viernes, 12 de septiembre de 2014

El Canelo y otros cuentos



Por Alfredo Ballester
    Su pasión por los gallos era más fuerte de eso que llaman sentido común. El colorido del espectáculo y los gritos de la gente lo hechizaban y lo enardecían tanto o más que con una buena hembra. Cuando jugaba lo veía todo en colores, no había en el mundo nada más emocionante que una buena pelea de gallos, era algo mágico, se sentía como dentro de un gran baile, mientras unos comían, tomaban o gritaban, y otros solo reían. Cuando cogía un ave en sus manos sentía el calor del pequeño cuerpo que se traspasaba al suyo, el familiar olor de acetona y el limón para limpiarlo y endurecer los músculos del animal; la suavidad del plumaje era algo voluptuoso, era un jugador empedernido y sin freno, sentir el placer del juego, ganar o perder no era lo importante, el secreto era la emoción, la incertidumbre del final, de los conocimientos y la experiencia acumulada; saber chupar un pico cuando el gallo tenía una vena, puntearle la cabeza con sus propias espuelas para ver si estas están untadas, si le han puesto una espina del pez rascacio para provocar el calambre, en fin, conocer las triquiñuelas y secretos del oficio; también de un golpe de suerte pues a veces esto ocurría. Había gallos guapos, fuertes, también los había astutos, menos inteligentes o cobardes, pero este que preparaba para la gran pelea era especial.
    No había logrado todavía penetrar a qué grupo pertenecía, a veces lo desconcertaba la mirada fija de Canelo, de aquel gallo dependía su vida. Meses atrás, en una partida de dominó y con un litro dentro de tres marino paticruzados había hecho un alarde estúpido, no era primera vez que regresaba a su casa sin zapatos y sin la camisa por las apuestas, esta de ahora fue descabellada, había jugado el caballo, la joven yunta de bueyes, las cuatros rosas de tierra heredadas del padre, todo esto venía a su mente.
    Oyó lejano, como en la bruma de un sueño, al juez que anunciaba su pelea, salió al ruedo como quien va al pelotón de fusilamiento, sus amigos chiflaban, pensó que esta vez se le había ido la mano, se vio en la pista, el juez dio las instrucciones, topó el Canelo contra el Colorao en la mano del retador y soltó el gallo, los animales caracolearon, alargaron sus pescuezos y erizaron el plumaje. El Colorao fue el primero en atacar, revoleteando en el aire, el Canelo dio unos pasos atrás, el público enardecido, unos gritaban --llevo veinte a diez--, uno más alto vociferaba --pago mil a cien--, el Canelo daba pasos de baile alrededor del contrincante, a la izquierda, luego a la derecha, como si se estuvieran estudiando, se arremetieron.
    El olor a fritura de bacalao que hacía la negra María Ramona llenó el aire, él no se percataba de nada, su mirada era solo para el gallo, le gritaba --pica abajo, pica abajo--como si el gallo pudiera entenderlo. El oía a Clavelito, creía en la fuerza del pensamiento; lanzó su onda cerebral al gallo, como orientaba el cantante campesino devenido en adivinador en los micrófono de la CMQ, casi estaba rezando --por tu madre Canelito, gana --. El Colorao, en un descuido del contendiente envistió y dio un espolonazo, el Canelo cayó ensangrentado; al parecer esto era todo.
    El Colorao se dispuso a rematar, los ojos casi sin vida del Canelo se encontraron con los de él, pensó con todas sus fuerzas: por favor, Canelo, mata, mata, no me abandones. El Colorao, levando su pata donde brillaba una gran espuela, la dirigió al pescuezo de Canelo. Se hizo un silencio de muerte, en ese momento, desde el suelo, el Canelo levantó su ala derecha y con el ala izquierda, porque era zurdo, saco una pistola Col 45 y disparó dos veces sobre el pobre Colorao que cayó fulminado con dos boquetes en el pecho con un gran aplauso del público.

Contaba mi viejo profesor de Periodismo, Cuqui Pavón, que cuando Guarro Ochoa fue alcalde de la ciudad de Holguín, un buen tiempo estuvo la Banda de Música Municipal sin que le pagasen a los músicos. Estos, desesperados, un día fueron a ver al alcalde, a su oficina del Ayuntamiento. Los hizo pasar y ellos le explicaron su situación personal. Con la banda había ido un cojo, Jorge, que tocaba los timbales, les ayudaba a cargar los instrumentos, les hacía los mandados y siempre le daban algo. Guarro les dijo que el municipio tenía una mala situación económica, etc. etc., pero que para aliviar un poco la situación de cada uno, que vendieran los instrumentos, el que tocara cada uno. En el silencio que siguió... se oyó la voz del cojo que dijo en alta voz: Se jodió Márquez, se jodió Márquez.
    Márquez era el director de la Banda y sólo utilizaba para dirigir una varita pequeñísima.

La broma
Calabaza de Sagua,  lugar pintoresco, perdido entre el macizo montañoso de la cordillera Sagua-Baracoa,un grupo de casitas y una tienda en el fondo de un pequeño vallecito atravesado por un río de corrientes de aguas claras y cristalinas, nuestro campamento en ese entonces estaba en el alto de los Milianes, resultaba raro ver aquellos tres hombres jóvenes moverse entre las casas, blanco de las miradas y sonrisas silenciosas y maliciosas de los habitantes del lugar, vistiendo el odiado uniforme de la guardia rural.
Corría un junio caluroso del año 1958,la lucha contra el tirano Batista era a muerte. Una tarde, el ruido característico de un vehículo subiendo la alta loma donde se encontraba el recién Departamento de Propaganda del II Frente Oriental, avisaba que llegaba alguien,esto no era usual por el día, el lugar casi no tenía vegetación, y no existía formas para ocultarse de los ojos inquisidores de los tripulantes de las odiadas chismosas, avionetas color olivo del ejército de la dictadura que realizaban labores de exploración y les indicaban los blancos a la aviación de bombardeo, basificada en Santiago de Cuba,  que a diario realizaban raid aéreos contra la población del frente.
Al llegar el vehículo y detenerse se bajó un viejo rebelde de larga melena, armado con un viejo fusil, ordenó a los demás ocupantes del verdecito jeep requisado a la MoaBayMining que bajaran, lo hicieron con prontitud tres hombres vestidos con el uniforme del ejército enemigo, uno de ellos,  el más viejo como de unos 30 años con los grados de sargento, trigueño,  casi calvo, que resultó ser el telegrafista del puesto de la guardia rural del central Baltoniy  el oficinista además de un número o sea un soldado.
    El chofer rebelde le entregó  a Papito que había salido a recibirlos una nota. El  Capitán Serguera o  Papito, como le llamábamos,  les indicó a los rebeldes que pasaran a la cocina a tomar café. Mientras leía el papel, me llamó y me dijo: vigílalos, son prisioneros, dale trabajo, estarán aquí hasta ver que no están complicado en ningún crimen, (después permaneció solo el sargento,los otros dos fueron mandados para las  Cuevas de Verdejo, cárcel del II Frente).
    Los tres hombres habían permanecido parados cerca del vehículo, casi en atención con mirada resignada, les indiqué con un gesto que me siguieran y les señalé un lugar en el viejo almacén de café donde nos alojábamos provisionalmente.  Peligro que escapasen no existía, prácticamente estábamos en el corazón del Frente, aquí no había  a donde ir, además ningún campesino los ayudaría.
 Cuando pasaron varios días supe la historia por boca del sargento, cuenta que fueron invitados por una joven a comerse un cerdo en el lugar donde ella vivía, un poco apartado del batey del central, en pleno monte. Después de degustar el pobre animalito y varias botellas de aguardiente de caña, salieron en un jeep del ejército apresuradamente por el camino de la Ayua, antes que anocheciera, al poco rato de marcha se desorientaron un poco; al llegar a una encrucijada de caminos, se encontraba un viejo campesino con una carga de yuca en el hombro, le preguntaron que hacia dónde tenían que coger para el central, el viejo,  presto, les dijo,cojan este camino de la izquierdea que al subir la lomita verán el central. Así lo hicieron los tres militares, iban cantando un bolero mejicano, el ruido del motor ocultó la gran carcajada del viejo que se quedó parado en el centro del camino viendo desaparecer en una curva el polvo que levantaba el vehículo.
Iban subiendo la lomita indicada por el campesino, cuando una voz potente les dio el alto, y el vehículo chocó con unos troncos que cerraban el paso, los militares también le dieron el alto a nuestra posta,  todos estaban aturdidos,  no supieron qué pasaba,  de pronto de dentro del monte salió un hombre barbudo con olor a manigua, encañonándolos con su escopeta y un joven campesino con una muleta. Los guardias comenzaron a disparar,  el rebelde no tenía cartuchos en la escopeta, cumplía una orden para evitar accidentes. Atraído por los disparos llegaron algunos rebeldes que abrieron fuego sobre el jeep  al que le reventaron una goma pensando que era una avanzada, fueron rodeados en un montecito,  se le hicieron algunos dispararos y se les encomió les  a rendirse.
Paralizados por el miedo solo acertaron a  levantar las manos, no recordaron las armas cortas que llevaban en el cinturas, los rebeldes,  rápidos y diestros,  los desarmaron,  luego,  uno de ellos,  los condujo a su campamento con las manos en alto, y esto fue todo.
    Se le ocupó un Springfield y dos pistolas,  estuvieron presos hasta el final de la guerra.  Al pasar de los años cuando le llegó el turno de morir al viejo de la broma dicen que lo hizo con una sonrisa maliciosa y socarrona.

Belinita
    Menuda y frágil, una mata de pelo largo en bucles del color del heno viejo,de facciones delicadas, nariz perfilada  ojos grande como de venadito  asustado,demasiados abierto de mirada  de asombro y curiosa. Tendría unos 6-7 años cuando entró en nuestras vidas, nunca estuve del todo claro cómo vino a vivir con la abuela Senda, hija de un gallego carbonero que de vez en vezvenía a verla, todo negro de carbón,  con un sombrero de yarey, que interrumpía bruscamente nuestros juegos, oímos que  había perdido a su madre,  conversaba brevemente con la niña y se marchaba en la misma forma en que vino. Ella volvía al juego con sus batas largas que no ensuciaba, su gran lazo en la cabeza y sus gestos suaves. Cuando ya nos habíamos acostumbrada a ella se la llevaron,creo a otra familia, la veíamos y pasábamos por su nuevo hogar una casa de madera en el cruce de línea del aserrío de Pintado del camino a los Caños, ella nos  miraba con aquellos grandes y tristes ojo que miraban  sin vernos mi  familia no volvió a mencionar el asunto

La cerca
Noche oscura, como decimos en buen cubano, de boca de lobo. Nada se veía más allá de las narices. Éramos 12 hombres. Partimos cuando las gallinas comenzaban a encaramarse en los árboles, tras juntarnos tres avanzadas de escopeteros. .
Marchamos en fila india, uno detrás del otro, en silencio. Las reglas de las guerrillas son rigurosas, cada uno se acompaña con sus pensamientos. Penetrando aquella masa gelatinosa negra que nos envolvía tratando de descubrir los objetos a nuestro paso.
Yo tatareaba mentalmente una canción de moda de aquellos tiempos para mantenerme ocupado, en tanto  trataba de imitar el paso de los indios Sioux, que había visto en las películas norteamericanas.
El avance solo lo delataba el incesante ladrido de los perros desde la distancia, mientras el temor, se adueñaba de los moradores, al ignorar quien pasaba cerca de sus  bohíos,  casi  ni  respiraban solo el llanto de un niño pequeño.
El aire tibio, preñado de incógnitas, nos acompañaba mientras atravesábamos cafetales, llenos del olor de miríadas de Jazmines de Noche, y cafetos en floración, caminábamos por senderos trazados por  arrias de mulos pisando viejas huellas en el fango duro.
Perdidos arroyos delatados solo por el tenue ruido de sus aguas, pendientes pronunciadas atravesadas en el camino hacia Cupeyal, completaban la jornada. Nuestra misión era hostigar al ejército.
Los guardias de la tiranía provenientes de Guantánamo, con movimiento envolvente, a través de un trillo en la serranía, guiados por un chivato desalojaron las avanzadas rebeldes. En ese lugar Lograron llegar hasta  La  Colonia. En la zona de Monterruz en Yateras
    Confiábamos en el campesino que abría la marcha, montañés y conocedor de la región presiento que el hombre que  me precede, se ha detenido bruscamente, le toco el hombro, creo que vuelve su rostro hacia mí y murmura—una cerca, nos juntamos frente al obstáculo, el guía se inclina, cogió en sus manos el pelo de alambre, este le llegaba solo a la cintura, lo baja con ambas manos cuidadosamente, pues llevaba la escopeta en bandolera, o sea a la espalda, lo empujó hacia abajo, cruzo una pierna, y luego con cuidado la otra, lo hizo ampliamente en cámara lenta, cuidando de no engancharse en las púas, al menos eso fue lo que vimos o creímos ver, ya sin ningún obstáculo el guía continuo caminando, se dio la orden en susurro de continuar, empezamos con las manos a tantear dónde se encontraba el alambre, se había agrupado todo el personal y comenzamos a explorar la oscuridad con las manos en la negra  noche, unos se tiraban al suelo, era un concierto directores de orquesta sin música, de manos removiendo la negrura, hasta que sentimos la risotada del guía, cuando dijo:--levántense partía de pendejos, que no hay ninguna cerca, como por arte de magia la luna salió y alumbro el escenario y solo existían 2-3 palos de cercas antiguos sin pelos de alambres que evidentemente el guía conocía, la tensión aflojo, todos nos echamos a reír, luego la venganza fue fulminante, el hombre perdió nombre y apellidos, en lo adelante se le llamó por los siglos de los siglos sin otros adjetivos; solo el Jodedor .

La pineita blanca
Recién comenzaba eso que le llamamos Periodo Especial, en lo de necesidades  o pasar  trabajo me recordaba narraciones de la época del Machadato que mi padre contaba, en realidad,nos sorprendió, a mí y a otros pues no esperaba que la cosa apretara tanto,a pesar que disponía de información de lo que se nos avecinaba, en el seno de mi familia fue duro,pues había pasado al retiro en esos días y pasaba por un momento difícil sicológicamente, con algo parecido a eso que llaman el síndrome del retiro y no sabía qué espacio ocupar en lo adelante. Los vientos que soplaban habían traído el mercado de la CANDONGA,nombre exportado por los cubanos que vinieron de Angola. Allí a la Candonga fuimos un 23 de abril en que Ana se empeñó en celebrar de cualquier forma mi cumpleaños a pesar de mi criterio de pasarlo por alto,  compramos 10 emparedados de puerco asado a 10 pesos cubanos cada uno, eran un pedacito de un cazabe flaco que los indios originarios de la isla los más pobres se hubiesen horrorizados con aquello de una untada que solo olía a puerco de un sabor indefinido.
La escasez de grasa para cocinar era tremenda, sustraían del combinado lácteo  una cosa que le decían Buterol,  de un color amarillo oscuro con un sabor a rancio lo que se  utilizaba industrialmente para agregar grasa a la leche en polvo .El cambio del dólar llegó hasta 150 pesos cubanos por 1 dólar, el panorama diario en la calle era duro, la gente salía para los campos con ropa para cambiarla por plátano u otras cosa,me recordaba viejas lectura del pueblo ruso durante la II Guerra Mundial, se escuchaban pregones  en la calle de ventas de dulces, el tránsito se llenaba de bicicletas con n´pveles conductoras, entre ellos Ana,  mi esposa, que aprendía en la pista del Feliú acompañadas de congéneres que nunca sospecharon que después de adultas les tocaría montar en estos vehículos. Mi previsión de cocos secos, que por años había dejado en el patio para los puercos asado en púa aromatizados con las hojas de guayaba,sirvió antes la escasez de leñas para cocinar. Ana y Ani mi hija menor de profesión oftalmóloga, abrieran una lata de gas, esas cuadradas  de  5 galones y con una vieja hornilla improvisaran un anafrehornilla o cocina; ellas empezaron en este invento a utilizar como combustible los cocos  secos de los que hablé, el humo les causó a ambas una conjuntivitis tremenda.
 Salíamos temprano al  campo en la carretera de San Germán a tratar de comprar carbón, el que trasportábamos en la parrilla del abnegado y siempre querido Polki, en el trayecto se veían bicicletas con descomunales cargas de leñas, que traían a mi mente paisajes vividos en la guerra en Etiopía.
    En lo diario domestico las cosas que las hijas traían de la calle eran fabulosas, Isora,  la hija mayor se apareció un día diciendo que traía la última, los huevos fritos con solo agua,manos a la obra, claro el resultado un desastre,tal era el panorama que se vivía.
     Un día tocan a la puerta, era un individuo grandote con un pollito blanco en la mano, que le dijo a Ana que se trataba de una gallina y la cambiaba por un candado,  estas cosas ocurrían a menudo, en casa teníamos un candado mediano y se realizó el trueque, al pasar el tiempo nos dimos cuenta que no era tal gallina pues no crecía,  era patatica ,de patass cortitas y se trataba de una pineita, para quien no lo sepa  se trataba de  una raza de ave de corral enana; para nuestro gallo resultó una novedad, pues enseguida la distinguió sobre las otras esposas, y al parecer ella se deslumbró con la postura gallarda y el plumaje rojo de su estirpe montañés.  Apolonio que así se llamaba el dueño de nuestro patio, la montaba cada mañana con delicadeza y caballerosidad ,ella dócil y recatada,cuando él se acercaba le lanzaba mirada llenas que a mí me parecían de amor, mientras asumía una postura, sumisa y humilde observada por la envidiosa Claudiosa,  la  del pescuezo pelado y que la mirada de Apolonio paralizaba.
  Así las cosas  la pineita empezó a poner un huevito todos los días, y casi a la misma hora que consumía nuestro nietecito  Alejandro también a diario, fue una bendición, esto lo hizo por un tiempo largo, nunca fue después de rendir postura al caldero, por tácito acuerdo familiar murió de vieja en el patio, nunca fue atacada por las demás aves, todas alborotadoras y chismosas, siempre la vimos gentil y tímida, Apolonio  la distinguió, un día al salir al patio vi un matoncito blanco donde ella siempre estaba en los últimos tiempos, falleció a una edad avanzada para las aves, fue enterrada en el patio y hasta una pequeña y rustica cruz Alejandro le puso.

MELBA
Melba  supongo que era muy joven, mirándola desde la altura de mis 7 años era una mujer vieja ,pero en realidad era muy joven,la recuerdo con sus barrigas, ya había parido tres negritos de su flaco marido,   este con su eterno cabo de tabaco en la boca y un viejo  sombrero de jipijapa encasquetado hasta los ojos aunque estuviera acostado en su cama.
 Melba era  dentro de su pobreza muy limpia, ocupaban un cuartucho pequeño y sin ninguna ventilación en un solar que había sido un cuartelillo de tropas españolas, frente al parque 24 de Febrero en Guantánamo, siempre andaba con las greñas paradas, haciéndose moñitos que se cogía con papel de cartuchos de las tiendas trajinando dentro de la habitación con uno de sus hijos pegado de una teta.
   Me recuerdo de ella desde cuando mi madre me mandaba a verla para asunto del planchado o lavado de la ropa era nuestra vecina de pared de un inmenso y grueso muro que era el patio del garaje del viejo, para llegar a su casa yo atravesaba por la casa de al lado de la mía, la casa de Ñica la mujer de Domingo el billetero,  un canario altísimo que era un fanático de la pelota.
Mi barrio era un mosaico de gentes interesantes,al lado de Ñica vivían dos mujeres altas y muy flacas con el pelo blanco,ambas tenían una despigmentación en la piel que era un horror verlas además de feas, la procedía una fama de chismosas, les decían las pintas,nunca salían de su casa, se pasaban todo el tiempo mirando por las hendijas de su puertas y chismorreando entre ellas. Al lado vivía Lucia le decían la Mora era en realidad una pareja de polacos ya maduro con una hija muy bonita, pero desgraciadamente muy vieja para mí ,después una negra gorda muy buena persona mujer de un gallego dueño de un pequeño café en la esquina del parque,  mas delante de la casa de Mirta un café el de Nieto,  unos asturianos, que siempre estaban en quiebra, luego el almacén de azúcar de ChanoBergnes un catalán que tenían en el almacén para cazar ratones una pareja de majase de Santa María, frente un café de chinos, al lado de este un relojero húngaro o israelí,ya viejo,  que hiciera frío o calor andaba con chaleco,  saco y paraguas, al lado un médico casado con una bellísima alemana jovencita, cerca el café de Wilson hijo de un marinero norteamericano aplatanado en el país, MisterChileto al otro lado del garaje un jamaicano blanco que tenía negocio de lavandería en la base naval casado con una inglesa,el resto de la cuadra catalanes y españoles.
En el solar muchos negros caribeños que sus hijos nacidos aquí hablaban el español con acento, comentaron que Melba estuvo enferma,pasé por la casa de Ñica,  hablé un rato con la viejita Toña, que le decía a Santiago de Cuba ‘’Cuba’, pase al solar,  el marido estaba sentado en un banquito con su sombrero y el cabo de tabaco, el cuarto estaba vacío,  solo muchos papeles en el suelo; me miró y me dijo, dile a tu mama que Melba no le puede lavar más la ropa, se murió esta madrugada y se la llevaron.

Parrita
Parrita era gordito, colorao, de ojos claros,  socarrón y era Policía Nacional. Tenía tipo de baracoense(de Baracoa). Hombre rutinario, tenía sus caminos. Uno de ellos lo llevaba cerca de por donde vivía mi novia. Y cada vez por azar coincidíamos o me veía saliendo de casa de Mirta, me miraba inquisitoriamente, con brillo siniestro y cínico en la mirada y una sonrisa a flor de labios.
Sabía que el tipo me acosaba por sospechas, por el placer de  burlarse. Me cazaba como gato a ratón, un juego mortal. Yo lo desafiaba al sostenerle la mirada. Por entonces  las cosas no andaban bien en Guantánamo. Casi noche a noches se oían  explosiones de bombas, ocurrían apagones por el corte de la corriente, se escuchaban disparos, y al amanecer se sabía de asesinatos y torturas, de vidas de gente del pueblo.
Cuando Parrita iba montado en el jeep del cuartel ,Thompson en mano, rodeado de guardias rurales, la gente intuía que el peligro andaba suelto. En tal pose,  acariciando el arma, solía mirarme intensamente, vacilarme diría hoy. Sentía que hasta se saboreaba, se relamía la boca.  Miradas intensas y lánguidas preñadas de malos presagios y yo comprendía que no era asunto de mariconería, sino otra cosa. Sus ojillos fieros decían: ¡Aprepárate cabrón, lo que te espera, sé en lo que tú estás, lo sé,  pero no tengo pruebas. Tú sabes que  lo sé, que lo huelo  y tú serás el próximo muertito del pueblo. Ya tendré la oportunidad, sin  apuro!
 Pasó el tiempo. Logré dejarlo atrás. En los primeros días de enero, después de la entrada a Santiago de Cuba,  fui a Guantánamo para ver a la familia. Alguien dijo que fuera a la cárcel.Allí, detrás de la reja, como merecían, estaban todos. Naón, el asesino de CalínBergnes y los demás de la misma especie criminales. Estaba también Parrita. Pero ya no tenía el brillo malvado en la mirada, ni se reía. Miró desde detrás de los gruesos barrotes nada más un instante. Desde mi uniforme verde olivo y mis grados de capitán del Ejército Rebelde, le sostuve la mirada con asco. Él entendió perfectamente: te jodiste cabrón.


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