En apuros
Por Alfredo Ballester
Dicen que el cubano piensa bien,
pero tarde, yo creo que hay momentos en los que no se puede pensar y se deja
para luego. Estos son ejemplos.
Una noche, aburrido en el hotel
Internacional, vieja construcción de la ciudad de Praga, después de comer un
bistec empanizado, obstinado ya de las salchichas que comía afuera, en lugares
populares, pues en el hotel todo era carísimo, me encaminé por la agradable
oscuridad de la noche hacia la Embajada Cubana por una acera llena de árboles. A
mi lado pasaban los praguenses con abrigos. Inexplicablemente yo, animal del
trópico, sentía una temperatura agradable. Al llegar encontré a un viejo español de guardia que ya había visto
en este mismo lugar y que trabajaba en cuestiones de servicios. Tomé asiento y
me propuse sacarle conversación sobre su vida. Él ya sabía que yo era militar.
En esto llegaron dos muchachas cubanas muy jóvenes, después de atenderlas y al
quedarnos nuevamente solos él me dijo que había estado en un campo de
concentración nazi en Polonia y comenzó a narrarme la vida allí, el frío que
hacía y sin tener con qué abrigarse, la comida una vez al día, era un agua
oscura con algún pedazo de nabo, papa o zanahoria podrida. Cuando llegaban
grupos nuevos de prisioneros seleccionaban a las mujeres jóvenes, algunas casi
niñas, y las obligaban a prostituirse en lugares que tenían para la soldadesca;
luego, al cabo del tiempo las enviaban a la cámara de gas. Que por
entretenimiento cogían un tablón grueso, especie de un cepo, con una abertura
sólo para la cabeza a duras penas, y entonces obligaban a las personas a pasar
por allí, y al que no lo hacía, sencillamente lo mataban, que era increíble por
donde aquellas personas lograban pasar su cuerpo. Yo le decía que si, que en un
momento crucial uno hace cosas que luego no se puede explicar, que recordaba
que en el combate de Cupeyal ,en el II Frente Oriental, el ejército de Batista
logró llegar a un alto, guiado por el chivato Chano Silva. Cuando ellos se
retiraron nosotros fuimos a recoger un herido de otro grupo de escopeteros y
resultó que lo conocía, habíamos sido compañeros de trabajo en una mina.
También recordaba que cuando desarmábamos los cazabobos, esto eran trampas
explosivas que dejaba el ejército, llegaron dos B-26 de esos que tiraban
también por detrás y empezaron a tirar con la 50 encima de nosotros. A mí me
picó casi en los pies una ráfaga larga. Sin calentar inicié una carrera sin
soltar mi viejo Craque, que sólo tenía 15 balas y salté un mayal de tres mayas
juntas que hoy todavía no me explico cómo lo logré sin clavarme una espina y
sin un rasguño. Nada cosas del saltador Olímpico que todos tenemos
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