Por Alfredo Ballester Parra
Basado en un una historia real con alguna ficción.
Mister Wollan, tipo arrogante como sus tíos, los
hermanos de su madre. De carácter seco. Se había criado a la sombra de éstos y los había tratado de imitar, el comportamiento secular característico de esta gente en su
trato y relaciones con los demás, a partir de una cultura de
dominación. Detrás de esa fachada existía
más bien una timidez que trataba por todos los medios de ocultar; muchas veces
era indeciso, característica común de una madre dominante, eso dijo un
psicólogo amigo de su época universitaria. Graduado de la Universidad de
California en 1940 y con servicios exteriores en América Latina e Italia. Su padre, pobre viejo, no contaba; había crecido mirando como éste, se sometía a los caprichos de su madre. Por suerte todo esto había quedado atrás. Todavía era
relativamente joven, diplomático y casado con Catherine, una mujer bonita, con
cara de ángel, aunque se gastaba tremendo genio. En sus pocas discusiones su
esposa lo tildaba de torpe, algo que lo lastimaba.
Este puesto que ocupaba en la Isla de Cuba era por
las relaciones de su madre Eleonor con políticos influyentes de su Estado. Ella
era parte de una vieja y conocida familia de Boston, lugar donde nació y se
crío. No hacía mucho que estaba en el país. Creía conocer a los cubanos a
través de los folletos que había leído en su país y que editaba el Departamento
de Estado y de Relaciones Exteriores sobre la isla.
Se orientaba topográficamente con un mapa de la ESSO
y estaba informado a través del
diario The Havana Post. De la historia y la geografía de la isla estaba la peliculita barata de la Warner
‘’Santiago’’, una ignorancia total de nuestra historia, una burla, los mambises vestidos como charros
mejicanos; Martí chiquitico, calvo con una barriga cervecera, el héroe
norteamericano, tipo bien parecido, Alan Ladd galán de moda Hollywoodense del cine negro
bélico y Western, célebre por su
talante poco expresivo en escena (murió a los 50 años de una sobredosis de alcohol
y barbitúricos en 1946 lo consideraron un posible suicidio). La película
situaba al actor en un vapor fluvial como los del río Misisipi subiendo por
todo el río Turquino, ubicado
erróneamente o garrafalmente en la Punta de Maisí; que llevaba armas, no estaba claro si para venderla o para
donarlas.
Había habido muchas protesta por esta película, él
no sabía, no entendía por qué tanto alboroto. Era un país difícil aunque la
gente se mostraba muy alegre. El idioma se le hacía un tanto incomprensible, lo
había estudiado pero sólo hablaba lo necesario. Visitaba el Country Club de la
carretera del Caney algunas tardes en que lucía sus hermosas camisas hawaianas
con grandes palmeras. A veces se daba un salto para saludar algunos conocidos que tenía en la Base Naval
que su país mantenía en la bahía de Guantánamo, en ocasiones se trasladaba por
carretera o aprovechaba cualquier vuelo desde la Base a Santiago y pasaba un fin de semana en la
instalación junto a su familia compartiendo con amigos.
El canto de los gallos al
amanecer lo despertaron. Era un junio caliente ya casi terminaba el mes. Llevaba
rato despierto. Sentía el callado trajinar matinal de Catherine, su esposa, en
la cocina. Casi había amanecido, se sentía calurosa la mañana, como todas las
de Santiago de Cuba, la ciudad comenzaba a despertar.
Su hija Mariene dormía en la
habitación contigua, pronto viajaría a los EEUU a hacer el High School. El
timbre del teléfono lo sacó de su mundo de recuerdos, aún era temprano y no
había desayunado el jamón y huevo con el pan de Toyo que le gustaba tanto.
Catherine, con soñolienta voz y un deje bostoniano, le dijo que era de la
Embajada. Cogió el aparato y al escuchar la conocida voz del embajador Mister
Smith, un poco más alterada que lo habitual, maquinalmente casi se puso en atención.
Sólo acertaba a decir:--- "Yes sir, yes sir, okey”.---- Del otro lado de
la línea le comunicaban que debía partir de inmediato y contactar con los
rebeldes que el día 27 habían asaltado un ómnibus que conducía veintinueve
infantes de marina de la Base Naval y sucesivamente se capturaron otros norteamericanos
en la cercanía de la Base y civiles
en los centrales azucareros Le pidió al cónsul información sobre el paradero y las condiciones de los norteamericanos
que se cree han sido secuestrado por el grupo de Raúl Castro, que se movían por las
montañas entre Guantánamo y Santiago de Cuba.
Le comentó que estos
se habían vuelto locos, habían capturado el día anterior en Moa a varios ciudadanos
norteamericanos, se dice que doce
personas
Debía dirigirse a Moa y aclarara allí la situación, pues se
hablaba de altos empleados de la MOA BAY MINING COMPANY, de Mister Charberlaim
y otros de la Nicaro Nikel, de la United Fruit y hasta de dos canadienses
prisioneros, algo insólito. Debía investigar qué cosa realmente pasaba, qué
pretendían estos barbudos y por qué querían inmiscuir a los EEUU en este asunto
local. Que a la Embajada llegaban noticias muy confusas y solo estaba claro lo
de los infantes de la Marina de la Base. Inmediatamente que aclarara las cosas
debía comunicarse con la Embajada para que el embajador se trasladara de
inmediato a la Base Naval de Guantánamo y estar más cerca de los
acontecimientos.
Al colgar el aparato la cabeza le daba vuelta, llamó a su
amigo el Capitán Águila Gil, ayudante del Coronel Del Río Chaviano, jefe militar
de la plaza. Éste hablaba un inglés perfecto, había cursado varias escuelas en
los Estados Unidos y la última había sido la Escuela de Las Américas, en el
Canal de Panamá. Chaviano no se encontraba, Águila Gil le dijo que ellos
conocían el caso, que en esos momentos lo iba a llamar para comunicárselo y
trató de disuadirlo del viaje, podría resultar peligroso y le aseguró que ellos se ocuparían
del asunto, pues ya los escuadrones de la Guardia Rural estaban tomando medidas.
Wollan le contestó que era
muy amable, pero que él tenía órdenes de su embajador que cumpliría. Colgó y
llamó a la casa de Robert, el vicecónsul, Robert D. Wiecha, agente de
la CIA con fachada diplomática al que le impuso
de la situación y le ordenó que partiera hacía la zona de Guantánamo, que
hiciera contacto con los jefes norteamericanos de la Base y posteriormente con
los rebeldes, siguiendo la misma ruta de la captura de los marines, y exigiera
su liberación a toda costa.
Se despidió de Catherine, el
auto negro lustroso con la banderita americana en un guardafangos enfiló hacia
la carretera central, había salido un inmenso sol. Los guardias del punto de
Quintero lo miraron con aburrimiento, conocían el auto. Él sabía que el territorio
montañoso entre Santiago de Cuba y Guantánamo estaba lleno de rebeldes contra
Batista, que el jefe era hermano de Fidel y que éste se llamaba Raúl, toda esta
información ampliada llegaba a través de la Embajada. También él buscaba
información con sus amistades, miembros de poderosas familias de Santiago y las
trasmitía a sus superiores.
El país estaba en erupción, había censura de prensa y
suspensión de las garantías; por las noches eran frecuentes las explosiones
de bombas, entonces comenzaba una
sinfonía de cristales rotos y disparos aislados que llenaban de terror la
noche. Sabía también de la ayuda en equipamiento militar que enviaba su
gobierno a Batista, gracias a esto se había creado un ejército moderno made in
USA que llegaba hasta el reabastecimiento diario con combustible, bombas y
municiones, en la Base Naval de
Guantánamo, a los aviones B-26 que realizaban raid aéreo contra los rebeldes en
las montañas orientales. Él conocía muy bien esto, pues voló como piloto de cazas al final de la II
Guerra Mundial en Inglaterra, aunque nunca entró en combate, cosa esta última
que él nunca comentaba.
Su gobierno había hecho una jugada maestra cuando el golpe de
Batista. El embajador en aquel entonces, Mister Gardner, fraterno amigo de
Batista, ejemplo de cordialidad y buenas relaciones, torpemente apoyó el golpe
y debido a la repulsa popular hubo que maniobrar, traer a Smith y suspender la
ayuda directa en armas y equipos. Ahora la estaban realizando a través del
dictador Trujillo, de Santo Domingo, quien recibía los fusiles y tanques de
combate del también dictador Somoza, de Nicaragua.
Le había tocado a él esta
difícil misión, ya se veía en los
periódicos-Park: Wollan, Cónsul de los EEUU en Santiago,
en representación del embajador Smith, subió a la Sierra del II Frente a entrevistarse con el mando
rebelde y negociar la liberación de los norteamericanos, más que detenido, dijeron luego los rebeldes los llevamos para que fuesen testigos
internacionales de la ayuda yanqui a Batista, Wollan, negaba las aseveraciones,
los EEUU había declarado públicamente el retiro y suspensión de la ayuda
militar a la isla.
Se disgustó bastante luego más tarde cuando todo
finalizó al leer en un periódico editado en los EEUU por los revolucionaros
cubanos llamado Sierra Maestra y
también uno del mismo nombre pero editado en Santiago de Cuba que traía la detención de sus
compatriotas en el Segundo Frente Oriental Frank País, en
el último aparece una carta firmada por tres ingenieros norteamericanos, explicando a su pueblo
los horrores llevados a efecto con
armas yanquis que ellos habían presenciados durante su permanencia en
territorio libre, y vieron los cascos de las bombas de napalm con los
consabidos letreros ¨´Made in
USA´´
Tenía claro el asunto de los
marines: eran 29, lo que tendría que aclarar era el número de civiles. Estaban
locos, enfrentar a su país. El país más poderoso del mundo, el pueblo escogido
de Dios, los anglosajones descendientes de la tribu perdida de Israel, todas
las demás razas son hijos de Satán, gente despreciables, ¿qué pretendían?, y eso que nos debían
la independencia del yugo español. Todos estos pensamientos venían a su mente
mientras el potente auto devoraba la carretera, un gran Buick negro automático
con la chapa diplomática, no cualquiera, era la de los EEUU.
La carretera central de la
isla no estaba del todo mal, y eso que le habían contado que fue construida ya
hacía muchos años. Esta gente cuando se lo proponía hacía también cosas buenas.
Por acá las cosas no marchaban. Los latinos estaban inventando siempre
revoluciones, nunca estaban tranquilos, gente turbia. Había dejado detrás hacía
un buen rato Palma Soriano y Bayamo, el aire estaba cargado de un olor extraño,
tal vez pólvora; encontró algunos puntos de control, pero la chapa diplomática
y su porte anglosajón le franqueaban la ruta. En ocasiones solo moderaba la
velocidad y le hacían señas de que continuara y cuando lo detenían y el guardia
rural metía su cara fea por la ventanilla -- esto lo decía siempre Catherine --
él se apresuraba a bajar los cristales eléctricamente y decía en un español
chapurreado: norteamericano, palabra mágica.
Aminoró la velocidad en el
pequeño elevado del poblado de Cacocum. Siempre se imaginaba que este lugar era
un central azucarero y volteaba la cabeza buscando la chimenea inexistente. Ya
estaba cerca de la ciudad de Holguín, en su periferia. Pasó frente a la cárcel
despacio, pues había varias perseguidoras estacionadas. Los hombres con
ametralladores Thompson, uniformados de azul lo miraron con atención, sin
detenerse, saludó con la mano y continuó, la soldadesca
estaba nerviosa. Desde que recibió la llamada había actuado con rapidez,
condujo hasta el parque principal, recordaba que tenía el nombre de un oficial, un general mambí que se había dado un tiro en la cara antes de caer prisionero de
los españoles; en verdad gente brava estos cubanos, y detuvo el auto.
Ya era medio día, entró a un
barcito reluciente con aire acondicionado. Sentado en la barra pidió un sándwich y una Coca Cola. Aquí
mandaba un conocido con un apellido no cubano, Cowley, que tenía afición por la
aviación y por matar personas, esto último se lo había dicho en broma el
capitán Águila. Hace poco tiempo con el plan regalo de Navidad, le dio a la jurisdicción
de Holguín un baño de sangre.
En una ocasión en que
asistió en La Habana a una recepción oficial, el señor Cowley, al enterarse que
él había sido piloto en la II Guerra Mundial, había intercambiado algunas
palabras con él sobre aviones y la condecoración otorgada a su amigo el coronel
Tabernilla Palmero, jefe de la Fuerza Aérea, por el mayor general Truman H.
London, jefe del estado mayor del Comando Aéreo del Caribe, por órdenes
expresas del presidente Eisenhower.
No dejo de pensar en los ex combatientes de la II Guerra Mundial cubanos que amenizaban con entregar sus
medallas en protesta de ese acto, él recordaba muy bien la noticia, decía que 11 veteranos de la II GM
nacidos en Cuba que pelearon el en ejército norteamericano devolverán sus condecoraciones al presidente
Eisenhower como una protesta por haberse condecorado al jefe de la fuerzas aéreas cubanas en
una elocuente carta por la participación del mismo en los bombardeos a la ciudad de Cienfuegos, donde causaron un sin números de muertos a la población civil.
Con estos pensamientos terminó,
montó en el auto y enfiló la carretera que conduce al poblado de Mayarí Abajo,
tuvo que aminorar un poco la velocidad, pues el estado de la misma no era tan
bueno y había mucho movimiento militar. Dejó detrás el pueblo de Mayarí. Todas
sus casas eran de madera, muchas al estilo de los poblados del sur de su país,
pero con la diferencia que estas casas estaban construidas unas casi encima de
las otras, tal vez producto del carácter segregativo de esta gente; en su país
era distinto, se construía más separado, debía ser el carácter individual de la
gente.
Pasó a un lado de Nicaro, luego por Sagua de Tánamo y después
de varias horas de una carretera endemoniada apareció, al fin, el caserío de
Moa. Allí la tierra era roja y la vegetación parecía más verde, este lugar le parecía
a un pueblo del antiguo oeste norteamericano. Todo estaba en construcción, pasó
por el frente de un rústico edificio y pudo leer CINE PARRA. Se acercó a las
oficinas de la Moa Bay Mining Company,
detuvo el auto al lado de las oficinas principales; lo esperaba la persona que
se había hecho cargo de la situación. Pasaron a la oficina y pidió un agua
mineral que le fue servida de inmediato. Se le informó que los rebeldes se
habían llevado a: Anthony A Chamberlain, Albert M. Ross, Ramón Cecilia, Edwin
M. Cordes, James D. Best, John M. Schissler, Eugene P. Pfleider, H, G.
Krisjanson, William H. Roster, Howard A. Roach, Edward Cannon Sput, altos
empleados de esta compañía. Conoció también de otros dos de la Nicaro y cuatro
de la United Fruit de Guaro.
Comunicó esto a Santiago para que lo informaran a La Habana,
pues allí las comunicaciones se encontraban en muy malas condiciones. Le
comunicaron que con la cifra que él aportaba eran en total 49, entre los que
había dos canadienses, con dos del central Ermita de Guantánamo. Además le
actualizaron con más datos estos
fueron 49 ciudadanos norteamericanos, entre ellos 29 marinos, más 2 canadienses
De los 49 rehenes capturados 29 eran militares (marinos), los capturaron en la cercanía de la ciudad de Guantánamo y de la Base Naval, también 2 norteamericanos del central Ermita, Albert Edson Wadswort y Daymond Rufos
Emore, y el administrador del central Isabel en Guantánamo Su nombre es Richard Sargent, perteneciente a la
Guantánamo Sugar company. Pidió información sobre los rebeldes y cómo llegar a ellos. Le
explicaron la vía que debía de tomar con la ayuda de un pequeño croquis, de algunos nombres de
personas del lugar y jefes rebeldes.
Pidió un vehículo y le entregaron uno con un chofer conocedor
de la zona y en compañía de este volvió parte de lo andado hasta el pueblo de
Sagua de Tánamo. Se internaron en los caminos montañosos. Después de subir unas
lomas el vehículo fue detenido por una posta rebelde que salieron de la nada,
Dios sabe de dónde, como si hubieran caídos del cielo; en su chapurreado
español explicó quién era y que quería ver a Raúl. Fue conducido hasta Naranjo
Agrio, mientras sucedida lo que relatamos en la cercana
Base Naval yanqui el almirante y jefe de la base R.B. Ellisa en ese momento( de la captura de
los gringos) ordenó a la aviación basificada en la Base que realizara vuelos de
reconocimientos para intimidar a
los rebeldes, mientras el gobierno norteamericano debatía el curso de sus
acciones, qué pasos a seguir.
El embajador Earl T. Smith cuenta en sus memorias que: El Dpto. de Marina y algunos otros funcionarios de Washington y miembros del congreso y yo nos
inclinábamos a obtener
autorización de Batista para desembarcas infantes de marina a fin de librar a
los cautivos, si Raúl no los ponía
de inmediato en libertad.
Los EEUU enviaron al norte de Nicaro, en nuestra costa norte de la provincia
oriental, al buque de guerra KEINSMITH y al porta
aviones Franklin D Roosevelt, supuestamente para garantizar la evacuación del
personal civil.
Mientras, se le
avisaba al jefe del Frente de la presencia del cónsul. Observó que estos
hombres no eran lo que él se había imaginado, muchos eran personas educadas. Es
verdad que algunos por su fisonomía demostraban que eran montañeses, un poco
rústicos, pero gentes civilizadas. Lo trataron con cortesía, sin servilismo.
Portaban solo armas americanas, vio revólveres fabricados por ellos mismos, no
vio ninguna arma rusa, como se decía. Después de una breve espera en el caserío
de Naranjo Agrio, un oficial, de una barba bíblica que a él se le ocurrió se
parecía a Jesucristo, muy cortésmente le dijo que el jefe del Frente lo
recibiría en el poblado cercano de Calabazas y lo invitó a abordar un
vehículo. Este arrancó con el oficial al timón y él ocupó el asiento delantero.
Trató de entablar conversación con las personas que viajaban con él, iban dos
rebeldes más en el asiento de atrás. Les dijo en un tono superior y jactancioso
que él había combatido en la Segunda Guerra Mundial, que había volado un caza
de combate un Mustang P 51. Su propia imaginación lo fue absorbiendo, fue
subiendo de tono rememorando sus días de combate y hablaba y hablaba que él era
un veterano. Los rebeldes lo observaban con curiosidad y en silencio. Sintió un
ruido característico de un motor en el aire, al mirar para el cielo vio cómo una avioneta pintada de verde
los había localizado, hacía un brusco giro y lanzaba una ráfaga de
ametralladora. El veterano se lanzó del vehículo a una velocidad vertiginosa y con
una agilidad tremenda corrió hasta una zanja que había y se lanzó a ella casi
de cabeza, anegado de un pánico mortal sintió cómo agujas candentes se le
clavaban en el rostro y el corazón.
El cónsul norteamericano de
Santiago había probado el sabor de sus propias armas, una porción ínfima de su
propio caldo, de lo que tenían que pasar nuestros niños, mujeres y ancianos día
a día. Esta era la razón de por qué los americanos estaban secuestrados allí,
pero... él no entendió un carajo, Catherine y Mariene estaban a buen resguardo.
Tenía un aspecto lastimoso, las piernas se le habían vuelto de goma, la luz del
sol se reflejaba en su rostro y la hacía lucir aún más verde. En un arroyo
cercano mugía una vaca llena de terror, los rebeldes se miraron e intercambiaron
un guiño picaresco
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