lunes, 8 de septiembre de 2014

Las ranitas



    Las fobias son miedos incontrolables a disimiles cosas, a las cucarachas, las he visto a las arañas, las mariposas los perros, a los gusanitos de la mazorca del maíz tierno, a las ratas, las avispas, bueno las serpientes yo las respetos creo que esto es un temor normal
Tal vez sobre este tema si hay algo escrito yo no lo conozco, y hace tiempo quería escribir sobre esto. Algunos pensarán que no es serio y el que así piense que recoja algunas opiniones de estos animalitos que son a diario aplastados, reventados por la sal, abiertos en laboratorios o por cirujanos improvisados en patios y solares.
    La Sociedad Protectora de Animales se ocupa de los perros y los gatos, pero nada de estos bichitos, tal vez porque las ranas no han tenido su oportunidad de demostrar que son las mejores amigas del hombre. Según la enciclopedia Encarta 2003 ‘’La rana, nombre común de algunos anfibios, son animales de piel lisa y suave, con ojos saltones que pueden ver en casi cualquier dirección, y poseen tímpanos auditivos externos. Los ejemplares adultos han perdido la cola y la mayoría tiene patas traseras largas que les permiten dar grandes saltos y sus pies palmeados les convierten en excelentes nadadoras. Están representados en todo el mundo excepto en la Antártica”. Las mujeres esquimales no tienen problemas.
    Sin tanta complicación yo definiría rana como un bichito o animalito completamente inofensivo para los seres humanos (claro que este no es el criterio de los mosquitos y moscas de los cuales se alimentan), de ojos saltones como algunas personas (no importa el tamaño); pueden ser chicas como la uña del dedo gordito de las manos, de las conocidas como plataneras, o grandes como un puño cerrado, todas tienen la virtud de producir en la mente femenina un efecto visual terrorífico, paralizante del sentido común, irracional e incontrolable.
    He pensado que esa fobia o terror a estos animalitos puede tener su origen entre nuestros ancestros y que ha ido pasando de generación en generación el pánico de las féminas a estas totalmente inofensivas criaturas, aunque muchas se escudan bajo la palabra “asco”. Habría que buscar en la génesis de nuestros antepasados, desde cuando nos empezamos a erguir, cuál fue la primera de ellas que inició el grito al saltarle una ranita o simplemente al verla.
 Mi fantasía llega a imaginar la horda de Homo eructos cazadores o recolectores, en plena faena de búsqueda de alimentos, en los momentos en que una hembra gritara, con los ojos casi botados, gesticulando alteradamente: “gtrouirannanuuuu” ¡ay!, que en idioma primitivo significara una rana, como si fuera un enorme y feroz león o un tigre gigantesco con inmensos colmillos de sable del extinguido paleolítico, y el resto de las mujeres de la horda, arrojando sus armas y prestas a huir, grabara o esculpiera en sus insipientes neuronas grises del disco duro escondido bajo sus capas óseas, para que perdurara en las generaciones posteriores y las otras más posteriores aun, la palabra ‘’rana’’ con luz roja. Yo no sé si actualmente se ha divulgado y llegado al gran público que algunas comisiones de científicos en profunda investigación han determinado que realmente son venenosas y que a diario desaparece una cantidad de mujeres en el mundo engullidas por estos animalitos.
    Si se fuera a recoger las experiencias de este terror de las mujeres por estos animalitos no alcanzaría un número considerable de volúmenes. Yo tengo una buena experiencia, cuando mis hijas eran pequeñas no les temían, pero luego por imitación gritaban al ver alguna por pequeña o grande que fuese. Todas nacen sin este temor, cuando son bebitas las ven como son realmente, simples animalitos, pero a medida que van creciendo se les trasmite o se contagian con las demás solidarias congéneres de la verdadera personalidad de este pequeño y aparente inofensivo animal, que durante siglos y milenios ha aterrorizado a las mujeres en todas las latitudes (con la salvedad que señalamos de las felices esquimales), sin importar la forma y el color de los ojos, estatura, textura y color de la piel y el pelo, linaje, o idioma, pues el grito es universal. No tiene traducción desde las hispanas o anglosajonas parlantes cuando exclaman con los ojos fuera de órbitas ’’mi madre, ¡una rana!’’. Cuando son damas de la alta sociedad con dominio absoluto y total de las emociones, sólo exclaman ¡Oh! de primera intención, pero cuando la exclamación va feneciendo desde el !Oh! ay, ¡oh!, ¡oh!, ¡oh!, en forma mesurada, es que realmente se está al borde del pánico o la demencia y quizás de la inconciencia. Ni siquiera el ratón, que está en segundo lugar en la escala del miedo (entiéndase asco), o la serpiente, producen el efecto de una rana en las mujeres. Las caseras viven escondidas en incomodísimos lugares húmedos, rendijas y pequeñas grietas, baños y fregaderos, lugares sombríos y toscos de los que nunca sospechamos hasta que el cielo se encapota y ellas inocentemente comienzan a orquestar musicalmente su alegría, que podría ser el canto ‘’que llueva que llueva la virgen de la cueva’’,  y ahí mismo plasman su perdición y condena.
    Las mujeres siempre tienen a mano a un campeón desprovisto de armadura quijotesca o de sable y manopla, para hacer frente al batracio convertido en monstruo, el buen padre, o el dulce hermano, o el amable tío, que al grito ‘!AUXILIO!’’, o en el mejor de los caso “¡Coño!, ¡una rana!’’, acuden de inmediato. Todo depende del ente salvador, su cultura, agilidad, y el arma que coja en ristre, que puede ser un trapeador o una escoba para impartir estocadas; si el tipo es un sádico arremete con un poco de sal o un pomo de alcohol, pero si es un ángel con las alas cortadas la coge con un periódico y la oprime dulcemente hasta echarla a mudar (aunque le gritarán que ella regresa), no hay derecho como dicen los mejicanos. Arriésguese cuando vea un feo de estos bichitos dele un besito sin repugnancia, tal vez se le convierta en un bello príncipe

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