de aquel bonito cuerpo que un día rió, lloró, y tal vez hizo el amor. Los que estábamos alrededor de la mesa contemplamos tal vez la doncellez virginal de aquel conocido cadáver entre los alumnos de Medicina del año anterior.
 El viejo profesor Preval se acercó y dijo: “estudiaremos hoy los músculos y nervios del brazo, ¿quién desea tomar el bisturí?”. Todo el mundo guardó silencio. El decidido Jorge Antonio, como siempre, se brindó; el profesor le indicó dónde cortar y siguió hacia la otra mesa. Jorge Antonio, con el bisturí en la mano y voz queda dijo: “me da lástima, era tan bonita”; Preval se había acercado sin que nos diéramos cuenta, nos contemplaba a todos en silencio y sin mediar palabras llamó a Vicente y le dijo: “por favor, cambie el cadáver”. Así se hizo, la China fue devuelta a aquel lecho líquido donde reposaba.
La historia era pequeña: corrían los finales de 1959 y la China, chica indigente y enajenada mental, murió sin familiares conocidos, sin saber de dónde venía, su cadáver fue entregado como otros sin dolientes a la escuela. Había muchos haitianos, gentes de los hospitales y los asilos
La vida continuó su curso. Estudiábamos con ahínco, no recuerdo las madrugadas en esta sala donde apartábamos los cadáveres para apoyar la cabeza y dormirnos en el acto. Tampoco nos lavábamos las manos para pasar al comedor. No volvimos a ver aquel bonito cadáver. Un día nos enteramos de que había sido reclamado por un hermano residente en La Habana que no sabía el destino de aquella bonita muchacha, que por su belleza y el encanto que emanaba de aquel cadáver rosa oscuro, por un acuerdo tácito no concertado de los alumnos de mi año, dejamos que durmiera en paz.





Las buscadoras de tesoros

En mi pueblo existía una inmensa zona de tolerancia, entiéndase, bares, prostíbulos, lupanares, etc. Había otro tipo de prostíbulos, pero estos quedaban dentro de la Base Naval norteamericana de la bahía, con un tipo de prostitutas más refinadas, que tristemente muchas de ellas no sabían el papel que hacían; estas muchachas  buscaban un destino mejor, de nuestro lado  la vida no era fácil, lógicamente, en público no se llamaban así. Esto se comentaba en círculos más reducidos.
Los cubanos repudiaban instintivamente a estas mujeres, más que a las declaradas públicamente como prostitutas. Algunas de las que asiduamente iban a bailar a la Base podían conseguir lo que pretendían, un marido americano.
Alrededor de tres mil guantanameras o residentes de la ciudad se casaron con oficiales y marines norteamericanos, pero cubanos ¡ni pensarlo! Parece que el rechazo era recíproco.
Estas mujeres que buscaba marido en la Base, por lo regular aspiraban a casarse, eran jóvenes y blancas, jamás vi una negra, ni siquiera mestiza. Un requisito fundamental era ser bonita y alegre. Muchas pertenecían a la clase media, hijas de obreros acomodados, que no vivían mal del todo, o al menos esto aparentaban  por la casa donde vivían. Había madrotas, Celestinas, que ganaban un sueldo por estos menesteres. Sueldo, por supuesto, pagado por los americanos o recibían un porcentaje por cada reclutada.
Una institución popularmente conocida como USO, de “solidaridad con las fuerzas armadas de los Estados Unidos”, se encargó de promover el modo de vida norteamericano. El USO (United Service Organization), fachada social y recreativa para la oficialidad gringa,  se crearon dos a manera de club en Guantánamo y una en el interior de la Base, un inescrupuloso negocio de  sexo, solo podían entra a la base  mujeres, matronas, proxenetas, políticos  que fomentaban la asistencias de jóvenes ,incluso de la burguesía,  y  la alta sociedad estos recibían jugosas comisiones.Estas mujeres a los que les llamaban  Madrotas eran gentes que aparentaban cierta condición social, se dedicaban a reclutar o buscar a estas muchachas, les llenaban la cabeza de musarañas diciéndoles que podían fácilmente casarse con gringos. Las mujeres que trabajan en la Base solo lo hacían de sirvientas de lunes a sábado,  con muy bajos salarios
Estas mujeres madrotas, o celestinas, cuando veían alguna muchacha que les interesaba, visitaban a la familia, tratando de convencer a los padres de que ir a bailar a la Base no tenía nada de malo, que allí no se hacía nada pecaminoso, que las muchachas iban a pasar un buen rato y tal vez se casaran.
Los viernes a la 5 de la tarde, muy bien emperejiladas y vestiditas partían hacia la Base, acompañadas por estas tratantes, a bailar a la Base Naval, a divertir a un tipo de gringo: oficiales que no querían ensuciarse la suela del zapato con nuestro fango y no respirar nuestros olores; les resultaba más cómodo y fácil que se las llevasen allá.
En Caimanera los americanos situaban lanchas expresamente para llevar a estas  muchachas. Las llevaban hasta el espigón del Deseo (puerto de embarque de azúcar) a abordar las lanchas de la Base. Primero iban en tren, situaban un gascar con dos o tres coches, con un promedio de 50-60 jóvenes, en la estación de Caimanera en Guantánamo, después, al tener la Base la carretera, iban en ómnibus. Al llegar a la Base las recogían en grupos o iban para un club oscuro – que no se veía nada- según donde fuera el baile o al Club de Oficiales o de Marines. Al llegar cada una buscaba a los amigos ya conocidos.
Muchas de estas muchachas hablaban inglés, unas ya eran veteranas en estos menesteres, algunas llevaban marihuana y traían prendas, ropas, bebidas, etc., de contrabando. Como un hecho curioso, algunas de estas ilustres damas que estaban en este triste y lucrativo negocio, eran acompañadas por sus esposos hasta el muelle de la frontera y allí permanecían estoicamente del lado de afuera esperando a sus medias naranjas hasta que tarde en la noche la fiesta diera término, pues ellos no tenían acceso a la Base. Algunos ilusos, como al hermano de una de ellas, fueron hasta la cerca y no lo dejaron entrar.
De las interioridades que pasaban allí oíamos de boca de algunos cubanos que servían de cantineros, que aquello era tremendo, que hasta drogas les daban a las muchachas y algunas prendas íntimas se encontraban por los alrededores. Gracias a Dios que algunas se casaron con gringos, aunque también algunas mujeres de la zona de tolerancia lo lograron.
Recuerdo un caso que me impresionó hondamente. Tendría yo unos 7 u 8 años, y fueron a bailar, como siempre, algunas mujeres a la Base. En aquella época iban muy pocas y no se dieron cuenta o no les importó la fecha  era un aniversario de la muerte de Maceo  y existía  duelo nacional. Yo nunca había visto tanta cantidad de gente reunida, eran miles de hombres y mujeres que desfilaban y se encontraban en la estación del ferrocarril a Caimanera  cerca de mi casa, a esperar a las mujeres que habían ido a bailar a la Base, todos indignados y algunos armados de palos y piedras; Fue un 7 dic del 1949,  las que fueron a bailar la gritería era tremenda,  algunos llevaban ají guaguao para desnudarlas y echárselo en sus partes. Claro, ese día no vinieron, parece que informaron a la Base lo que ocurría y luego los americanos las trajeron por Santiago de Cuba varios días después, custodiados por el Servicio de Inteligencia Militar (SIM), cuando los ánimos estaban más calmados, y eso que en aquel entonces hasta Santiago de Cuba lo que existía era un camino casi intransitable. Esta situación surgió espontáneamente,  no era realmente contra estas pobres e infelices mujeres, esto fue el pretexto. Una pequeña demostración de la rebeldía de mi pueblo contra la explotación y el orden de cosas imperante era el preludio de lo que vendría después, en realidad a estas altura me doy cuenta que la indignación  no solamente era contra aquellas infelices, sino sobre la humillación  que diariamente aquellos  indeseables vecinos nos sometían. Fidel era joven todavía.
 ¡Pobres mis vecinas las Mercados! Ahí se quedaron, viejas, marchitas, repudiadas, se pusieron viejas bailando con los americanos y al final ni marido consiguieron


La zona
La zona de tolerancia eran  los  establecimientos de  prostíbulos, burdeles, lupanares, bayuses, esta última palabra no sé  de dónde salió. Estaba demarcada desde la línea del ferrocarril hasta casi el río Guaso, existía una inmensidad de bares, cantidad de letreros lumínicos y casas conocidas como El Gran Val, Night and Day, María La Grande (donde a esta madrona las muchachas siempre la tenían rodeada de atenciones y la llamaban madrina), el Madrid Bar, La Casa de la Gallega, La Casa de Cuquita,  estas eran de más calidad, y en su interior había bares, patios de cementos  con hileras de balances o sillas donde se sentaban las pupilas todo cerca de las habitaciones.  Existían otros lugares   inferiores, de menos categorías algunos  hoteles de mala muerte de los chinos: El Federal y la Gran Vía, el bar de Revolico, y también  las mujeres independientes. Estas alquilaban accesorias que daban a la calle, cuartuchos miserables y malolientes; las caras pintoreteadas de las mujeres asomadas a las ventanillas o en la acera ofreciendo su mercancía o favores, su figura arreglada llamando a los hombres que pasaban.
La prostitución en Cuba la autorizó  el General. Leonard Wood, desde la primera intervención norteamericana a la isla. En la orden No.55 del 27 de febrero de 1902 tenía un artículo,  el VI,  del derecho de los menores de edad a ejercer la prostitución con la autorización de padres o tutores.
En los lugares de calidad la tarifa de las mujeres  era de $ 2.00 y los otros de $ l.00, y muchas veces menos. Los días de franco una mujer ganaba entre $ 40.00 ó $ 50.00, había mujeres bonitas que ganaban mucho más, corría el dólar y el peso cubano al igual. Además, existía el falso concepto de que  todo hombre  joven para graduarse de hombre, tenía que tener una puta.
Los que no tenían condiciones naturales de chulo o agallas para explotar a las infelices, al menos aceptaban algunos regalos y después a jactarse con los amigos. Había putas de todas las edades, casi niñas, otras abuelas, ya estas por lo regular hacían otros trabajos, pues ya no levantaban clientes.
Todas tenían su historia, lo de siempre, guajiritas engañadas, un mal paso, que estaban en la miseria. Claro, el problema económico era fundamental, la mujer no tenía opción: doméstica, prostituirse o morirse de hambre.
A las principiantes en este oficio tan viejo como la historia del hombre, a las pupilas, se les compraban vestidos, etc., se les ponía aceptable, luego tenían que entregar a la dueña o dueño del prostíbulo el 50 % de todas las ganancias. A la hora de las cuentas siempre quedaban debiendo, aquí estaba la trampa para tener enganchadas a estas infelices. Muchas de ellas tenían hijos que otras personas atendían, las había muy bonitas, feas, buenas, malas, infelices, alegres y tristes. En Caimanera había más de 600 de La Habana, Camagüey, etc., y en Guantánamo unas 800.
 A veces las putas de la zona de tolerancia iban a la Base a buscar dólares, entonces, en combinación con los lancheros de Boquerón o de Caimanera pasaban a La Patana, que era el puesto fronterizo en el mar entre Caimanera y la Base; después de ésta estaba Cayo Hospital, donde durante la Segunda Guerra Mundial parece que hubo algún hospital y ahora tenían allí un depósito de municiones. Ellas llegaban hasta una parte de la cerca que delimitaba la frontera, los marinos brincaban para el lado donde estaban las mujeres y allí, entre las yerbas, realizaban su comercio. Otras veces lo hacían por la parte del río Guantánamo en el camino de Tres Piedras, por una vereda llegaban hasta el lugar, allí un ciudadano alquilaba un rancho, hecho para estos menesteres y los marinos bajaban en lanchas por el río, lógicamente, en complicidad con el personal fronterizo americano.
Caimanera,  al estar más cerca de la base, la  situación allí era más violenta. En  una entrevista a pobladores en Caimanera sobre  ese poblado se dijo lo siguiente: aquí existió una “zona de tolerancia”, barrio repleto de tabernas y prostíbulos como el “Cachalotte bar”. Allí     se hizo famosa la prostituta María La Grande, pero casi ninguna de las mujeres que se dedicaban a eso eran nacidas aquí. En el poblado tuvo que ver la existencia de la Base Naval con el florecimiento de este negocio. Las muchachas salían de los campos y venían a Caimanera a buscar a trabajo. Los hombres también lo hacían porque aquí había más de dos mil negocios de todo tipo, relacionados con el puerto y la Base, pero las mujeres siempre tenían peor suerte y acababan en los tugurios. Una vez “usadas”, ya no podían regresar a sus casas. Cosas de la época.
¿Qué condiciones higiénicas tenía la zona de tolerancia?   Por raro que parezca era el barrio de mejores condiciones, lo cual era una rareza. El  dinero en esta región nunca se invertía en obras sociales pero para proteger a los marines, esa zona fue la primera que tuvo un sanitario (médico), calles asfaltadas, acceso a agua potable, y hasta un Reglamento para ejercer la prostitución,  del cual existen copia en los archivos del Municipio.  Caimanera y Guantánamo  llegaron  a ser unos  de los pocos  lugares de Cuba  donde se vio el Canal 8, trasmitido en inglés las 24 horas del día y las emisiones de Radio Bay, nunca trasmitieron en español.
CAIMANERA: Su nombre original fue "La Caimanera", surgido como denominación popular, inspirada en la gran cantidad de caimanes existentes en los numerosos pantanos,  sobre todo  cerca de las desembocaduras de los ríos Guantánamo y Guaso, cuyas aguas vierten en la bahía. Precisamente fueron los pescadores quienes comenzaron a fabricar sus casas encima del mar, porque este sistema les facilitaba en gran medida sus labores cotidianas. Estas viviendas eran construidas generalmente de madera, con techo de zinc, y en las partes posteriores le añadían un sencillo muelle que servía de atracaderos para sus pequeñas embarcaciones y de lugar de mantenimiento para las redes y demás artes.
Caimanera era un pequeño poblado en la bahía guantanamera, por sus características geológicas, existían las salinas más grandes de la isla,  por sus condiciones geográficas y climatológicas de zonas bajas y pisos impermeables,  baja precipitación y prolongados períodos de seca. Los negocios mayores eran en esa época  la pesca y transportación de trabajadores a la Base Naval,  existían un sin número de lanchas que daban este servicio. Un espectáculo mañanero y diurno era ver   los obreros en estos botes sobrecargados,  la gente parada en los techos,  así  trasladaban 3 600 obreros diariamente.
También  se realizaba viajes al pueblo costero de  Boquerón, el puerto de embarque El Deseo y Cayo Brooks.  Algunos dueños  tenían las mejores y más grandes lanchas y barcos para transportar los trabajadores a la Base. Muchos de estos barcos eran comprados en la Base Naval y renovados para este tipo de servicios donde se realizaban periódicamente  subastas de sobrantes militares, vehículos y todo tipo de artículos. La mayor lancha era la de  Pepe Guerra, dueño  del hotel Oasis.
La  transportación entre Guantánamo y este poblado era a través de un  tren diario. Para el franco de la Base  ponían unos vagones de trasportar ganado (eso eran), adaptado con bancos y por  un terraplén intransitable en lluvia a la ciudad de Guantánamo.
El puerto de Boquerón se usaba para la exportación de azúcar al extranjero, en los buques que atracaban en sus muelles. Cayo Brooks ofrecía actividades para familias durante los tres meses de vacaciones,  alojamientos y comidas, así como viajes en
lanchas por la bahía de Guantánamo y dentro de la parte de la bahía dedicada a
la Base Naval de Guantánamo. Al mismo tiempo se ofrecían bailes en El Ranchón,
construido con techo de guano en una de las esquinas del cayo. Estos atraían
una buena cantidad de caimaneros y guantanameros. El cayo tenía balneario
privado, cercado para disfrute de sus visitantes y clientes. El Club Pepe Guerra era popular en Caimanera, pero no tenía muchas actividades durante el año.
Continuando con los bares prostíbulos, las enfermedades de transmisión sexual, la gonorrea, la sífilis, se paseaban permanentemente por aquellos lugares. Muchas mujeres se hacían con los médicos un análisis semanal que costaba $3.00 y por lo regular las estafaban. Los homosexuales viejos y jóvenes, ya completamente pervertidos, con sus chancletas de palo y sus camisas amarradas a la cintura, se dedicaban a la limpieza de los locales y a hacerles pequeños favores a las mujeres. Alguno que otro oficial americano cuando venía a la zona traía a sus esposas y acompañados de ellas visitaban los prostíbulos y se divertían de lo lindo.
Había otro tipo de mujeres, “las meseras”, que eran las que trabajaban en los bares, éstos no estaban dentro de la zona de tolerancia, estaban por todo el pueblo. Esta era una condición dentro de toda esta podredumbre, oficialmente no estaban tiradas a “la vida”. Muchas hacían sus negocios en forma discreta y hasta que caían en manos de un vividor que las explotaba o terminaban en la zona de tolerancia.
También estaban las prostitutas “placeras”, las había jóvenes y ya maduras, que merodeaban la Plaza del Mercado y vivían en miserables cuartos en sus alrededores. La mercancía, ¡su cuerpo!, lo ofrecían hasta por 50 centavos como máximo y el mínimo era un café con leche o una completa a individuos como ellas, indigentes o campesinos, por vender su mercancía casi regalada se conocían como putas de café con leche. Todo esto era criticado, pero en fin aceptado como un mal natural y sin solución. La economía de Guantánamo dependía mucho de este negocio, éramos vecinos de la Base Naval yanqui, en nuestra bahía.

Un grano de arroz
 Vi un avión muy grande. Pasaba muy bajo sobre el pobladito de Mayarí Arriba con el tren de aterrizaje afuera, señal inequívoca de que iba a aterrizar. El piloto hizo un planeo cerrado y tomó tierra. Yo me encontraba en la Comandancia Central, cogí un vehículo donde montaron  los  capitanes Piñeiro y Augusto Martínez y nos dirigimos a toda velocidad hacia la pista, distante a un kilómetro y medio.
 Al llegar comprobé que era un avión de Cubana de Aviación matricula CU-T8. Ya se había detenido al final de la pequeña pista. Se bajaron dos o tres hombres jóvenes y una muchacha, autores del secuestro, conversaron con los compañeros Augusto y Piñeiro. Fueron bajando todos los pasajeros que venían en el aparato. Era el vuelo 482 procedente de Manzanillo.
Enseguida se corrió que el sobrecargo era el hijo del General del Ejército batistiano Eulogio Cantillo Porras. En esto estábamos cuando Augusto me llama y me señala una pareja, un hombre y una mujer, ella con un envoltorio en sus manos que resultó un niño de meses de nacido. Me dice: busca un carro urgente, recoge a esta pareja y haz lo que tengas que hacer para resolver el problema del niño.
Cerca estaba el negro Cando, Candito Betancourt, viejo militante de Partido Socialista Popular (PSP), que me dice: ve a un vecino, Martín Clavel, el dueño de una finca que tenía un jeep en muy buenas condiciones. Hacia allí me dirigí y se lo pedí prestado, accedió de inmediato. Ya con él me dirigí a la pista donde me esperaban los padres. Amel Escalante fue mi compañero de viaje junto a Alfredo Martínez Calderín, viejo militante del PSP. Montamos a la pareja y emprendimos el viaje. Por el azar del destino esta pareja había cogido el avión en Manzanillo, con rumbo a Santiago de Cuba, pues al hijo de meses de nacido se le había metido un grano de arroz en las vías respiratorias. Iban a la capital de la provincia buscando recursos porque en el lugar donde vivían no existían. Tuvieron la desgracia de tomar este avión.
Al primer lugar que nos dirigimos fue al hospital de Soledad. El doctor Gilberto revisó el niño, pero no pudo hacer nada, y arrancamos para el hospital de Majimiana, donde estaba el Dr. Machadito (Machado Ventura). Ya eran como las 6 de la tarde. Después de vencer el difícil trayecto entre montañas, como a las 9 de la noche llegamos. La respiración del niño era ruidosa, una sensación de angustia se apoderó de todos. La madre le susurraba canciones de cuna. Detuve el vehículo a la puerta de la casa que servía para este fin. Al ruido del motor salió el médico Machado Ventura, descendimos y le impusimos del asunto que se trataba. Machadito hizo lo que podía con los escasos instrumentos que disponía, pero no pudo. Nos sugirió que Guantánamo era la única solución. La madre se lamentaba, nos abrazaba a todos y nos imploraba, aquello partía el corazón.
La noche era más oscura, intercambiamos brevemente opiniones, decidimos acercarnos lo más que pudiésemos a Guantánamo. Abordamos de nuevo el vehículo en nuestro peregrinar de esa noche. A los pocos minutos de marcha llegó hasta nosotros el ruido de un gran tiroteo y bombas; se combatía en Cuneira, era la gente de Efigenio Amejeiras.
Al bajar unas elevaciones, cerca del central Ermita, vimos como una casa a la orilla del camino, grande, de madera, pero todo estaba oscuro y no quisimos detenernos. Desde un promontorio divisamos el central, no teníamos claro totalmente si estaba en nuestras manos. Nos acercamos con alguna cautela, penetramos en el pueblo. No había un alma en la calle, nadie a quién preguntarle. Parecía un pueblo fantasma. Todo estaba apagado. El ruido del combate de Cuneira se volvía más intenso, atravesamos despacio el poblado y salimos a la carretera Guantánamo – Santiago.
La luna salía, flotaba sobre el ambiente una calma chicha, sólo en la lejanía el fragor del combate y el canto de los grillos. Pasé Río Frío, lugar temido por los transeúntes, con su cuartelito siempre lleno de rurales abusadores. Me acercaba a la ciudad por el este, por el camino viejo que sale al centro de la Colonia Española. A mi derecha vislumbré una casa a oscuras, era una buena casa. Supuse que tendrían medios para llegar al pueblo, sólo faltaba un rato de camino. Detuve el vehículo, me bajé y toqué en la puerta. Nadie contestó. Lo hice más fuerte, una voz de hombre desde dentro dijo: ¿quién es? contesté: abra sin temor que es el Ejército Rebelde. Sacaron la tranca y un hombre entrado en años abrió la puerta. Al ver nuestras barbas respiró aliviado y nos invitó a pasar. La madre y el niño habían quedado en el jeep. Le expliqué la necesidad que teníamos y la urgencia del caso, llamó de inmediato a un hijo que no habíamos visto y lo conminó a que ensillara tres caballos. Este, un mocetón gordito y rubio, lo hizo con presteza. El viejo se vistió, montamos al matrimonio en las bestias y acompañados por este noble gallego salieron. La ciudad estaba muy cerca, los tres jinetes se nos perdieron en la curva del camino y en las sombras de la madrugada, regresamos tristes y hablamos muy poco.
Después de terminada la guerra supe que en aquella madrugada, antes de llegar a Guantánamo, aquella criaturita había muerto. Luego fui Jefe de la División de Manzanillo, pensé ir a verlos. Ellos en Santiago hicieron en aquel dramático momento declaraciones a la prensa del dictador y dijeron que los rebeldes habían hecho todo lo posible por salvar la vida de su hijo.
Después volví a Manzanillo, hasta viví un tiempo allí, pero no tuve coraje para visitar a aquella gente ¿para qué remover dolorosas heridas?

Las canequitas  
 Los guardias estaban subiendo por el camino de Cupeyal. Yo recibí una notita del compañero Eloy Paneque conocido por  Bayamo, que era el jefe de otra avanzada y me fui a ver a  Abelardo Colomé, Furry,  que estaba en Yambeque.
Salí al camino, estábamos en el molino de Julio García. El lugar estaba desierto y un silencio inusual, ni siquiera el sonido de los pájaros, monté en el caballo y emprendí la marcha. El animal no tenía ni buen ni mal paso.
Al cruzar el río, a la derecha, estaba la casa de  Salustiano, metida para adentro, un gallego con una bonita hija que casi no dejaban ver, Almita de nombre, igual que el lugar donde estábamos, El Alma.
Al poco rato de marcha pasé por la casa de una mujer,  una jamaiquina  amante de  un personaje de la política local. Era banquera de bolita y la casa estaba cerrada como siempre. En el aire había un no sé qué de tensión y soledad.
Aquel mediodía no encontré a nadie en el camino. Yo iba siempre atento a lo que pudiese aparecer delante, lo más probable era el Ejército de Batista, pues la última avanzada en esa dirección éramos nosotros.
Como a la hora llegué al campamento de Furry, él,  con varios compañeros,  acababa de llegar de una marcha larga, no recuerdo de dónde. Le enseñé la nota del compañero  Bayamo donde decía de juntarnos en Loma Blanca para emboscar al ejército.
Así las cosas, me retiré a mi campamento. Esto no pudo ser, pues ya los guardias habían sobrepasado este punto. Las órdenes que recibimos eran retirarnos hacia La Juba, lugar donde estaba el mando de Raúl. Al llegar, ya Tomé, que era mi otro compañero, me esperaba para partir, sólo éramos tres, faltaba uno, supusimos que se había marchado y así fue, después nos enteramos que desertó, un tal Oscar.
En el camino nos fuimos juntando varios hombres de diferentes avanzadillas. El camino se perdía loma arriba. Corrían noticias alarmantes, como que el ejército enemigo estaba realizando una gran ofensiva y los “mau – mau” de Raúl se batían en retirada hacia la Sierra Maestra.
En realidad el enemigo había penetrado hasta Limonar de Monte Ruz y se había detenido en La Colonia; no sé de dónde salieron las bolas, pero de verdad el ambiente era de desmoralización. En el caso nuestro no teníamos un jefe inmediato, éramos solo un residuo de la tropa guantanamera que se había quedado en ese punto, como una pequeña guarnición. Nuestro jefe, el capitán Toto Lara y la tropa habían sido enviados a otro lugar. En esta marcha no sé quién asumió el mando, creo que Furry.
 Al llegar a la loma de las Siete Curvas pidieron voluntarios para quedarse con un boniato, así le llamaban a una mina de mecha. Yo me brindé, también uno que le decían El Barberito de Guantánamo y además otro compañero, que no recuerdo su nombre. Nos entregaron la mina casera inmensa y una batería de automóvil. La gente se marchó. Detrás de nosotros nadie, éramos los últimos, hicimos un hueco en el centro del camino y sembramos nuestra carga de muerte. La enmascaramos lo mejor que pudimos, quedó bien disimulada pues había canarreos y camellones de fango del paso de los vehículos, por las recientes lluvias, y en aquel casi doloroso silencio nos sentamos a esperar.
El lugar era bueno para un boniato, pero no para quién lo pusiera, era un camino estrecho, en una subida, en la falda de una gran loma, pero la huida loma arriba casi encima del camino era muy difícil; además, el cable eléctrico era bastante corto, casi salir de allí era un milagro. Sabíamos también que el ejército cuando avanzaba lo hacía tambien por los laterales, con extrema flan guardia, por tanto, si escapábamos era un milagro, o que Dios y la Virgen María simpatizaban con los rebeldes.
Nos sentamos en la falda de la loma, a menos de 15 ó 17 metros, a esperar al ejército. No teníamos siguiera agua, no sé desde cuándo no comíamos o tomábamos algo. Los vecinos todos habían evacuados, no había un alma por todo aquello.
Ya por la tardecita sentimos pasos que se acercaban por el camino real. Esperamos. Podía tratarse de un animal suelto, o de un espía. Al acercarse vimos que era un hombre montado en una yegüita, evidentemente un campesino. A los guardias o los chivatos los olíamos, siempre algo del militar o del traidor se les salía. La bestia tenía dos alforjas de saco de yute. Sentimos un tintín de botellas dentro, le dimos el alto. Al preguntarle por el ejército nos dijo que habían llegado hasta La Colonia, que tal vez avanzara un poco más pero que por la hora era difícil. Le preguntamos si llevaba agua puesto que por allí no existían viviendas. Dijo: “como líquido solo estas canequitas de crema de cacao y crema de banano” y nos obsequió con un par de ellas. Con el hambre que teníamos aquel líquido dulce nos supo a gloria, nos las tomamos en un santiamén, la borrachera fue grande.
El campesino hacía rato ya que se había marchado. Nos pusimos a vociferar en el medio del camino a viva voz “¿dónde están los guardias? tráiganlos, que suban, que los vamos a destoletar”, así hasta que nos sentamos y nos dormimos. Repito que Dios es Fidelista pues si llegan a subir los guardias nos asesinan a mansalva.
 Al oscurecer llegó un mensajero, nos ordenaban subir para La Juba. Tuvimos que cargar con aquella inmensa mina y de contra la batería o acumulador  de camión.
Yo lamentaba que no hubiesen subido para no tener que cargar estas moles.
Casi al llegar nos encontramos con Borof (el moro) y Fernando Ravelo, que estaban emboscados en el camino. Se asombraron de verme vivo, pues el desertor les había dicho que los guardias nos habían matado y en el caso mío él vio que habían tirado mi cadáver en un pozo.
En ese momento  llegó el comandante Efigenio Amejeira con su tropa,  nos reunieron a todos, nos arengó y nos dijo pendejos, bien dicho, yo no quise decirle de la aptitud de nosotros tres, se lo dije muchos años, después, caminando a la orilla de un arroyo holguinero. Su gente partió para la Colonia a hostigar al ejército, se sacrificó una vaca, ya tarde en la noche, me comí un buen pedazo junto a mi amigo Raúl Vázquez y conversando me dormí sobre la hierba mojada del rocío, sin saber que en ese momento en la pista de Tres Piedras en la Base Naval de Guantánamo cargaban los aviones B 26 de Batista las bombas que lanzarían sobre nuestras cabezas.
 Al amanecer nos despertó el bombardeo de los aviones y ametrallamientos en vuelos rasantes, nos protegimos en un área de unos grandes árboles, al terminar me enteré que a mi compañero de la mina,  El Barberito, le cayó una bomba encima, o un Roket que lo desintegró y sólo quedó de él un huesito muy pequeño en una tela metálica. Se llamaba Ramón Hernández era del grupo de Miguel Beltrán y de Guicho Herrera. Esto  fue  29-30 de mayo de 1958

El chino de ultramar  
Corría el año 1960, me encontraba en Matanzas, como responsable de la Milicia Nacional Revolucionaria. Mi amigo Ricardo Vázquez,  persona madura, viejo militante del Partido Socialista Popular (PSP) y poeta de décimas, crítico e historiador, me comunicó de la actuación, en nuestra provincia, del conjunto de fama mundial: “La Opera de Pekín”, también que yo era miembro del comité de amistad Cubano-China y de la comisión de recibimiento, que debíamos ver a algunos de los chinos residentes en la ciudad para que asistieran al acto de bienvenida; que, además, se necesitaba un traductor pero que ya él lo tenía resuelto. Nos fuimos a ver al dueño de un conocido restaurante fonda “El Pekín” que estaba en el centro de la ciudad. Llegamos al lugar, nos acercamos al mostrador atendido por un chino joven al que preguntó Ricardo: “por dónde anda Agustín”, pensé debía ser el nombre cubano del dueño. El chinito, sin ningún acento, dijo: “esperen un momento”, empujó la puerta de muelles de la cocina, de donde salió un agradable olor a verdura y especias aromáticas. Pude ver a varios chinos con unos grandes gorros y delantales blanco moviéndose entre humo, ollas y con cucharones en las manos; al momento salió un chino de aspecto agradable de mediana edad y al parecer muy jovial por su gran sonrisa, nos señaló cortésmente unas de las mesas vacías a esta hora, invitándonos a sentar, así lo hicimos, nos preguntó si deseábamos tomar algo, Ricardo le dijo: “no gracias, el asunto que nos trae es breve”, el chino se sentó a escucharnos. Ricardo, con su voz de barítono le dijo: “Agustín, en breves días nos visitarán paisanos tuyos de La Opera de Pekín y quisiéramos que tú, como presidente de la sociedad china, asistieras con los demás chinos al recibimiento de tus compatriotas. El chino perdió la sonrisa que hasta ese momento lo acompañaba y casi colérico se paró como un resorte y muy rápido que casi no se le entendía nos dijo: “nosotlo son Kumitan”, y se fue. Yo me quedé en blanco, Ricardo se levantó y me dijo: “vámonos”, salimos a la calle y el muy bribón empezó a reír, le pregunté qué pasaba, por qué el chino se puso tan bravo, me dijo: “chico, olvidé que estos cabrones son del Kuomingtang, (Kumitan”), yo seguía sin entender y le dije: “oye, explícame”, entonces me dijo que era el partido nacionalista (contrarrevolucionario) del general Chiang Kai Shek de Taiwán, Formosa, entonces yo me reí también, parecía una broma.
 Llegó el día y recibimos a la delegación con flores frente al teatro Sauto, le pregunté a Ricardo por el traductor, me dijo: “ya llegará”, abordamos los ómnibus y los llevamos a visitar una granja agrícola en Carbonera, en la misma carretera a Varadero, yo seguía preocupado por el traductor. Con los visitantes, que eran numerosos, muy jóvenes y las chinas muy bonitas y agradables, llegamos al motel Oasis.
En la entrada del balneario, cuando empezamos los trámites de alojamiento en carpeta, por fin apareció nuestro intérprete, un chino de mediana edad, alto, anacrónicamente llevaba un sombrero de pajilla que estuvo de moda por los años 40, le acompañaba un chinito de 12 ó 13 años, evidentemente su hijo. A pesar que la delegación traía dos muchachas traductoras, la comunicación no resultaba fácil, estas no poseían un dominio amplio del hablar cubano; al llegar José, nuestro interprete, sentimos un alivio, todo ahora sería más rápido, llamamos a los responsables de la delegación visitante y a las traductoras, para empezar le dijimos a José que les preguntara qué les parecía el lugar. Aquí empezó la cosa, comenzó un diálogo que ya llevaban varios minutos y yo pensaba que para preguntar esta nimiedad no había que usar esa cantidad de palabras larguísimas; nosotros, esperando la traducción, pensando que algo había pasado, nuestro chino se iba alterando, José hablaba con el chinito en español, por fin le digo José pregúntale lo que te dije, entonces se vira hacia ellos y les dice alto en el español: “chino que hablaba, chico ellos decil tú cómo sentil valadelo”. Claro que los chinos se quedaron en blanco, entonces se vira para nosotros y nos dice: “chico, estos chinos no entienden”. Hasta aquí llegó la corta carrera de José como traductor, después supe que José era de Cantón y los visitantes de Pekín y aunque escriben igual lo hablan diferentes, el chino nuestro hablaba el cantonés que es un dialecto.

El paseo
Yo sabía que se estaban haciendo gestiones con los checos para adquirir algunos aviones pequeños para el arrastre de planeadores. Una tarde me llama Celso, que estaba a cargo de la aviación en la organización a la que pertenecíamos, para decirme que habían llegado unos pequeños Vilgas modernizados y que venía a Holguín para probarlos y que yo los viese, que seguro me iban a gustar. A los pocos días cumplía. Su llegada acá coincidió con una actividad de paracaidismo deportivo que estábamos realizando en nuestro pequeño aeropuerto de Limpio Chiquito.
El Vilga, una pequeña avioneta con capacidad para cuatro personas, con el panel de instrumentos todo digitalizado, no se parecía en nada a los rudimentarios Pipper Cub que yo conocía de mi juventud. Aterrizó con elegancia en la pista. La noticia de la llegada de este avioncito fue una novedad para los pilotos de combate de la cercana Base Aérea.
Después de un rato del aterrizaje se nos apareció el gordito piloto de un AN 26, equipado como caza huracanes, que estaba desde hacía varios días en Holguín volando a diario por el mal tiempo que había por el Caribe, este avión se metía dentro del fenómeno meteorológico para tomar los datos del tiempo. Con Celso al lado quiso probar el Vilga  y dio una vuelta con personal de su tripulación; al aterrizar le entró muy alto a la pista, pero aterrizó, se retiraron de lo más contentos. También yo había invitado a un compañero dirigente a verlo pero este tuvo que salir hacia la playa de Guardalavaca. Al comentárselo al piloto me dijo: “No hay problema, vamos a enseñárselo desde el aire”.
Con la perspectiva de un paseo invité a mis dos hijas de 12 y 13 años que estaban viendo los saltos de paracaidismo. Abordamos la pequeña nave y remontamos el vuelo. Pusimos rumbo a la ciudad, le dimos un pase bajo a la  Base Aérea, donde sabíamos se encontraban los pilotos militares en unas clases, en la misma pista de aterrizaje. Esto era una novedad, ya que sólo como aviones pequeños conocían los AN-2 de fumigación y los adaptados al lanzamiento de paracaidistas que teníamos nosotros y algunos pocos modelos capturados con marihuana o drogas. Las avionetas sólo la conocían los que habían estado en misiones internacionalistas o por fotos. Saludaron con las manos, los dejamos locos pues el avioncito estaba de lo más bonito Luego volamos sobre la ciudad, la Loma de la Cruz y el reparto donde vivíamos y así pusimos rumbo hacia la playa.
A los pocos minutos de vuelo aparecieron en el horizonte la Bahía de Naranjo, la casa de protocolo, la tiburonera que se construía. Luego giramos levemente a la derecha, siguiendo toda la línea de la costa encima de los arrecifes, y salimos a la playa.
Desde el aire la vista era magnífica, dimos un par de pases bajos y saludamos al compañero que ya estaba avisado, en el portal de una casa. Al terminar la exhibición pasando por encima del lomerío, había viento y nos sacudió un poco. No habíamos tenido tiempo para que me indicara nada del avión, ni yo lo había pulseado, quiero decir, coger su timón. Mi hija, la menor, empezó a vomitar. Aquello fue tremendo, estaba pálida, ella que es bien trigueña. Un olor fuerte en aquel pequeño lugar, con el olor a nuevo que tenía la cabina, y el olor del vómito, era terrible. Ella ya no quería nada, sólo estar en tierra. Enfilamos a nuestro punto de partida y a los pocos minutos, que me parecieron interminables, tocábamos tierra. Me dispuse a limpiar todo aquello y así lo hice.
Al terminar, Celso me dijo: “Me voy”, yo le dije que se quedase y saliera por la mañana, que era un poco tarde para un vuelo largo. Él calculó y me dijo: “Mira, si salgo ahora con tres horas de vuelo llego con tiempo y con alguna luz natural, el oscurecer me coge aterrizando en San Nicolás de Bari” y yo le digo: “Pero vas presionado por el tiempo”, pero no hubo forma de convencerlo. Nos despedimos y despegó hacia la capital.
Otras tareas ocuparon mi mente. Al otro día, al entrar a mi oficina, me entero de la noticia: El Vilga aterrizó con luz natural, según los cálculos del piloto. Él estacionó la avioneta y tranquilamente montó en su moto, que había dejado en ese lugar, y salió rumbo a su casa. Durante el trayecto se sintió mal, se detuvo en una gasolinera donde lo socorrieron, fue trasladado al hospital a donde llegó sin vida a consecuencia de un derrame cerebral. Yo pensé: “Bueno... ¿y si esto hubiera ocurrido unas horas antes... qué?

El vuelo
La aviación siempre me gustó, desde pequeño hacía pequeños campos de aterrizaje en el patio de mi casa y avionetas de alambre, también coleccionaba fotos de revistas con aviones de la segunda guerra mundial: cazas de combate AT-6, B-26 hasta las superfortalezas volantes B-29.
No perdía una película que fuera de aviones. Mi aspiración de volar se cumplió cuando entre un grupo de muchachos le compramos a un marino americano, de la Base Naval, un pequeño PIPER-CUB J-3 biplaza por un precio irrisorio. Volaba pero había que hacerle varias cosas, y sobre todo en el forro de lona de estos aviones. La teníamos en el viejo aeropuerto de Santa María, al lado del río Guaso.
Todas las tardes religiosamente nos íbamos, a pie o en bicicleta a trabajar en la avioneta con la ayuda de un viejo piloto amigo, pues los cuatro dueños volábamos y lo hacíamos sólo por placer. El cliente de turno que solicitaba los servicios de nuestra aviación ponía la gasolina y nos remontábamos entre las nubes. Una torneé por encima de nuestro pueblo, por casi nada, tampoco podíamos ir mucho más lejos porque siempre andábamos corto de combustible.
La pista de Santa María era de césped, que permitía el aterrizaje de aviones de medianos portes. Había una pequeña casa estilo norteamericano con ventanas de cristales, toda pintada de blanco y también la cerca de madera que rodeaba el aeropuerto. La mayoría de los pasajeros eran norteamericanos. Todos los días aterrizaba un avión Douglas DC-3, procedente de Santiago de Cuba, que volaba a casi todos los lugares más o menos de importancia de la provincia. Estos aviones de dos motores podían tirarse en cualquier pista que guardara las mínimas condiciones, eran aparatos muy fuertes y maniobrables. En esta época no existía todavía la carretera a Santiago de Cuba. A nuestra aviación los pilotos de cubana la habían bautizado como el “Terror de los Pitirres”.
Existía un sinnúmero de pequeñas pistas, de 300 a 500 metros, en prácticamente los patios de las casas de los dueños de estos pequeños aparatos, en casi todos los caseríos de la zona montañosa. Estos aviones servían de taxis aéreos, los pilotos eran hijos de pequeños terratenientes, con un nivel de escolaridad que les permitía volar los pequeños aviones y por lo regular eran muy buenos choferes aéreos, que volaban visualmente, conocían el territorio muy bien, sacaban enfermos y otras urgencias tirándose y despegando en pistas muy difíciles entre lomas; volaban a Guantánamo, Santiago y a Bayamo donde estaba el aeropuerto de Vega. Allí existía un taller con piezas de repuesto nuevas y de uso para estos aparatos, la gasolina la adquirían en cualquiera de estos lugares.
En Bayamo había un tráfico de estas pequeñas naves por ser una zona arrocera, y utilizarla en la fumigación; asimismo en la zona de Río Frío, en Guantánamo, existía una pista donde los DC-3 cargaban ganado para los EE.UU. y en ocasiones venían Cesnas bimotores y otros aviones procedentes de ese territorio, de personas particulares o amigos de los gringos de la compañía Ermita.
Nuestra pequeña aviación duró hasta que una mañana uno de los dueños voló a la pista de un amigo que tenía una avioneta del mismo tipo en Yerba de Guinea, al pie del cerro, para buscar una pieza que nos hacía falta. Al regreso el motor empezó a fallar y en las cercanías de Cabañas, volando a muy baja altura, no pudo llegar al camino real y tuvo que hacer un aterrizaje forzoso encima de un campo de caña. Hasta allí llegó nuestra línea aérea, pues no pudimos sacarlo por lo costoso de la operación y los pilluelos de la zona completaron el resto.
Al pasar de los años encontrándome de Presidente de la Sociedad de Educación Patriótica Militar (SEPMI) tenía basificados tres AN-2 de fabricación soviética (avión feo, pero duro y noble), y era la pequeña pista de fumigación de Limpio Chiquito en Holguín la que se utilizaba, fundamentalmente, para la preparación de paracaidistas.
En ocasión de una reunión en La Habana y la necesidad de recoger un Delta Plano, invité a mis homólogos de Bayamo, Las Tunas y Camagüey a viajar conmigo. El piloto estaba adiestrado para fumigación y con experiencia de un vuelo a la capital. Coordinado todo salimos como a las 8 de la mañana de un fuerte verano de la pista de Limpio Chiquito; a los 20 minutos de vuelo aterrizamos en Las Tunas, luego en Camagüey y después emprendimos rumbo a la capital del país.
El vuelo transcurrió sin novedad. Desde nuestra altura divisábamos aviones de fumigación en plena faena y a alturas superiores los de Cubana en sus vuelos a las provincias orientales. Escuchábamos por la radio al cruzar nuestros corredores aéreos las conversaciones de los aviones extranjeros con los controladores aéreos de Boyeros. El vuelo transcurrió con buena visibilidad y viento en calma, apoyándonos en el radio faro de Punta Alegre y otros a lo largo del país para la  ayuda a la navegación aérea. Yo venía como copiloto, pero realmente no hacía nada más que contemplar el maravilloso paisaje de la isla. A las dos horas y media con un viento de cola aterrizamos en San Nicolás de Bari.
Después de terminar el asunto que nos llevó a la capital, al otro día planificamos el regreso, pero por causa de un compañero, que buscaba unos benditos mangos, nos atrasamos y por fin salimos casi a la una de la tarde. El avión arrancó el motor, taxeó hasta la cabeza de la pista, el piloto dio todo el gas, comenzó a impulsarse con un ligero toque del timón hacia atrás, las ruedas perdieron contacto con el suelo y fuimos tomando altura y alejándonos de las instalaciones y del poblado de San Nicolás; un giro a la derecha, siempre tomando altura y enfilamos rumbo a Oriente.
A los pocos minutos de vuelo apareció en el horizonte la Ciénaga de Zapata, nos dirigíamos rumbo a Cienfuegos para cruzar el macizo montañoso del Escambray, entre Cienfuegos y el mar.
Al adentrarnos un poco en la Ciénaga, se nos presentó una cortina de nubes que tenía una altura tremenda y llegaba casi hasta el suelo. Después de una breve consulta con el piloto, decidimos virar e irnos por el norte de la isla, por Isabela de Sagua.
Hicimos un giro de 180 grados, bordeamos el Escambray en su profundidad y volamos hacia el norte. A los pocos minutos apareció una especie de cortina como si fuera una sábana blanca a una gran altura y un techo bajísimo que no nos permitía adentrarnos en aquella masa de nubes en un aparato que no estaba equipado para la navegación por instrumentos.
Le recomendé al piloto virar para San Nicolás, pero me dijo: “vamos a hacer un pequeño intento otra vez por el sur”. Ya encima nuevamente de la Ciénaga se metió en un pequeño túnel de nubes que vio, tratando de salir al otro lado.
De momento nos vimos metidos en aquella mole blanca y el hombre perdió la orientación, no sabíamos qué hacer, hicimos un giro a la derecha huyendo del Escambray y nos adentramos en el mar, pero la falta de visibilidad se mantenía.
El hombre empezó a sudar, yo le hablaba calmado para que no cundiera el pánico, pues si no nos jodíamos.
El miedo mío era perder la costa. Por fracciones de segundo la divisé a mi espalda y muy calmado le digo: “gira a la derecha”. A los pocos minutos la divisamos mal, pero sabía que estaba abajo, ahora el asunto era saber dónde estábamos y no chocar con la montaña. Adivinando, le indiqué: “ahora hacia la izquierda, suave”,  y por un pequeño hueco divisé lo que me pareció la Laguna del Tesoro y le dije: “tírate por aquí para abajo”, el hombre lanzó la máquina por el hueco que le indiqué y al momento pudimos observar la laguna con todas sus instalaciones. Nunca me pareció más bonita. Aquí, ya orientados, enfilamos para San Nicolás. Cuando aterrizamos los compañeros nos salieron al paso, pues estaban preocupados por el estado del tiempo.
Esa noche dormimos allí y al otro día bien temprano despegamos sin novedad, sólo que al entrar a nuestra provincia volamos bastante bajo pues los MIG estaban en el aire. ! Vaya con los mangos aquellos!

FAR 53  
Entre los alumnos de aviación de los primeros años de la Escuela de Baracoa, había un magnífico compañero del Ejército Rebelde que ya soleaba, o sea volaba solo.
Un día cuando realizaba un vuelo de entrenamiento en un AT6, Habana-Varadero, sin el instructor, este avión no tiene radio compás para orientarse, creyéndose encima del famoso balneario se comunicó con la torre con el diálogo siguiente:” Varadero, Varadero, aquí FAR 53”, le respondieron: “FAR 53, FAR 53, aquí torre de Cienfuegos”, a lo que él respondió: “oye, chico, cómo tú me vas a decir que eso es Cienfuegos, te habla el capitán Fulano de Tal, eso es Varadero”, de la torre respondieron: “mire, compañero, usted podrá ser el capitán Fulano de Tal, pero esto es Cienfuegos:” Nada, cosas que pasaron sin mayores consecuencias.

Linda  
Después de terminada la guerra fui designado jefe de la gran guarnición de Adis Abeba, la capital de Etiopía. Un día encontrándome en la embajada cubana vi a una negra ya entrada en años que hablaba un poco enredado el español y se ocupaba de cuestiones de servicio. Fuimos presentados y con el correr del tiempo hicimos una buena amistad. Los fines de semana la visitábamos, hacía unas comidas con toque cubano, italiano, etiope; su casita se encontraba en una altura de la ciudad con una bonita vista, su marido era un italiano muy agradable y simpático que junto a otros de sus paisanos tocaba en un pequeño grupo musical en una sociedad de personas de esta nacionalidad, que habían permanecido en el país y echado allí sus raíces cuando Italia fue derrotada en Etiopía.
Linda le había dado a su casita un toque especial, era un rincón de recuerdos. Había quedado viuda hacia muchos años y tenía una hija en los Estados Unidos de su primer marido. Me contó cómo cuando gobernaba el emperador Haile Selassy traían de una región apartada unas muchachitas bonitas de 12 ó 13 años a uno de los palacios, las sacrificaban en las aguas de una piscina y este hombre se bañaba en ella, después gente escogida por él lo hacía, era todos los años para conservar según su creencia,  la juventud eterna. Ella había conocido a una que pudo salvarse por la muerte oportuna de este Dios viviente, según la creencia popular.
El viejo italiano calvo y delgado tocaba la guitarra y cantaba viejas melodías en su idioma natal, extrañas a nuestros oídos, le gustaba mucho oír La Guantanamera, había hecho una canción a Cuba y soñaba con venir a la isla.
La historia de ambos era original: él había sido reclutado en su pueblito de la campiña italiana a la fuerza cuando la Segunda Guerra Mundial, le dieron una breve instrucción militar y lo destinaron a tocar en una banda militar de una de las divisiones italianas destinada al frente. Ya en territorio ruso había caído prisionero de los soviéticos, pero logró escapar, fue capturado esta vez por los alemanes y nuevamente se escapó. Así, huyendo de los rusos y de los alemanes, ayudado por las gentes, hizo un peregrinaje por varios países hasta que le hablaron de este país africano donde había una colonia italiana que podían ayudarle. Llegó, conoció a Linda y se quedó definitivamente en este lugar, nunca volvió a Italia.
Ella había nacido hacía sesenta y tantos años en Batabanó, provincia de La Habana. Muy jovencita, casi una niña, conoció a un médico veterinario etíope que andaba por estos lares, se casaron y se despidió de su país para siempre. Estuvo un tiempo en los Estados Unidos hasta que él se radicó en su patria. Aquí Linda no volvió nunca más a escuchar su lengua materna y pasaron demasiados años, soñaba y pensaba ya en amárico, pero nunca olvidó sus raíces. Al quedar viuda tuvo que realizar trabajos de todo tipo. Un buen día el país fue invadido por los somalos y una mañana le dijeron que había por el Ethiopian Hotel unos cubanos. Oírlo y coger su microscópico carrito para hallarlos y partir para el lugar fue cuestión de minutos. Entró al lobby del hotel y vio a un grupo de hombres blancos conversando. Algo en ellos le fue familiar. Se acercó y al escuchar la lengua materna, su lengua, rompió en llanto. Quería hablar y no podía, no le salían las palabras y cuando salieron, algunas no se le entendían. Los compañeros, que eran diplomáticos, no entendían lo que esta mujer les decía, pensaron que era una loca, el personal de la seguridad del hotel quiso sacarla pero los compañeros se lo impidieron. La sentaron y uno de ellos le dio un vaso de agua. Ya más serena les dijo: “Soy cubana”. Tras unos segundos de vacilación, la abrazaron y entonces sí lloró en el hombro de unos de ellos. Ya más serena, les contó su historia.
Cuando ya hizo contacto con nuestra gente les sirvió de guía e intérprete pues tenía dominio de las lenguas y costumbres, el amariña lo hablaba como una etíope. La confundían siempre con una nativa del país. A nuestra gente, los negros cubanos, no le pasaban inadvertidos, pues siempre sabían que eran extranjeros.
Después de terminada la guerra, algún tiempo después, se cumplió el sueño de Linda: ella y su marido vinieron para Cuba y no supe más de ellos.

El idioma
Esto del idioma tiene sus cosas y en ocasiones hasta simpáticas. Recuerdo que cuando pasé la Academia de las FAR llegó un nuevo traductor armenio. Era un tipo casi jabao, muy simpático, otros cubanos ya le habían enseñado a decir cosas, dicharachos como negüe, gao, etc. Nosotros para fastidiarlo le decíamos: “dime cúmbila, asere, boncó, sumé está acurralando en demasía, pírate pal gao, que la yénica está en la tea con la jama”, esto quiere decir en chuchero, caló; amigo no trabajes tanto y vete para tu casa que tu mujer te espera y está mal con la comida. Él decía: “por favor, hablen cubano que no entiendo nada: “Le replicábamos: oye, dónde aprendiste tú español, no sabes nada”.
También una mañana en Leningrado me asomé y vi por la ventana un hombre encaramado en una escalera que ponía en las puertas unos crespones negros y me pregunté qué había pasado. No hablaba ruso y mis compañeros habían ido a conocer la loma de Mamai, no regresarían hasta por la tarde y a mí, por decir que no me encontraba bien, a los cinco minutos se me apareció un médico militar que me recomendó cama, pero la curiosidad pudo más y bajé al lobby. Me senté y en esto se acercaron dos mujeres y tres hombres, ellas en trajes sastres oscuros trigueñas, bien podían ser armenias o de otras nacionalidades, soviéticas, allí hay gente muy parecidas a nosotros, pero en eso las oí hablar y me percaté que eran mexicanos. Uno de ellos se sentó junto a mí. Yo miraba una revista rusa, él no decía nada, lo miré y le dije: “¿mexicanos, no?”. Él abrió grandes sus ojos y me sonrió: “claro, hombre, mexicano y usted, seguro que cubano, pues ya anoche me dijeron que había cubanos en el hotel”. Le pregunté qué significaban los crespones negros que estaban poniendo en los comercios y me dijo que él había preguntado y le dijeron que Ho Chi Ming había fallecido, que simpatizaba mucho con Cuba, pues los cubanos eran unos boludos y les habían dicho cuatro cosas a los yanquis; él era ingeniero y trabajaba para estas cuatro personas que acompañaba, que eran los dueños, entre otras cosas, de una fábrica de cemento y andaban en la compra de maquinarias. Me decía que era amante del alpinismo y lo practicaba, quería saber si en Cuba lo hacíamos. Le expliqué que nosotros no teníamos montañas con estas características. Las mujeres me miraban, al igual que los hombres, pero el único que me habló fue el ingeniero.
Una vez cuando bajaba en un ascensor en Praga, en uno de los pisos montaron dos mujeres rubias que hablaban español. Una le decía a la otra: “ya le dije al cabrón del mozo que bajase las maletas, la puta de su madre”, con un claro acento argentino. Cuando llegué a mi piso al abrir la puerta les dije: “adiós, señoras”. Ellas se quedaron asombradas.
 En otra oportunidad, estando yo en un cine en Moscú con otro compañero, entusiasmado con la película exclamé: “pero qué hijo de puta, qué maricón”, me tocaron por detrás, era una pareja ya anciana, y con un evidente acento español me dijeron: “¡eh, mozo, chapea bajito!”.
Estas son las cosas del idioma, cuando uno cree que nadie lo entiende siempre hay alguien que lo habla.

La yagüita
 Se celebraría el Primer Congreso del PCC y yo había sido seleccionado como delegado por el Cuerpo de Ejército de Holguín, y nos fuimos a Santiago de Cuba después de una emotiva despedida de la población en la estación central de trenes.
 Abordamos un coche que tenía un letrero que me llamó la atención: decía MINFAR Baracoa, lo que tendía a confundir, pero lo que señalaba era que el vagón estaba destinado a ambas delegaciones. Arrancó el tren y se impuso de inmediato el carácter nacional: nos pusimos a buscarle la boca a los baracoesos.
 Resulta que yo soy de Guantánamo y siempre estaba con estas bromas del regionalismo, por el aislamiento que antes tuvo este lugar: que si los baracoesos rompían cocos con las manos, que si montaban en buey y, así, todo relacionado con el coco.
El comandante Pancho González estaba cantando rancheras, de momento se me sentó al lado y me dijo: “estos salaos creen que me están vacilando haciéndome cantar rancheras y quien los está vacilando soy yo, a ti si te voy a cantar aquí bajito las últimas que me aprendí” y me disparó una sarta de rancheras de los Tigres del Norte.
Entre ranchera y ranchera las bromas con los baracoesos seguían. Devorábamos kilómetros en aquel tren especial, ya las bromas estaban al rojo vivo, entonces se paró Carlos Cruz Samada, el más viejo y serio de todos nosotros y dijo: “bueno, ya está bueno de fastidiar a los compañeros, ustedes están equivocados, pues ya Baracoa está saliendo de su atraso, está progresando, hasta una fábrica de helado pusieron, un Copelita con barquillas y todo, fíjense que un campesino amigo mío bajó de la loma al pueblo y al regreso le decía a su mujer: “Cacha, ya pusieron una fábrica de cucuruchitos fríos y son tan ricos que hasta la yagüita de afuera se come”.
Aquello, como es de suponer, se fue abajo: “hasta los baracoesos se rieron”.

El guajimapa
 El sargento Caballero era un tipo muy simpático, hoy ya es un coronel retirado. Resulta que se había realizado una infiltración por la zona de Baracoa y Caballero estaba también en la operación. Todavía a esas alturas muy pocos conocíamos de mapas, escalas y coordenadas, recién comenzaban las escuelas militares. El sargento estaba caminando por una zona alejada y le informan que el  Jefe del Ejército, el Comandante Jiménez Lage, quería hablar con él por el R-105. Se puso los audífonos y se desarrolló el siguiente diálogo:
Jefe, adelante, aquí Caballero que lo escucha.
Caballero, dime por el mapa 1 en 50 mil las coordenadas donde tú estas.
Caballero titubeó solo un segundo y contestó:
Jefe, imposible dar coordenadas pues lo que tengo es un GUAJIMAPA, repito un GUAJIMAPA, (se refería a un guajiro de práctico).

El susto
Estábamos desarrollando un entrenamiento en la dirección de Banes, exactamente sobre Antilla, era un ficticio desembarco enemigo. Por nuestra parte participaba un buen número de personas, técnica de combate, vehículos de los estados mayores de las divisiones y de la plana mayor de los batallones, artillería, etc.
Como en todos los ejercicios se había elaborado una cantidad de dinámicas que consistían en los movimientos y las situaciones por parte del enemigo, un ejemplo: a las 05:00h desembarcó un grupo de paracaidistas en la cuadrícula 65-90, el jefe que recibía esto analizaba la posible acción del enemigo, tomaba la decisión para su aniquilamiento, etc.
Todo esto era por los radios que poseían las unidades, los jefes de divisiones nos movíamos en los BTR con los estados mayores. Nos encontrábamos realizando la ofensiva final para lanzar al mar las fuerzas enemigas desembarcadas teniendo como eje central de la misma la carretera recta que va hasta Antilla cuando escucho por la radio dirigida al Jefe del Ejército el siguiente diálogo:” león, león, aquí tigre, aquí tigre, en este momento un avión desconocido aterrizó en la carretera”, repito: “avión desconocido aterrizó en la carretera”. “OK tigre, aniquilarlo sobre la marcha y continúen la ofensiva”. “León, león, esto no es una dinámica, es real, repito, real”. “OK, tomen las medidas, nos dirigimos a esa”.
Al llegar vi fuera de la carretera a un viejo bimotor Biscrat amarillo claro, aquello lleno de carros de combate, personal enmascarado, todo el mundo con fusiles, el ruido a lo lejos de las explosiones de imitación y dos negros jóvenes, más blanco que un papel. Al esclarecer el asunto resultó que eran dos empleados de una agencia de vehículos, venían de las Bahamas rumbo a Barbados y debido a un mal tiempo, con vientos y un cielo encapotado se habían desviado y se perdieron, entraron a la isla por encima del poblado de Antilla, al ver la carretera recta decidieron aterrizar para orientarse, pues no sabían dónde estaban. Cuando lo hicieron les salió al encuentro todo el ejército que por allí había, adivinaron que era Cuba por todos los cuentos terribles de nosotros que habían escuchado, se asustaron y trataron de levantar de nuevo el vuelo, pero un militar se les atravesó con un sidecar y se salieron de la carretera antes de que la nave alcanzara la velocidad de despegue, entonces se rindieron.
Aclarado todo, los trasladamos para Santiago por carretera y un piloto del Ministerio del Interior, el compañero Cléber, sacó el avión y lo llevó para Santiago de Cuba. Eran tiempos de avionetas piratas. Poco después, cuando mejoró el clima, los muchachos continuaron el vuelo a su destino, claro, el susto que se llevaron fue de padre y muy señor mío.

Personajes de mi pueblo  
En mi pueblo había gentes interesantes como el viejo Herrera que empezó a estudiar piano cuando tenía cerca de 70 años.  Otros pintorescos, como el doctor X, persona muy seria y respetada, Catedrático del Instituto de Segunda Enseñanza, que era médico, biólogo, químico y buen comadrón, que cuando atendía las parturientas tenían que buscarlo en coche porque en automóvil no montaba ni amarrado.
Este doctor, cuando ya resultaba anacrónico, usaba el sombrero de pajilla, el lacito y el chaleco. Hombre en extremo educado y elegante, su raya al medio, soltero empedernido, hablaba varios idiomas.
Un día en una clase de química, en el laboratorio, entre probetas y pomos, con la presencia de un numeroso grupo de alumnos, hembras y varones, a alguien se le escapó o lanzó un silencioso gas intestinal. Se descubrió por el olor. Embarazoso silencio, todo el mundo se miró, el profesor se paró muy solemnemente y dijo: muchachos, esto no es ácido muriático, ni ácido clorhídrico, ni tan siguiera ácido fénico, esto es un vulgar y mal oliente “peo”, ¡cochinos! se paró y abandonó la clase.
Existía otro personaje, digamos excéntrico, por no decir otra cosa, un médico ya maduro, hombre de más de 50 años, que tenía fama de cínico. Era un mulato bajo y gordo que se estiraba un poco  el pelo. Dicen que no era malo como médico, llamaba a todo el mundo “mi vidita”. Los cuentos sobre este hombre eran de madre y señor mío. Cuentan que un día en el viejo Hospital General lo buscaban por las salas con urgencia cuando por fin lo encontraron y le dijeron: Doctor, un caso de un niño en el cuerpo de guardia. Cuando el susodicho médico llegó y vio de qué se trataba dijo: ¡Caramba! me dijeron de un niño y es un negrito. Así de feo eran los cuentos sobre este hombre, que al final traicionó y se fue del país.
En la lucha contra Batista me lo topé en el monte, le seguía diciendo a todo el mundo mi vidita, mi vidita para acá, mi vidita para allá, nos veíamos varias veces. Un día conversando con él le pregunté, venga acá, médico ¿por qué usted le dice a todo el mundo mi vidita en vez de llamarlo por su nombre? y me contestó, chico, yo le digo así a la gente, mi vidita sólo por no decirles...hijos de puta.


EL SUBMARINO
 Basado en una historia real y algunos elementos de ficción


Introducción
Durante los años de la II Guerra Mundial, la Base Naval de Guantánamo jugó un importante papel para la defensa de Estados Unidos contra los submarinos alemanes en el Caribe. Guantánamo era la principal base de defensa de Florida y Texas. Diariamente y a toda hora botes PT, fragatas, destructores e hidroaviones Catalina patrullaban las aguas del Atlántico que sirven de ingreso al Caribe.  También servía como base de reparaciones gracias a sus diques flotantes también  los Estados Unidos establecieron, durante la guerra, una base aérea en San Antonio de los Baños, unos 20 km al sur de La Habana y otra en San Julián, cerca del extremo occidental de Cuba.  Además, construyeron un campo de aterrizaje en Camagüey, un apostadero para dirigibles en Caibarién y otro en la Isla de Pinos. El objetivo principal de todas estas instalaciones era la lucha antisubmarina.
Hemingway tenía la convicción sobre la presencia de submarinos alemanes que se abastecían de petróleo en la costa norte de Cuba durante la II Guerra Mundial (1939-1945).
Los alemanes tenían submarinos  que abastecían a otros submarinos los llamaban Vacas Lecheras, el destinado al Caribe llegaba hasta las Bahamas. Los alemanes venían  hace algún tiempo merodeando las aguas del mar Caribe. La guerra llegó al Caribe como un trueno en cielo claro.
En la madrugada del 16 de febrero, casi simultáneamente, varios submarinos alemanes hicieron su aparición frente a Curazao, Aruba y a la entrada del Lago de Maracaibo. Antes de que amaneciera, la refinería de Aruba había recibido el impacto de varios proyectiles disparados por un submarino y fue casi milagroso que no se produjera allí una catástrofe de incalculables consecuencias, siete buques petroleros habían sido torpedeados.  Pero no fue solo contra las rutas petroleras que se lanzaron los alemanes. Casi toda la producción de bauxita del Hemisferio Occidental se concentraba en las Guayanas británica y holandesa. Dos días después del ataque a Aruba, en la madrugada del 18 de febrero, un submarino entró, navegando en superficie, en el Golfo de Paria y torpedeó, frente a Puerto España,  a dos buques mercantes. Tres semanas más tarde, el 9 de marzo, otro submarino hundió dos buques frente a Santa Lucía.
Los submarinos alemanes hundieron en el Caribe 23 petroleros,  entre ellos varios mercantes cubanos, un total de  siete  entre 1942-1944: El Mambí, Libertad, El  Nicolás Cuneo, Manzanillo,  Mínima, 24 de Febrero y Santiago de Cuba.
Temprano en la mañana del 13 de Mayo de 1943 el "Mambí " fue torpedeado por el submarino alemán U-176 a 24 millas náuticas de Nuevitas y 6 millas náuticas de Puerto Padre, mientras se dirigía hacia el Estrecho de Maisí con destino a Manzanillo, en la costa sur de la Provincia de Oriente. Minutos antes el "Nickeliner", un tanquero norteamericano,  también fue el blanco de dos torpedos alemanes.
El capitán del submarino alemán Dirksen tuvo un golpe de suerte. Frente a la costa norte de Cuba torpedeó un pequeño tanquero norteamericano, el “Nickeliner”, el que se hundió a sólo cinco millas de la costa. Casi en seguida envió al fondo a un barco cubano, el Mambí, lo que le valió el ascenso al rango de “Korvettenkapitan”, del cual nunca se enteraría, ya que sin que él estableciera contacto con el centro de control de los submarinos alemanes en el puerto francés de Saint-Nazaire, sus superiores, enterados de su victoria, lo habían premiado apropiadamente.  Ambos buques integraban el convoy NC-18.
El buque  Mambí luego de que un  torpedo hiciera impacto en el  centro del buque donde se encontraba el puente y la chimenea, el "Mambí" se hundió rápidamente. Solamente lograron sobrevivir el capitán del buque, nueve miembros de la tripulación y un guardia armado. La única forma de  evitar mayores hundimientos era el sistema de convoyes. Pero la escasez de buques de escolta hizo que el número de hundimientos fuera tan grande en esos meses que la principal tarea fue el rescate de náufragos.
Hubo un momento en que había en Barbados tantos marinos sobrevivientes, que se agotaron los recursos del lugar para prestarles auxilio. Fueron torpedeados también  los buques cubanos el Libertad, Mínima y el 24 de Febrero, viejas naves de la empresa Wards Lines y la Flota Blanca, en total 78 marineros ofrendaron sus vidas.
Los norteamericanos pronto tomaron medidas para combatir las incursiones. De la isla salían productos para el continente, azúcar  y minerales además de otros, sus aviones y buques junto a los cubanos redoblaban las patrullas a 10 millas alrededor de la isla También construyeron  aeródromos para la lucha antisubmarinos, las que sirvieron también como puntos a los aviones que volaban desde aquí hasta Sudamérica y viceversa con pertrechos para las tropas en los teatros de operaciones con  abastecimientos.
La base de San Antonio de los Baños, la de San Julián,   en el extremo occidental de Pinar del Rio basificaban los aviones de la US Navy  y de la Base Naval. En Guantánamo salían casi a diario aviones de patrulla jrf-3, n 3 y n.2,  los que cumplían misiones de exploración y localización de sobrevivientes de los hundimientos provocados por los submarinos alemanes, los aviones tipos  j.2.f con bombas de profundidad salían de la base para combatir los submarinos.
La base se convirtió en un punto importante de aprovisionamiento y formación de convoyes
El 15 de mayo de 1943, una lancha caza submarino cubana el CS-13 cuter guardacosta, de 83 pies,  motor petrolero de 18 nudos a la altura de Cayo Mégano, al norte de Las Villas,  en el estrecho de la Florida hundió al submarino alemán U-176 cuando atacaba barcos mercantes, otro el de nuestro relato fue capturado por unidades navales de la Base Naval norteamericana de la bahía de Guantánamo, esta unidad era comandada por el alférez de fragata Mario Ramírez de la Marina de Guerra de Cuba. Luego este hombre comandó por mucho tiempo la motonave Camagüey.
Siete meses después  el trasbordador Libertad fue torpedeado y hundido por un submarino alemán, cerca de las costas de los EEUU.
En la Avenida del Puerto de La Habana,  muy cerca del Castillo de la Fuerza,  existe  un sencillo obelisco en honor  de los valientes marinos mercantes cubanos que murieron como oponentes del nazi-fascismo. La marina cubana contaba con 2 aviones  anfibios Grumman JRF ¨¨GOOSE¨¨

El Submarino
 La Ana Maria
 Era el patrón  un tipo alto, gordo, temerario y violento, de expresión socarrona, usaba unos pantalones anchísimos y un tipo de sudario, aunque el tiempo fuera verano. Se murmuraban muchas cosas de él: unas verdades a medias y otras solo en la imaginación de la gente, se decía que había lanzado en  alta mar hombres al agua, que hacía cualquier tipo de negocio, que vivía del contrabando, que era un pirata, en fin… Tenía el hábito de hablar consigo mismo, casi no tenía amigos, no sentía respeto por los curas, solo por el cura del pueblo, un italiano muy viejo con el que a veces hacía pequeños negocios, y largas partidas de dominó, que había casado y bautizado a todos los suyos, desde sus padres hasta el más chico de sus hijos; poseía una especie de dignidad biliosa y grave, desabrido, estaba orgulloso de su barco y de su reputación.
Aquel día el viento era favorable, en el aire un olor a pescado fresco. La Ana María, goletita de dos palos, de mediano tamaño, de unas 80 toneladas, primero de matrícula hondureña, luego mejicana, muy marinera, comprada barata en un perdido puerto haitiano, a un precio irrisorio; las malas lenguas decían que emborrachó y engañó al dueño, un yucateco. La embarcación era muy conocida entre el Cabo du Mole y la isla de la Tortuga, en el canal,  y en varios puertecillos, ensenadas y embarcaderos haitianos, algunos de aguas poco profundas.
Una o dos veces al mes ponía proa al poniente cargado  de mercancías: café, baratijas, pacotillas y chucherías, en  estos lugares las trucaba por otros productos. También compraba caballos a bajos precios en la costa norte de Santo Domingo, en pequeños puertos que daban al valle oriental del Cibao, a veces llegaba hasta San Felipe de Puerto Plata, esto era antes de llegar al cabo de Isabela; los introducía de contrabando en cualquiera de las muchas ensenadas de Baracoa, se acercaba lo más posible a la orilla y los tiraba al agua. Los caballos nadaban hasta la playa, donde algunos de los hijos y familiares lo capturaban; por aquellos lugares la vigilancia casi no existía o se compraba por casi nada; gozaba de bastantes influencias en los pueblos de la costa y mantenía buenas relaciones con casi todas las autoridades civiles y militares, la entrada en su puerto no tenía problemas, en la aduana estaba su compadre Antonio el Gordo; en ocasiones bebía mucho, pero nunca se le vio borracho. Tenía un olfato especial para conocer el viento y el tiempo, le gustaba el mar, también le tenía miedo a su soledad, a sus misterios, cuando se ponía furioso, a sus calmas, pero lo sentía en la sangre, en sus huesos.
 
 El encuentro.
 A medianoche había salido del puerto de Caimanera en el momento en que entraba el velero José Luis, con matrícula de Baracoa, había dejado atrás en el puerto al Glenda II, con problemas en el motor, que hacía la ruta Baracoa -Santiago de Cuba.
En el muelle de El Deseo, un buque grande, todo brillante y encendido, cargaba azúcar; frente, a lo lejos, las luces del poblado de Boquerón. Al cruzar la boca de la bahía y salir al Atlántico, al mar abierto, lo sorprendía siempre una sensación pasajera, de angustia, de temor, de inseguridad, que no superaba a pesar de los años que navegaba, como si debajo de sus pies no existiera fondo, solo un abismo infinito.
El lucerío de la Base lo despidió con sus luces azules y verdes. A su derecha, en Tres Piedras, estaba encendida la pista de aviación, que construía la compañía Frederick Nears, estuvo mirando hasta que ésta se le perdió en la distancia y en la negrura de la noche.
Desplegó sus velas, la de estay y la de foque. Como siempre que empuñaba el timón, empezó a canturrear por lo bajo canciones mejicana aprendida en los bares del puerto. Llevaba ya cerca de cuatro horas de navegación, solo se escuchaba el tenue ruido del motor y de la quilla del barco al romper la virginidad del agua; las olas se tornaron grises. Calculó que llevaba buen tiempo, pues tenía que entrar a la ensenada de Yumurí, a cuatro millas de la punta de Maisí, a dejar mercancía, también al embarcadero El Roble y a Boca de Jauco; el viento era favorable, había dejado buen mar detrás. Lelé, su único y viejo marinero de cubierta  freía tocino en la minúscula cocina y le ofrecía café. Un golpe de viento con agua lo salpicó.
Fue entre dos luces, a 18 ó 20 millas del faro de Maisí. El tiempo estaba bastante claro, se divisaban las formas abruptas de la costa escalonada de las terrazas marinas y de los grandes y elevados farallones, donde las olas se rompían con gran estrépito. Cerca de los paredones del Guanal podía verse claramente la luz del faro. Se encontraba al timón, con su cachimba en la mano, sintió un fuerte chapoteo de agua y al momento, casi al lado, muy cerca del barco, salió, para su asombro, una gran mole de hierro oscura.
Él, que se jactaba de carecer de nervios, casi se paraliza, sintió un escalofrió de hielo, una violenta emoción, se le engarrotaron los dedos aferrado a la rueda del timón. A Lelé casi se le salieron los ojos, esto que tenía delante no era la ballena moribunda que una vez se le cruzó y encalló en la playita de Duaba, donde murió y comió casi todo el pueblo; era algo distinto. Desechó la idea de un gran pez, lo que estaba pasando lo había visto en una película, se serenó y se dio cuenta de que era un submarino cuando vio la suástica en la torreta. Había escuchado a otros patrones de goletas y veleros, que se dedicaban al igual que él al cabotaje, comentando que había un submarino alemán por la zona; entonces no le había dado importancia al asunto, ahora lo creía, el submarino navegaba suavemente a su lado.
De su asombro lo sacaron dos hombres que salieron a la cubierta del submarino y lo saludaron con las manos, Lelé también los saludó y él lo imitó. Tenían en su cabeza unos gorros negros parecidos a los pasamontañas, pero los rostros descubiertos y vestían ropas oscuras. Se dio cuenta de que uno de ellos estaba armado con un fusil, le hicieron señas para que se detuviera. Lelé, a su señal, arrió las velas y  puso el motor en baja. Al poco rato la Ana María perdió la inercia y quedó al pairo, el mar estaba tranquilo, solo un ligero vientecillo del sur.
En una balsa de goma los hombres llegaron, con la ayuda de Lelé subieron a cubierta, en sus cintura llevaban pistolas Lugert,  él las conocía bien; no les perdía ni pie ni pisada; eran altos, atléticos, de piel muy blanca. Se acercaron con tranquilidad, sin ningún nerviosismo, como algo corriente y le tendieron la mano; no vio ningún gesto amenazador, trascurrió solo un momento de vacilación, tendió su mano húmeda y torpe, se le olvido el revólver que tenía bajo la colchoneta de su pequeño camarote, les estrechó la mano con fuerza, era su estilo. Los visitantes aguantaron el apretón y sonrieron afablemente. Alardeaba de ser el campeón de pulso en el puerto, solo un marinero jamaicano o de Bahamas, que andaba en un buque americano de cargar mineral, que más bien parecía un gorila gigante, casi lo derrotó una vez.
Invitó con un gesto a los alemanes a pasar al pequeño camarote, este estaba limpio y ordenado, una pequeña mesita con un hule de cuadritos, un pequeño radio y un anafre, los objetos estaban colgados de ganchos, para que no cayeran en caso de mar fuerte, los cacharros limpios, un trapo de cocina, gente ordenada, les sirvió de una vieja cafetera en dos jarros esmaltados, recién comprados, un café que conservaba caliente.
Los tres hombres tomaron asiento en los bancos. Uno de ellos, el de los ojos más azules, le dijo, en un casi perfecto español: hace muchos días venían observando su barco en la ruta que él hacía casi a diario, que era la persona perfecta para que los abasteciera de algunas cosas que necesitaban, que sería bien recompensado por sus servicios, que contaban de antemano con su discreción si no aceptaba el negocio que le proponían, que se conocía que su país estaba en guerra con los EE.UU. y que la Base Naval estaba muy cerca; el otro marino, de cara impasible, e inexpresivo, al perecer un oficial, solo asentía con la cabeza.
Cuando terminaron de hablar le preguntaron qué le parecía su oferta, él meditó brevemente, consiguió dominar su voz, sus penetrantes ojos grises miraron a los ojos de los visitantes, puso algunas objeciones, lo hizo en voz baja y grave; dijo que los submarinos alemanes habían hundido en esos días algunos viejos cargueros de bandera cubana, y recientemente el Manzanillo y el Santiago de Cuba, que  31 marineros cubanos se habían ahogados. El alemán que hablaba español le tradujo a su acompañante lo que él decía, entonces le explicaron que ellos no habían sido, que lo lamentaban, pero él tenía que entender que sus países estaban en guerra y que estos barcos transportaban azúcar y minerales para los americanos y con el azúcar se hacía pólvora y con el mineral tanques y cañones; que ellos, los que les hablaban, estaban solo atentos a los buques norteamericanos que salían de Moa con cromo y níkel para la industria de guerra, además, que todo en la vida tenía riesgo, que sería muy bien pagado por su servicios.
Meditó unos minutos mirando la cara de los marinos que le sostuvieron la mirada, se levantó lentamente y sacó de un pequeño armario una botella nueva de Pedro Domecq, sirvió un buen trago a los alemanes y otro para él; con esto, sin más palabras, cerró el trato.
Ellos pusieron un fajo de dólares en su mano y un listado que él memorizó, rompió la nota, lo más importante eran 10 tanques de 55 galones de Diesel y ácido para las baterías, les explicó que todo esto tomaría algún tiempo, pues no debía hacer las compras en un solo punto, que tendría que ir a Moa, Antillas, Nuevitas y Santiago de Cuba por las compras, para no levantar sospechas. Dijeron que lo sabían, que era lo inteligente. Se estrecharon las manos nuevamente.
Los marinos alemanes volvieron al submarino, no sin antes fijar el punto de encuentro, la entrevista solo había durado unos minutos. Acordaron encontrarse dentro de una semana, al oscurecer, frente a la playa de Duaba, de 4 a 8 millas frente a ésta, en  mar abierto. Si no se pudiese hacer el contacto, entonces, al día siguiente, a la misma hora, a la altura de Playitas, a la vista de Puntas de Baga o El Silencio y así sucesivamente.

Meditaciones.    
A una señal Lelé puso en marcha el motor; volvió a sus meditaciones, no se podía quejar, pensó satisfecho, le había caído, y no precisamente del cielo, un buen negocio. Si los alemanes ganaban la guerra tendría un alto puesto en la marina mercante cubana, y sabe Dios qué le tendría reservado el destino; claro que era un riesgo, pero uno de esos riesgos que un hombre tiene que correr.
Era una jugada peligrosa y audaz y lo sabía, tendría que ser en lo adelante más astuto y mantener la boca bien cerrada. Lo ocurrido, y como había reaccionado, era lo natural en él, llegado el caso se lo jugaba todo por el todo, como en otras ocasiones. No era un hombre viejo, si acaso, como decían, solo un medio tiempo, además, fuerte como un toro, respondía como un jovencito de 20 años y si no que le preguntasen a las dos mujeres que tenía a su cargo, eran las oficiales, pero a algunas otras que se le ponían a tiro les tiraba, se las llevaba en la golilla, si no que vieran el número de hijos que tenía regados por dondequiera, con su viril semilla habia regado los campos cercanos. No era un santo, no señor, el goce terrenal era lo único que se iba a llevar cuando muriera, las puertas del paraíso eran muy estrechas para que él pudiese pasar.
 Se consideraba un buen padre, que se lo preguntasen a Nieves, madre de sus siete hijos o María del Rosario, la otra con sus cinco cachorros, a todos los atendía, a los otros, los regados, les daba algo de vez en cuando, cuando podía; estaba también el asunto de que no podía hacerles caso a todas las mujeres que se habían acostado con él y luego decían que el muchacho era suyo.
Bien decía su viejo: la mujeres o son santas o son putas No le gustaban las mentiras, ni siquiera las mentiras más grandes del pueblo. A la entrada estaba el río Miel y esto no era verdad, no era nada de miel, ni la bahía tampoco, esta era salada. La campeona de todas fue Lucía, la polaca, le quiso endosar el muchachito aquel blanco como la leche los ojos azules y el pelo rojizo, ese tiene que haber sido hijo de alguno de los albinos del pueblo, o de algún marinero de los buques extranjeros que venían buscando mujeres, él no daba hijos así.
Cabotaje.  
Un alcatraz pasó volando y fue a posarse en los mangles de la costa cercana, en esto divisó la entrada al embarcadero de Yumurí. El día había llegado el sol salía y se reflejaba en la desembocadura del río, tornando el agua más verdes azules. Ya Lelé había recogido las velas. Un velero americano de poco tonelaje estaba cargando guineo para los Estados Unidos, a pesar de la enfermedad de la pintadilla que le había caído a éste, todavía venían muchos barcos del norte a buscar la rica fruta.
La Ana María se apareó al muelle, se le acercaron unas chalanas pregonando bacán, semillas de marañón tostadas, frangollo, pru y otras golosinas; bajó la carga que traía para el lugar, y compró bacán, que le gustaba mucho, este solo se hacía en esta zona del país, consistía en plátano o guineo nuevo con carne de puerco y manteca de coco envueltos en hojas de plátanos, una verdadera exquisitez. Arrancó el motor, se despegó del muelle y puso proa a la salida de la ensenadita.
De Barlovento venía un tibio aire que le golpeó el rostro. En la costa una mujer joven, con facciones aindiadas y grandes senos, lavaba ropa golpeándola con un palo en forma de pala, al pasar la goleta saludó, agitando las manos riendo y le gritaba algo, que no se oía; un grupo de muchachos se lanzaban desde un árbol a las verdes aguas del río, la Ana María continuó el viaje, navegando bajo un suave viento.
Sin proponérselo a su mente venían todos estos pensamientos, se sucedían en desorden, hasta llegar al día de hoy. Se preguntó por qué se estaba haciendo un recuento de su vida mentalmente, seguro era la impresión del encuentro que había tenido y el riesgo que es*te conllevaba, era un buen hijo, si señor, no tenía mucho que reprocharse, sus padres, gracias al cielo, vivían, el viejo era un caguairán, descendiente de dominicanos, no de franceses como muchos creían por su apellido, porque en el lugar hubo muchos emigrantes de esa isla.
El viejo tenía una finquita, El Naranjal, en el barrio de Toa, a tres leguas de la ciudad, que producía un buen cacao, daba para vivir. Hasta un jornalero tenían, digo, tuvieron, el pobre pasó a mejor vida, aquel degenerado era un eventual, que se quedó en la finca después de la cosecha y se aprovechó de su hermana Herminia, la boba, que desde chiquita nunca habló bien, se le notaba que tenía problemas; no era como la hija del viejo Candelario que le decían mongólica, aunque tenía bastante de eso; dijeron que era resultado de las andanzas del viejo Lico, de las enfermedades de mujeres que cogió cuando joven. Ese tipo, ya ni me acuerdo cómo se llamaba, preñó a la pobre muchacha. Cuando se enteró su hermano Tilo, el que tiene la lancha de gasolina que hace la ruta de Antilla, fueron a medianoche a donde colgaba su hamaca, el tipo ni cuenta se dio, un palo en la cabeza, lo pusieron encima de la mula y bien hondo lo enterraron en la cañada de primavera, al fondo de la finca. La niña creció grande y sana, debe andar en los 14 años, la pobre Herminia murió ya hace como dos años y  todo el mundo piensa que Marina es la madre, cuando realmente es la tía. Marina nunca pudo tener hijos, ahora ya la tiene, pero así es la vida, hasta parece una novela.

 El puerto.
Las bocinas de los veleros Corsario y Fortuna que salían del puerto para la costa sur lo sacaron de su ensimismamiento; divisó la fascinante tiesura del fuerte de la playa en punta de Esteban y el faro de la entrada. Estaba lloviendo, esto era normal en esta zona en el mes de diciembre, a veces llovía un mes sin parar.
Baracoa realmente era un buen lugar, el poblado consistía en manzanas de casitas sencillas y pintorescas, algunos edificios coloniales, grandes casas de maderas encima de pilotes sobre el agua de la bahía, custodiada con varios fuertes para su defensa contra ataques de piratas y corsarios de tiempo pasado, rodeada de elevaciones de las cuales bajaban ríos y arroyos de aguas frías y cristalinas que desembocaban en la bahía. Varios muelles permitían el atraque de barcos de mediano calado, los buques grandes fondeaban en el medio de la bahía donde inmensos lanchones trasportaban el banano, coco, café, cacao, madera, y recogían las mercancías que llegaba. Un puerto que era, como bien se le llama, abierto, con una entrada de casi 300 metros entre las dos puntas, con forma de una concha; todo se agrupaba alrededor de la bahía de aguas azules, un pueblito costero, tranquilo y familiar, mucha gente sencilla, de ojos amistosos y hospitalarios por naturaleza, rodeados de montañas de un eterno verdor. Con anterioridad hubo mucha emigración en épocas más prosperas, el lugar no estaba aislado del mundo, pero era difícil llegar a él, casi remoto. Solo se podían oír la radio de Santo Domingo y otros países cercanos, las del país no entraban por las cadenas de montanas.
El bajo de arena que se formaba en el canal lo conocía más que su mano derecha, también el puertecito de Mata, que ahora tenía poco calado por la cantidad de ríos que desembocan allí, pero seguro refugio para los barcos en el mal tiempo. Dentro de la bahía estaban fondeados varios barcos, de ellos extranjero dos o tres. Unos lanchones de trasportar mercancía estaban a su costado, era una buena señal; observó grupos de ruidosos marineros con una ligera sonrisa, le grito a Lele: ¡seguro los bayuses del puerto estarán de fiesta!
Atracó en el muelle de la Marina, detrás de un barco de la Fraser Fruti, aunque si quisiera podía hacerlo en la Naviera, pues tenía buenas relaciones allí con Pepe Díaz, el dueño.
Los olores familiares del puerto a guineo maduro, bacalaó, licores y otros, que se confundían, llegaron hasta él, los aspiró profundamente llenándose los pulmones, le gustaban, era el recibimiento de siempre que le hacía el viejo puerto, era cuando realmente sentía que habia llegado a casa.
En el astillero estaban construyendo dos goletas de mediano porte y un velero. Le advirtió a Lelé: ni una palabra de todo esto, él sabía que era un perro fiel, sobre sus pies planos este asintió. Apenas podía enlazar dos palabras, ni poseía idea propia, pero siempre estaba cuando él lo necesitaba y lo hacía con sincera devoción, mirándolo con sus ojos de pescado, con el talante de un perro que espera un hueso o una palabra amable que nunca daba.
Se encaminó a su casa pues tenía que poner en orden sus pensamientos y en lugar seguro el dinero. Pasó frente al Hotel de la Rusa, divisó desde lejos su figura, cada vez que se encontraban se miraban a los ojos y sonreían, le gustaba esa hembra misteriosa de mirar seguro y severo, que tenía un raro encanto, no era como las demás. Les gustaban los ambientes festivos. No se perdían la feria anual de Jamal, pequeño poblado en el lomerío cerca de allí, donde una vez fueron juntos; se jugaba fuerte, -carreras en saco, rifa de un chivo, el palo ensebado. Había peleas de gallo, arroz con pollo y lechón asado; bacán como los de allí ninguno
Nina parecía casi una niña, con su nostálgica mirada azul, recién había acabado de instalarse compró una casa de madera a la orilla del mar, la trasformó y le puso un letrero que decía Hotel Miramar. Nunca le quiso contar su historia, decían que era noble, de buena cuna, bueno y eso qué, él también lo era, más trabajador que el viejo ni buscado.
La Rusa se volvía loca con las extrañas combinaciones de frituras que se hacían en la feria, casi se muere de susto con aquel hombre que venía del valle de Caujerí y botaba los ojos para afuera y se le quedaban guindando; en verdad a él se le erizaron los pelos, pensó que estaba loco el tipo, vaya lo que hacía la gente pa` buscarse la vida. También se juntaban cantidades de estafadores del juego de las chapitas, adivinadoras adivinándoles el destino que se lee en las cartas, no el que ellos se forjaban y algunas prostitutas que discretamente llevaban su negocio. También en las procesiones las niñas vestidas de angelitos con alas y todos. Nina se reía de cualquier cosa, era de las pocas mujeres que habían escalado el Yunque y se habían bañado en la laguna de su meseta. Fueron también en una ocasión a la cascada del salto de Moa, ella se enfrió con él cuando un día que navegaban por el río Miel, bajo el amplio follaje de los grandes árboles, entre las cabañas de pescadores construidas encima del agua. Nina, con su risa cantarina le pidió que se lanzara al agua y le cogiera perlas y ópalos que había en el lecho del río y él dijo que esto era una leyenda muy antigua de la época de la colonia y de los indios, solo viejas historias, que lo que veía era solo el reflejo del sol con las chinas pelonas del fondo del río, esto rompió el encanto, ella lloró, no le creyó, le dijo que él no la amaba y ahí termino todo. La rusa era un bonito recuerdo.
 
El final
Llevaba ya algún tiempo despierto con las manos unidas bajo la nuca, las campanas de la iglesia llamaban a misa de seis, aún en la cama cavilaba sobre lo sucedido, le costó ponerse de pie, una vieja dolencia, el reuma. Ya le habían puesto en la mesa el desayuno fuerte: atol de boniato y un pan de maíz como lo había indicado al acostarse. En el amplio patio de su casa acogedora y fresca, Nieves llamaba a las gallinas y les echaba maíz, la observó durante unos instantes, verdad estaba realmente gorda, bueno, pensó, se compensaba con aquello de que las mujeres gordas suelen ser buenas cocineras, y esta lo era.
Llegó la mañana de sol, se despidió y en el carro de alquiler de bigote se dirigió a la pista de aviación en las afuera, allí sacó un pasaje, este lugar parecía un apeadero del tren central de Santiago a La Habana, lo único allí desarrollado era el DC 3 cuando estaba en la pista y los radios de la torre de control.
El equipaje de racimos de plátanos, pollos y en ocasiones alguna lechera estaba sobre la hierba; los muchachos pregonando sus mercancías de cucuruchos, bolas de cacao. Se entretuvo conversando con Pancho el hijo menor de su hermano, que trabajaba en la torre. Vio un punto plateado que se acercaba a muy baja altura entre los picos de las montañas, y se metía en el desfiladero que era la entrada de la pista entre los picachos que llamaban las tetas de María Teresa, tomó tierra al primer intento y paró casi encima de un platanar al final de la pista, el sobrino le comentó: todo es a base de “ojímetro”,  solo los pilotos que conocen este lugar pueden aterrizar con buen tiempo al primer intento, en ocasiones lo hacen por dos o tres veces, esto es para avionetas, este avión es muy noble.
Salió en el vuelo de cubana a Santiago de Cuba, hizo varias compras en los almacenes del puerto por la Alameda, no se olvidó de los muchachos, compró ropa y zapatos para todos, luego voló a Antilla y  regresó a Baracoa, todo esto lo realizó en tres jornadas. Al día siguiente del regreso enfiló con la Ana María hacia Santiago de Cuba, fue un buen viaje, solo el paso de Maisí con los vientos “encontrao” de siempre, por algo en las carta náuticas y mapas el nombre que tenía era el Paso de los Vientos, y la curiosidad de ver las luces de las tierras haitianas hacia el este, cuando el tiempo estaba claro; también contrató al velero Joven María a recoger carga en Moa con destino a la ensenada de Imías, que luego recogería.
En la fecha acordada salió a media mañana del puerto, se entretuvo pescando frente a la punta de La Caleta y esperó la oscuridad para dirigirse al lugar acordado, al llegar al punto paró el motor y dejó la embarcación al pairo. Al poco rato, de las negras aguas emergió el U-175, su carga pasó al submarino, subieron a la Ana María los mismos marinos, les brindó los tragos anteriores y les entregó la prensa del país, revistas, tabacos, unas cajas de ron, recibió más dinero y se acordó una nueva fecha y lugar para un segundo encuentro.
Así pasaron cuatro tensos meses, los alemanes se le hicieron familiares, visitó el U-boats, así le llamaban ellos al submarino, supo que venían de una isla al norte de su país, frente a las costas de Baja Sajonia, de una base de submarinos que se llamaba Helgoland.  Que ahora   zarparon  del puerto francés de Lorient, en Francia, base de la décima flotilla de submarinos donde ellos pertenecían, con órdenes de patrullar el norte de Cuba y el estrecho de la Florida.
Un marinero, en confianza,  entre tragos de whisky, le dijo en un español parecido al que hablaba Tarzán que ellos habían hundido un petrolero mexicano en el golfo, que sentía un poco de nostalgia por su país y familia,  que su último contacto físico con sus compatriotas lo tuvieron al encontrarse, en el medio del Atlántico, con el U-155, al mando del capitán Piening, reconocido veterano submarinista, quien le informó de la situación en los mares tropicales cercanos a Cuba y la Florida y que un colega que operaba  más al norte había atacado con el cañón de cubierta a un tanquero estadounidense, El Federal, a pleno sol,  frente al poblado  de  Gibara,   en las costa cubana.
Sobre este hundimiento: El jueves 30 de abril de 1942, a unas 6 millas de las costas de la villa de Gibara, navegaba un buque tanquero de bandera norteamericana, El  FEDERAL,  la tripulación  estaba formada por  muchos filipinos, le habían advertido al capitán, de  ascendencia alemana, que eran seguido por un submarino.
De pronto emergió  sorpresivamente un submarino muy cerca del buque, unos hombres salieron de él sin camisa y en short,  diestramente  enfilaron el cañón de proa y comenzaron a disparar contra el buque, el que trato a toda máquina  de  poner proa a la pequeña bahía de Gibara, con el fin de guarecerse, pero el submarino maniobraba a su alrededor no cesando de disparar a la línea de flotación del buque,  a pesar del gran oleaje en ese momento.
El buque comenzó hacer agua, aprovechado una de las vuelta del buque atacante los del Federal echaron un bote salvavidas al agua, rápidamente  se sumergió la popa del Federal y se alzó la proa, se inclinó de babor y desapareció en las aguas, los ruidos  del incesante cañoneo había alertado a los residentes de la villa y casi todo el pueblo se situó en el litoral presenciando el espectáculo inusual, ya habían salido dos embarcaciones con residente y tripulantes en rescates de los posibles náufragos:  el velero de motor de bandera inglesa AVAL  y el yate PRESILLA.
Dos horas duró  el ataque, el alcalde del poblado llamo vía telefónica a la Base Naval de Guantánamo, allí no le creyeron y lo tomaron por borracho, los aviones yanqui y un dirigible llegó cuando ya el submarino había desaparecido, todo pasó frente a playa Caletones y Gibara, un filipino tripulante del buque falleció cuando era intervenido quirúrgicamente en Holguín.
Continuando nuestro relato el viejo patrón se enteró que casi siempre se abastecían de agua frente a la desembocadura del río Maisí, a tres cables de la playa, en un manantial que sirve de aguada.
La Ana  María cada dos o tres días entraba al puerto de Caimanera, se cruzaba con las lanchas y también  con los lanchones llenos de marinos americanos, a veces canadienses o ingleses que iban de franco para la ciudad de Guantánamo  y  con una grandota que era del viejo Guerra, el hombre más rico del pueblo, que llevaba y traía a los trabajadores cubanos de la Base, los hombres iban hasta en los techos.
Tuvo varios encuentros con los alemanes y más dinero. Así fue conociendo  más sobre ellos, también Lelé se hizo de amigos entre aquellos hombres y lograban entenderse en alguna forma,  ellos confiaron en él, pues  a veces confraternizaba varias horas.
Con sus nuevos amigos supo que  la tripulación se componía de más de 50 marineros, que podía alcanzar una velocidad de  más de18.2 nudos en superficie y sumergido 7.3 y podía bajar hasta 755 pies,  que llevaban 22 torpedos y que  creían que habían hundido al U.176 al mando del capitán Reiner Dierksen días atrás,  pues a pesar de los esfuerzos que hacían los radio comunicadores habían perdido todo contacto con ellos.
Había  marinos  más comunicativo que otros  y el español era bastante chapurreado  por  varios tripulantes,  pues  habían organizado un curso en el submarino; ya  existía una guardia de  radio escucha  de las comunicaciones en inglés y español, para conocer la ruta de los convoyes;  la gran ruta de los convoyes era ahora Trinidad-Aruba-Guantánamo. A partir de este último puerto, los convoyes, moviéndose con precisión, cubrían la ruta Guantánamo- Nueva York.
Oyó decir a algunos de los patrones de las goletas  que había un submarino que a veces dormía en el fondo de la pequeña bahía de Gibara y que habían capturado y fusilado a un espía alemán un tal Luning en La Habana. Esto último lo leyó en los periódicos y luego vio las fotos en la revista Bohemia,  estos diarios y revista los llevó y se lo entregó  al capitán del submarino, el cual quedo muy preocupado
 Un día a media mañana, al salir de Caimanera, cerca de cayo Hospital, asombrado vio al U-175 entrando a la rada de la base, escoltado por dos lanchas PT, como  llamaban a las lanchas de patrullas torpederas y dos lanchas cazasubmarinos americanas, que se dirigían al muelle número dos, frente al cual estaban fondeados un destroyer , dos destructores con grandes números en sus popas, leyó:  EUTON-DDE510, el MURRAY DD-576 y otros grandes buques de guerra grises, llenos de marinero en sus cubiertas que observaban el inusual hecho, silbaban y aplaudían.
Inventó una excusa de avería en el motor y se quedó por allí merodeando cerca de la patana que servía de punto de control de los americanos. Se le acercó una patrullera, le preguntaron qué problemas tenía: dijo que ya estaba resolviendo.
En esto entró por la boca de la bahía el velero “Gavilán”, de matrícula de Baracoa que se le acercó despacio y Chuchú, el patrón, desde la cubierta le voceó que en la madrugada las lanchas cazasubmarinos habían hecho salir a la superficie al submarino alemán a base de cargas de profundidad, frente a Canchera y Arroyo de la Costa, que fue un avión caza submarino el que lo divisó, que la tripulación había sido hecha prisionera, que lo estaban cazando ya hacía tiempo
Y esto fue todo.
 Era el patrón  un tipo alto, gordo, temerario y violento, de expresión socarrona, usaba unos pantalones anchísimos y un tipo de sudario, aunque el tiempo fuera verano. Se murmuraban muchas cosas de él: unas verdades a medias y otras solo en la imaginación de la gente vaya. …hasta que había abastecido un submarino alemán…. esta historia me la contaba mi padre.


LOS NOMBRECITOS
Esto de los nombres a los hijos es un problema, acertar a que el nombre juegue luego con la personalidad del que lo lleva no es fácil, he conocido muchos de estos, tanto hombres como mujeres, con nombres pomposos o nobles, pero cuando abren la boca viene la desilusión, aquí hay de todo.
Están los que se dedican a poner nombres a los parientes, como Hermezenda, Anestesia, este se lo puso la madre a la primera niña que nació con este fármaco, Ambrisio, Ciriaco, Domitilo Benerando, Anacleto, Cipriano, Tolomeo, Exuperancio, Aeropajito, Farmacio, ya anacrónicos; también los que ponen a sus hijos nombres que solo comienzan con una letra, ejemplo; con la ‘’A’’: Aristóteles, Antonino, Amparo, Anita, Alina que en latín es salada, o ponerles nombres femeninos a los varones, como María, Lourdes, Nelsy, Mercedes, Belén, Norian, Dolores, Raquel, Matilde, etc.
Debería enjuiciarse al que hiciera esto, es condenar luego a una persona toda su vida a recordar mal al pariente de donde le vino el nombrecito.
También están los nombres de una sola letra, por ejemplo: Carlos C. y nunca enterarse los íntimos amigos que significa la C hasta el día de la boda cuando el notario dice muy serio Carlos Cuasimodo Fernández, etc., y uno esboza una sonrisa solapada, después coge al amigo solo y le dice: “conque Cuasimodito ¡no!”.
 Acá en el Registro Civil aparecen dos personas registradas,  hijas de un mecánico de aviación,  fanático de su profesión,  que le puso a sus hijas nada menos que Rotor a una y a la otra Propela, o un campesino de mi zona: pasó un avión de la Base Naval de Guantánamo y le puso a la hija nada menos que Usnavi, pues el aeroplano decía US Navy que es la sigla de United State Navy o  quien le puso Santoral al Dorso.
No hay derecho, como dicen los mexicanos, y si es un apodo imagínese que a usted le digan mascatuerca o tornillo, serrucho, mandarria, mango,  macho, tubo escape, carne rusa.
 Ahora los nombres son un trabalenguas: Yosvani, Yusvilín, Yaimí, Yannia, Yusmili, Yusmelín, Yusimi, Yudelki, Yunior, Yandri, Yusmeidis, Yaimi, Yusmi, Yasmani, Yunier, Yunieski, Yadel, Yurién, Yurisán, Yacanta, Yinesti, Yisti, Yoniste, Yumiste, Yucati, Yan, Yostimina, Yistitomo, Yistitio, Yomisneti, Yandri, Yusmeidis, Yaimi, Yusmi, Yumaisni, Yunir, Yunieski, Yadel, Yarien, Yipsi, Yunaica, Yoide Yesdasi.
Si buscamos los diminutivos, por ejemplo de este último llamaríamos al hijo Yoidito, al hijo de este Yoititico, al hijo Yoitititico, al hijo Yoititititico, Yoititititititico y así hasta el infinito, es mejor ponerle solo ’’ Y’’, lo digo porque el hijo de Armando es Armandito y el hijo de este Armanditico y me imagino que de seguir el titititico sería lo que separaría las generaciones.
Osleidys, Aleonexis o estrambóticos y traumatizantes como Miosotico o Neositis que en Griego quiere decir orejas de ratón, Vicyoandri, que al uno tratar de decirlos se le traba la lengua como si tuviera tragos, todos esos nombres extraños y difíciles que comienzan con Y, que no sabes si es varón o hembra, valga que estos nombrecitos no tienen santos.
También los que les ponen a los animales nombres que no son ni Motica, ni Viuti y he conocido gatos que se llaman Jorge, Pedro, también perros con nombres como Mateo, Fernando y hasta con apellidos, etc.
Bueno, lo que le pasó a mi sobrina es interesante, su padre, el esposo de mi hermana, estaba en Angola cuando la guerra, mi hermana acá pues tenía su barriga, ya se sabía que era una hembra. El nombre, bueno, pues el nombre lo ponía él y mandó a decir que el nombre sería el lugar donde él se encontrara el día que la niña naciera. Coja el mapa de Angola para que se maraville de los nombres de los lugares y sobre todo cómo suenan o el significado en español; con la buena suerte que ese día lo mandaron a Luanda y mi hermana para atenuar un poco, ya que es tremenda lectora, le puso Isolda por lo de Tristán e Isolda, por lo tanto la sobrina se llama Isolda Luanda, se salvó por algo fortuito. Ella es pastora de una iglesia y, por lo tanto, habla bastante en público. Hombre, que la tuvieran que anunciar: “y ahora les dirigirá la palabra Isolda Confungo o Canfanga, o Isolda Kinfangondo, Caporolo, Quibala, Kinfongo o Cunene o Isolda Mavinga o Mondongo”, vaya usted a saber con los nombrecitos.


EL PRIQUITI.

Asesinatos casi a diario, en cualquier punto de la ciudad aparecían cuerpos mutilados de jóvenes amigos y conocidos; tiroteos esporádicos, los apagones eran algo rutinarios, explosiones de bombas y niples en las noches solitarias, alcayatas en las salidas del pueblo.
Guantánamo, ciudad muerta, en el aire un olor a muerte amarilla o azul, nadie estaba seguro, sentir un traganíkel en un bar era un sacrilegio, tal era el panorama.
Habían dejado un  jeep por la tarde en el garaje del viejo frente al Parque 24, la empresa eléctrica estaba cerca, 3-4 cuadras, al cruzar la línea del ferrocarril, como a las 8 de la noche sentí que tocaban tenue, mi hermano Ricardo me había indicado que los esperara, abrí el inmenso portón de la época de España, entraron rápidamente, eran tres jóvenes conocidos Samuel (el Príquiti),  Pepecito y Guille. Nos saludamos, me enseñaron las armas cortas que llevaban en la cintura, montaron en el vehículo, arrancaron, yo abrí la puerta y salieron de marcha atrás, la misión era quemar la oficina de la Empresa Eléctrica.
En realidad salir en aquellas circunstancia era una locura, un suicidio, en la calles no transitaba absolutamente nada, solo los temidos jeep del ejército  con su carga mixta de guardias y policías, de conocidos asesinos. Después de tratar de quemar la oficinas de la mal llamada Empresa Cubana de Electricidad, fueron perseguidos en aquella ciudad oscura y tiroteados.
Cómo  la burlaron de ello me enteré muchos  años más tarde  sentado a la sombra de  un árbol, en un camino que conduce a Dire Dawa, en un encuentro fortuito, cuando el coronel Tomás Sotomayor, el coronel  Núñez Alvarado, a cargo de los suministros de Arba  y  yo nos dirigíamos al frente de combate, donde los cubanos contenían el avance de las tropas somalís  y el Príquiti  o sea el General de División  Samuel Rodiles Plana rememoraba aquella noche, me dijo — el pueblo esperaba alguna acción esa noche y no podíamos defraudarlo — .
Eran días tensos en Etiopia








Monumento a la Primera Policía Rebelde en San Luis. Este monumento local consiste en una tarja que indica el lugar donde se ubicó la primera Policía Rebelde en la última etapa de la lucha insurreccional en San Luis, Santiago de Cuba, heredera de las tradiciones de lucha de los mambises y del Ejército Rebelde la cual operaba desde diversos lugares del oriente de Cuba por orden de Raúl Castro, al mando del II Frente Oriental.

Contenido
1 Ubicación
2 Historia
3 Descripción
4 Véase además
5 Fuente
Ubicación
Este sitio donde se situó la Primera Policía Rebelde, devenido monumento local, está ubicado en la calle General García, esquina Carbó, en el poblado San Luis, perteneciente al Consejo Popular Emma Rosa Chuig, en el municipio San Luis de la provincia Santiago de Cuba.
Historia
Para fines del Siglo XIX existía en la calle General García, esquina Carbó, un hospital español, pasando a ser escuela pública una vez culminada la Guerra del 95, la cual se derrumba por el mal estado de la construcción.
En 1920 se ubica en este sitio el Centro de Veteranos y la biblioteca municipal.
El 22 de diciembre 1958, se funda la Policía Rebelde en San Luis por orden de Raúl Castro al mando del II Frente Oriental, siendo la primera que se crea en el país.
El 6 de enero de 1959, al Triunfo de la Revolución en este mismo sitio se funda la Policía Nacional Revolucionaria (PNR).
Para el año 1971 se convierte nuevamente en escuela tomando el nombre del mártir más joven de la localidad Franklin Llamo. Colocándose en la entrada principal una tarja el 5 de enero de 1984.
Descripción
En el sitio donde se fundó la Primera Policía Rebelde, se ha colocado una tarja confeccionada en bronce, la misma tiene grabado con letras al relieve el siguiente texto:
“XXV Aniversario de la fundación de la Policía Nacional Revolucionaria. En este local radicó la primera unidad de la Policía Rebelde del Segundo Frente Oriental Frank País, construida el 22 de diciembre de 1958 a raíz de la liberación de San Luis por el Ejército Rebelde. San Luis 5 de enero de 1984, Año del 25 Aniversario del Triunfo de la Revolución. Asamblea Municipal del Poder Popular de San Luis”.