Por Alfredo Ballester
Su pasión por los gallos era más
fuerte de eso que llaman sentido común. El colorido del espectáculo y los
gritos de la gente lo hechizaban y lo enardecían tanto o más que con una buena
hembra. Cuando jugaba lo veía todo en colores, no había en el mundo nada más
emocionante que una buena pelea de gallos, era algo mágico, se sentía como
dentro de un gran baile, mientras unos comían, tomaban o gritaban, y otros solo
reían. Cuando cogía un ave en sus manos sentía el calor del pequeño cuerpo que
se traspasaba al suyo, el familiar olor de acetona y el limón para limpiarlo y
endurecer los músculos del animal; la suavidad del plumaje era algo voluptuoso,
era un jugador empedernido y sin freno, sentir el placer del juego, ganar o
perder no era lo importante, el secreto era la emoción, la incertidumbre del
final, de los conocimientos y la experiencia acumulada; saber chupar un pico
cuando el gallo tenía una vena, puntearle la cabeza con sus propias espuelas
para ver si estas están untadas, si le han puesto una espina del pez rascacio
para provocar el calambre, en fin, conocer las triquiñuelas y secretos del
oficio; también de un golpe de suerte pues a veces esto ocurría. Había gallos
guapos, fuertes, también los había astutos, menos inteligentes o cobardes, pero
este que preparaba para la gran pelea era especial.
No había logrado todavía penetrar
a qué grupo pertenecía, a veces lo desconcertaba la mirada fija de Canelo, de
aquel gallo dependía su vida. Meses atrás, en una partida de dominó y con un litro
dentro de tres marino paticruzados había hecho un alarde estúpido, no era
primera vez que regresaba a su casa sin zapatos y sin la camisa por las
apuestas, esta de ahora fue descabellada, había jugado el caballo, la joven
yunta de bueyes, las cuatros rosas de tierra heredadas del padre, todo esto
venía a su mente.
Oyó lejano, como en la bruma de
un sueño, al juez que anunciaba su pelea, salió al ruedo como quien va al pelotón
de fusilamiento, sus amigos chiflaban, pensó que esta vez se le había ido la
mano, se vio en la pista, el juez dio las instrucciones, topó el Canelo contra
el Colorao en la mano del retador y soltó el gallo, los animales caracolearon,
alargaron sus pescuezos y erizaron el plumaje. El Colorao fue el primero en
atacar, revoleteando en el aire, el Canelo dio unos pasos atrás, el público
enardecido, unos gritaban --llevo veinte a diez--, uno más alto vociferaba
--pago mil a cien--, el Canelo daba pasos de baile alrededor del contrincante,
a la izquierda, luego a la derecha, como si se estuvieran estudiando, se
arremetieron.
El olor a fritura de bacalao que
hacía la negra María Ramona llenó el aire, él no se percataba de nada, su
mirada era solo para el gallo, le gritaba --pica abajo, pica abajo--como si el
gallo pudiera entenderlo. El oía a Clavelito, creía en la fuerza del
pensamiento; lanzó su onda cerebral al gallo, como orientaba el cantante
campesino devenido en adivinador en los micrófono de la CMQ, casi estaba rezando --por
tu madre Canelito, gana --. El Colorao, en un descuido del contendiente
envistió y dio un espolonazo, el Canelo cayó ensangrentado; al parecer esto era
todo.
El Colorao se dispuso a rematar,
los ojos casi sin vida del Canelo se encontraron con los de él, pensó con todas
sus fuerzas: por favor, Canelo, mata, mata, no me abandones. El Colorao,
levando su pata donde brillaba una gran espuela, la dirigió al pescuezo de
Canelo. Se hizo un silencio de muerte, en ese momento, desde el suelo, el
Canelo levantó su ala derecha y con el ala izquierda, porque era zurdo, saco
una pistola Col 45 y disparó dos veces sobre el pobre Colorao que cayó
fulminado con dos boquetes en el pecho con un gran aplauso del público.
Contaba mi viejo profesor de Periodismo, Cuqui Pavón, que cuando Guarro
Ochoa fue alcalde de la ciudad de Holguín, un buen tiempo estuvo la Banda de Música Municipal
sin que le pagasen a los músicos. Estos, desesperados, un día fueron a ver al
alcalde, a su oficina del Ayuntamiento. Los hizo pasar y ellos le explicaron su
situación personal. Con la banda había ido un cojo, Jorge, que tocaba los
timbales, les ayudaba a cargar los instrumentos, les hacía los mandados y
siempre le daban algo. Guarro les dijo que el municipio tenía una mala
situación económica, etc. etc., pero que para aliviar un poco la situación de
cada uno, que vendieran los instrumentos, el que tocara cada uno. En el
silencio que siguió... se oyó la voz del cojo que dijo en alta voz: Se jodió
Márquez, se jodió Márquez.
Márquez era el director de la Banda y sólo utilizaba para
dirigir una varita pequeñísima.
La broma
Calabaza de Sagua, lugar pintoresco,
perdido entre el macizo montañoso de la cordillera Sagua-Baracoa,un grupo de
casitas y una tienda en el fondo de un pequeño vallecito atravesado por un río
de corrientes de aguas claras y cristalinas, nuestro campamento en ese entonces
estaba en el alto de los Milianes, resultaba raro ver aquellos tres hombres
jóvenes moverse entre las casas, blanco de las miradas y sonrisas silenciosas y
maliciosas de los habitantes del lugar, vistiendo el odiado uniforme de la
guardia rural.
Corría un junio caluroso del año 1958,la lucha contra el tirano Batista era
a muerte. Una tarde, el ruido característico de un vehículo subiendo la alta
loma donde se encontraba el recién Departamento de Propaganda del II Frente
Oriental, avisaba que llegaba alguien,esto no era usual por el día, el lugar
casi no tenía vegetación, y no existía formas para ocultarse de los ojos
inquisidores de los tripulantes de las odiadas chismosas, avionetas color olivo
del ejército de la dictadura que realizaban labores de exploración y les
indicaban los blancos a la aviación de bombardeo, basificada en Santiago de
Cuba, que a diario realizaban raid
aéreos contra la población del frente.
Al llegar el vehículo y detenerse se bajó un viejo rebelde de larga melena,
armado con un viejo fusil, ordenó a los demás ocupantes del verdecito jeep
requisado a la MoaBayMining
que bajaran, lo hicieron con prontitud tres hombres vestidos con el uniforme
del ejército enemigo, uno de ellos, el
más viejo como de unos 30 años con los grados de sargento, trigueño, casi calvo, que resultó ser el telegrafista
del puesto de la guardia rural del central Baltoniy el oficinista además de un número o sea un
soldado.
El chofer rebelde le entregó a Papito que había salido a recibirlos una
nota. El Capitán Serguera o Papito, como le llamábamos, les indicó a los rebeldes que pasaran a la
cocina a tomar café. Mientras leía el papel, me llamó y me dijo: vigílalos, son
prisioneros, dale trabajo, estarán aquí hasta ver que no están complicado en
ningún crimen, (después permaneció solo el sargento,los otros dos fueron
mandados para las Cuevas de Verdejo,
cárcel del II Frente).
Los tres hombres habían
permanecido parados cerca del vehículo, casi en atención con mirada resignada,
les indiqué con un gesto que me siguieran y les señalé un lugar en el viejo
almacén de café donde nos alojábamos provisionalmente. Peligro que escapasen no existía,
prácticamente estábamos en el corazón del Frente, aquí no había a donde ir, además ningún campesino los
ayudaría.
Cuando pasaron varios días supe la
historia por boca del sargento, cuenta que fueron invitados por una joven a comerse
un cerdo en el lugar donde ella vivía, un poco apartado del batey del central,
en pleno monte. Después de degustar el pobre animalito y varias botellas de
aguardiente de caña, salieron en un jeep del ejército apresuradamente por el
camino de la Ayua,
antes que anocheciera, al poco rato de marcha se desorientaron un poco; al
llegar a una encrucijada de caminos, se encontraba un viejo campesino con una
carga de yuca en el hombro, le preguntaron que hacia dónde tenían que coger
para el central, el viejo, presto, les
dijo,cojan este camino de la izquierdea que al subir la lomita verán el central.
Así lo hicieron los tres militares, iban cantando un bolero mejicano, el ruido
del motor ocultó la gran carcajada del viejo que se quedó parado en el centro
del camino viendo desaparecer en una curva el polvo que levantaba el vehículo.
Iban subiendo la lomita indicada por el campesino, cuando una voz potente
les dio el alto, y el vehículo chocó con unos troncos que cerraban el paso, los
militares también le dieron el alto a nuestra posta, todos estaban aturdidos, no supieron qué pasaba, de pronto de dentro del monte salió un hombre
barbudo con olor a manigua, encañonándolos con su escopeta y un joven campesino
con una muleta. Los guardias comenzaron a disparar, el rebelde no tenía cartuchos en la escopeta,
cumplía una orden para evitar accidentes. Atraído por los disparos llegaron
algunos rebeldes que abrieron fuego sobre el jeep al que le reventaron una goma pensando que
era una avanzada, fueron rodeados en un montecito, se le hicieron algunos dispararos y se les
encomió les a rendirse.
Paralizados por el miedo solo acertaron a levantar las manos, no recordaron las armas
cortas que llevaban en el cinturas, los rebeldes, rápidos y diestros, los desarmaron, luego, uno de ellos, los condujo a su campamento con las manos en
alto, y esto fue todo.
Se le ocupó un Springfield y dos
pistolas, estuvieron presos hasta el
final de la guerra. Al pasar de los años
cuando le llegó el turno de morir al viejo de la broma dicen que lo hizo con
una sonrisa maliciosa y socarrona.
Belinita
Menuda y frágil, una mata de pelo largo en bucles
del color del heno viejo,de facciones delicadas, nariz perfilada ojos grande como de venadito asustado,demasiados abierto de mirada de asombro y curiosa. Tendría unos 6-7 años
cuando entró en nuestras vidas, nunca estuve del todo claro cómo vino a vivir
con la abuela Senda, hija de un gallego carbonero que de vez en vezvenía a
verla, todo negro de carbón, con un
sombrero de yarey, que interrumpía bruscamente nuestros juegos, oímos que había perdido a su madre, conversaba brevemente con la niña y se marchaba
en la misma forma en que vino. Ella volvía al juego con sus batas largas que no
ensuciaba, su gran lazo en la cabeza y sus gestos suaves. Cuando ya nos
habíamos acostumbrada a ella se la llevaron,creo a otra familia, la veíamos y
pasábamos por su nuevo hogar una casa de madera en el cruce de línea del
aserrío de Pintado del camino a los Caños, ella nos miraba con aquellos grandes y tristes ojo que
miraban sin vernos mi familia no volvió a mencionar el asunto
La cerca
Noche oscura, como decimos en buen
cubano, de boca de lobo. Nada se veía más allá de las narices. Éramos 12
hombres. Partimos cuando las gallinas comenzaban a encaramarse en los árboles,
tras juntarnos tres avanzadas de escopeteros. .
Marchamos en fila india, uno detrás
del otro, en silencio. Las reglas de las guerrillas son rigurosas, cada uno se
acompaña con sus pensamientos. Penetrando aquella masa gelatinosa negra que nos
envolvía tratando de descubrir los objetos a nuestro paso.
Yo tatareaba mentalmente una canción
de moda de aquellos tiempos para mantenerme ocupado, en tanto trataba de imitar el paso de los indios
Sioux, que había visto en las películas norteamericanas.
El avance solo lo delataba el
incesante ladrido de los perros desde la distancia, mientras el temor, se
adueñaba de los moradores, al ignorar quien pasaba cerca de sus bohíos,
casi ni respiraban solo el llanto de un niño pequeño.
El aire tibio, preñado de
incógnitas, nos acompañaba mientras atravesábamos cafetales, llenos del olor de
miríadas de Jazmines de Noche, y cafetos en floración, caminábamos por senderos
trazados por arrias de mulos pisando
viejas huellas en el fango duro.
Perdidos arroyos delatados solo por
el tenue ruido de sus aguas, pendientes pronunciadas atravesadas en el camino
hacia Cupeyal, completaban la jornada. Nuestra misión era hostigar al ejército.
Los guardias de la tiranía
provenientes de Guantánamo, con movimiento envolvente, a través de un trillo en
la serranía, guiados por un chivato desalojaron las avanzadas rebeldes. En ese
lugar Lograron llegar hasta La Colonia.
En la zona de Monterruz en Yateras
Confiábamos en el campesino que abría la marcha, montañés y conocedor de
la región presiento que el hombre que me
precede, se ha detenido bruscamente, le toco el hombro, creo que vuelve su
rostro hacia mí y murmura—una cerca, nos juntamos frente al obstáculo, el guía
se inclina, cogió en sus manos el pelo de alambre, este le llegaba solo a la
cintura, lo baja con ambas manos cuidadosamente, pues llevaba la escopeta en
bandolera, o sea a la espalda, lo empujó hacia abajo, cruzo una pierna, y luego
con cuidado la otra, lo hizo ampliamente en cámara lenta, cuidando de no
engancharse en las púas, al menos eso fue lo que vimos o creímos ver, ya sin
ningún obstáculo el guía continuo caminando, se dio la orden en susurro de
continuar, empezamos con las manos a tantear dónde se encontraba el alambre, se
había agrupado todo el personal y comenzamos a explorar la oscuridad con las
manos en la negra noche, unos se tiraban
al suelo, era un concierto directores de orquesta sin música, de manos
removiendo la negrura, hasta que sentimos la risotada del guía, cuando dijo:--levántense
partía de pendejos, que no hay ninguna cerca, como por arte de magia la luna
salió y alumbro el escenario y solo existían 2-3 palos de cercas antiguos sin
pelos de alambres que evidentemente el guía conocía, la tensión aflojo, todos
nos echamos a reír, luego la venganza fue fulminante, el hombre perdió nombre y
apellidos, en lo adelante se le llamó por los siglos de los siglos sin otros
adjetivos; solo el Jodedor .
La pineita blanca
Recién
comenzaba eso que le llamamos Periodo Especial, en lo de necesidades o pasar
trabajo me recordaba narraciones de la época del Machadato que mi padre
contaba, en realidad,nos sorprendió, a mí y a otros pues no esperaba que la
cosa apretara tanto,a pesar que disponía de información de lo que se nos
avecinaba, en el seno de mi familia fue duro,pues había pasado al retiro en
esos días y pasaba por un momento difícil sicológicamente, con algo parecido a
eso que llaman el síndrome del retiro y no sabía qué espacio ocupar en lo
adelante. Los vientos que soplaban habían traído el mercado de la CANDONGA,nombre exportado
por los cubanos que vinieron de Angola. Allí a la Candonga fuimos un 23 de
abril en que Ana se empeñó en celebrar de cualquier forma mi cumpleaños a pesar
de mi criterio de pasarlo por alto, compramos 10 emparedados de puerco asado a 10
pesos cubanos cada uno, eran un pedacito de un cazabe flaco que los indios
originarios de la isla los más pobres se hubiesen horrorizados con aquello de
una untada que solo olía a puerco de un sabor indefinido.
La escasez
de grasa para cocinar era tremenda, sustraían del combinado lácteo una cosa que le decían Buterol, de un color amarillo oscuro con un sabor a
rancio lo que se utilizaba
industrialmente para agregar grasa a la leche en polvo .El cambio del dólar llegó
hasta 150 pesos cubanos por 1 dólar, el panorama diario en la calle era duro,
la gente salía para los campos con ropa para cambiarla por plátano u otras
cosa,me recordaba viejas lectura del pueblo ruso durante la II Guerra Mundial, se
escuchaban pregones en la calle de
ventas de dulces, el tránsito se llenaba de bicicletas con n´pveles
conductoras, entre ellos Ana, mi esposa,
que aprendía en la pista del Feliú acompañadas de congéneres que nunca
sospecharon que después de adultas les tocaría montar en estos vehículos. Mi
previsión de cocos secos, que por años había dejado en el patio para los
puercos asado en púa aromatizados con las hojas de guayaba,sirvió antes la
escasez de leñas para cocinar. Ana y Ani mi hija menor de profesión oftalmóloga,
abrieran una lata de gas, esas cuadradas
de 5 galones y con una vieja
hornilla improvisaran un anafrehornilla o cocina; ellas empezaron en este
invento a utilizar como combustible los cocos
secos de los que hablé, el humo les causó a ambas una conjuntivitis tremenda.
Salíamos temprano al campo en la carretera de San Germán a tratar
de comprar carbón, el que trasportábamos en la parrilla del abnegado y siempre
querido Polki, en el trayecto se veían bicicletas con descomunales cargas de
leñas, que traían a mi mente paisajes vividos en la guerra en Etiopía.
En lo diario domestico las cosas que las
hijas traían de la calle eran fabulosas, Isora,
la hija mayor se apareció un día diciendo que traía la última, los huevos
fritos con solo agua,manos a la obra, claro el resultado un desastre,tal era el
panorama que se vivía.
Un día tocan a la puerta, era un individuo
grandote con un pollito blanco en la mano, que le dijo a Ana que se trataba de
una gallina y la cambiaba por un candado, estas cosas ocurrían a menudo, en casa
teníamos un candado mediano y se realizó el trueque, al pasar el tiempo nos
dimos cuenta que no era tal gallina pues no crecía, era patatica ,de patass cortitas y se trataba
de una pineita, para quien no lo sepa se
trataba de una raza de ave de corral
enana; para nuestro gallo resultó una novedad, pues enseguida la distinguió
sobre las otras esposas, y al parecer ella se deslumbró con la postura gallarda
y el plumaje rojo de su estirpe montañés. Apolonio que así se llamaba el dueño de nuestro
patio, la montaba cada mañana con delicadeza y caballerosidad ,ella dócil y
recatada,cuando él se acercaba le lanzaba mirada llenas que a mí me parecían de
amor, mientras asumía una postura, sumisa y humilde observada por la envidiosa
Claudiosa, la del pescuezo pelado y que la mirada de
Apolonio paralizaba.
Así las cosas
la pineita empezó a poner un huevito todos los días, y casi a la misma
hora que consumía nuestro nietecito
Alejandro también a diario, fue una bendición, esto lo hizo por un tiempo
largo, nunca fue después de rendir postura al caldero, por tácito acuerdo
familiar murió de vieja en el patio, nunca fue atacada por las demás aves, todas
alborotadoras y chismosas, siempre la vimos gentil y tímida, Apolonio la distinguió, un día al salir al patio vi un
matoncito blanco donde ella siempre estaba en los últimos tiempos, falleció a
una edad avanzada para las aves, fue enterrada en el patio y hasta una pequeña
y rustica cruz Alejandro le puso.
MELBA
Melba supongo que era muy joven, mirándola desde la
altura de mis 7 años era una mujer vieja ,pero en realidad era muy joven,la
recuerdo con sus barrigas, ya había parido tres negritos de su flaco marido, este con su eterno cabo de tabaco en la boca
y un viejo sombrero de jipijapa encasquetado
hasta los ojos aunque estuviera acostado en su cama.
Melba era
dentro de su pobreza muy limpia, ocupaban un cuartucho pequeño y sin
ninguna ventilación en un solar que había sido un cuartelillo de tropas
españolas, frente al parque 24 de Febrero en Guantánamo, siempre andaba con las
greñas paradas, haciéndose moñitos que se cogía con papel de cartuchos de las
tiendas trajinando dentro de la habitación con uno de sus hijos pegado de una
teta.
Me recuerdo de ella desde cuando mi madre me
mandaba a verla para asunto del planchado o lavado de la ropa era nuestra
vecina de pared de un inmenso y grueso muro que era el patio del garaje del
viejo, para llegar a su casa yo atravesaba por la casa de al lado de la mía, la
casa de Ñica la mujer de Domingo el billetero, un canario altísimo que era un fanático de la
pelota.
Mi
barrio era un mosaico de gentes interesantes,al lado de Ñica vivían dos mujeres
altas y muy flacas con el pelo blanco,ambas tenían una despigmentación en la
piel que era un horror verlas además de feas, la procedía una fama de
chismosas, les decían las pintas,nunca salían de su casa, se pasaban todo el
tiempo mirando por las hendijas de su puertas y chismorreando entre ellas. Al
lado vivía Lucia le decían la
Mora era en realidad una pareja de polacos ya maduro con una
hija muy bonita, pero desgraciadamente muy vieja para mí ,después una negra
gorda muy buena persona mujer de un gallego dueño de un pequeño café en la
esquina del parque, mas delante de la
casa de Mirta un café el de Nieto, unos
asturianos, que siempre estaban en quiebra, luego el almacén de azúcar de ChanoBergnes
un catalán que tenían en el almacén para cazar ratones una pareja de majase de
Santa María, frente un café de chinos, al lado de este un relojero húngaro o israelí,ya
viejo, que hiciera frío o calor andaba
con chaleco, saco y paraguas, al lado un
médico casado con una bellísima alemana jovencita, cerca el café de Wilson hijo
de un marinero norteamericano aplatanado en el país, MisterChileto al otro lado
del garaje un jamaicano blanco que tenía negocio de lavandería en la base naval
casado con una inglesa,el resto de la cuadra catalanes y españoles.
En el
solar muchos negros caribeños que sus hijos nacidos aquí hablaban el español
con acento, comentaron que Melba estuvo enferma,pasé por la casa de Ñica, hablé un rato con la viejita Toña, que le decía
a Santiago de Cuba ‘’Cuba’, pase al solar, el marido estaba sentado en un banquito con su
sombrero y el cabo de tabaco, el cuarto estaba vacío, solo muchos papeles en el suelo; me miró y me
dijo, dile a tu mama que Melba no le puede lavar más la ropa, se murió esta
madrugada y se la llevaron.
Parrita
Parrita era gordito, colorao, de
ojos claros, socarrón y era Policía
Nacional. Tenía tipo de baracoense(de Baracoa). Hombre rutinario, tenía sus
caminos. Uno de ellos lo llevaba cerca de por donde vivía mi novia. Y cada vez
por azar coincidíamos o me veía saliendo de casa de Mirta, me miraba
inquisitoriamente, con brillo siniestro y cínico en la mirada y una sonrisa a
flor de labios.
Sabía que el tipo me acosaba por
sospechas, por el placer de burlarse. Me
cazaba como gato a ratón, un juego mortal. Yo lo desafiaba al sostenerle la
mirada. Por entonces las cosas no
andaban bien en Guantánamo. Casi noche a noches se oían explosiones de bombas, ocurrían apagones por
el corte de la corriente, se escuchaban disparos, y al amanecer se sabía de
asesinatos y torturas, de vidas de gente del pueblo.
Cuando Parrita iba montado en el
jeep del cuartel ,Thompson en mano, rodeado de guardias rurales, la gente
intuía que el peligro andaba suelto. En tal pose, acariciando el arma, solía mirarme
intensamente, vacilarme diría hoy. Sentía que hasta se saboreaba, se relamía la
boca. Miradas intensas y lánguidas
preñadas de malos presagios y yo comprendía que no era asunto de mariconería,
sino otra cosa. Sus ojillos fieros decían: ¡Aprepárate cabrón, lo que te
espera, sé en lo que tú estás, lo sé,
pero no tengo pruebas. Tú sabes que
lo sé, que lo huelo y tú serás el
próximo muertito del pueblo. Ya tendré la oportunidad, sin apuro!
Pasó el tiempo. Logré dejarlo atrás. En los
primeros días de enero, después de la entrada a Santiago de Cuba, fui a Guantánamo para ver a la familia.
Alguien dijo que fuera a la cárcel.Allí, detrás de la reja, como merecían,
estaban todos. Naón, el asesino de CalínBergnes y los demás de la misma especie
criminales. Estaba también Parrita. Pero ya no tenía el brillo malvado en la
mirada, ni se reía. Miró desde detrás de los gruesos barrotes nada más un
instante. Desde mi uniforme verde olivo y mis grados de capitán del Ejército
Rebelde, le sostuve la mirada con asco. Él entendió perfectamente: te jodiste cabrón.
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