lunes, 13 de abril de 2015

EL VETERANO

Por Alfredo Ballester Parra

Basado en un una historia real con alguna ficción.


Mister Wollan, tipo arrogante como sus tíos, los hermanos de su madre. De carácter seco. Se había criado a la sombra de éstos y  los había tratado de imitar, el  comportamiento secular característico de esta gente en su trato y relaciones con los demás,    a partir de una cultura de dominación. Detrás de esa fachada existía más bien una timidez que trataba por todos los medios de ocultar; muchas veces era indeciso, característica común de una madre dominante, eso dijo un psicólogo amigo de su época universitaria. Graduado de la Universidad de California en 1940 y con servicios exteriores en América Latina e Italia.  Su padre,  pobre viejo, no contaba; había crecido mirando como éste,  se sometía a los caprichos de su madre.  Por suerte todo esto había quedado atrás. Todavía era relativamente joven, diplomático y casado con Catherine, una mujer bonita, con cara de ángel, aunque se gastaba tremendo genio. En sus pocas discusiones su esposa lo tildaba de torpe, algo que lo lastimaba.
Este puesto que ocupaba en la Isla de Cuba era por las relaciones de su madre Eleonor con políticos influyentes de su Estado. Ella era parte de una vieja y conocida familia de Boston, lugar donde nació y se crío. No hacía mucho que estaba en el país. Creía conocer a los cubanos a través de los folletos que había leído en su país y que editaba el Departamento de Estado y de Relaciones Exteriores sobre la isla.
Se orientaba topográficamente con un mapa de la ESSO  y estaba informado a través del diario The Havana Post. De la historia y la geografía de la isla  estaba la peliculita barata de la Warner ‘’Santiago’’, una ignorancia total de nuestra historia, una burla,  los mambises vestidos como charros mejicanos; Martí chiquitico, calvo con una barriga cervecera, el héroe norteamericano, tipo bien parecido,  Alan Ladd galán de moda Hollywoodense del cine negro bélico  y Western, célebre por su talante poco expresivo en escena (murió a los 50 años de una sobredosis de alcohol y barbitúricos en 1946 lo consideraron un posible suicidio). La película situaba al actor en un vapor fluvial como los del río Misisipi subiendo por todo el río Turquino,  ubicado erróneamente o garrafalmente en la Punta de Maisí; que llevaba armas,  no estaba claro si para venderla o para donarlas.
Había habido muchas protesta por esta película, él no sabía, no entendía por qué tanto alboroto. Era un país difícil aunque la gente se mostraba muy alegre. El idioma se le hacía un tanto incomprensible, lo había estudiado pero sólo hablaba lo necesario. Visitaba el Country Club de la carretera del Caney algunas tardes en que lucía sus hermosas camisas hawaianas con grandes palmeras. A veces se daba un salto para saludar algunos conocidos que tenía en la Base Naval que su país mantenía en la bahía de Guantánamo, en ocasiones se trasladaba por carretera o aprovechaba cualquier vuelo desde la Base a Santiago y  pasaba un fin de semana en la instalación junto a su familia compartiendo con amigos.
El canto de los gallos al amanecer lo despertaron. Era un junio caliente ya casi terminaba el mes. Llevaba rato despierto. Sentía el callado trajinar matinal de Catherine, su esposa, en la cocina. Casi había amanecido, se sentía calurosa la mañana, como todas las de Santiago de Cuba, la ciudad comenzaba a despertar.
Su hija Mariene dormía en la habitación contigua, pronto viajaría a los EEUU a hacer el High School. El timbre del teléfono lo sacó de su mundo de recuerdos, aún era temprano y no había desayunado el jamón y huevo con el pan de Toyo que le gustaba tanto. Catherine, con soñolienta voz y un deje bostoniano, le dijo que era de la Embajada. Cogió el aparato y al escuchar la conocida voz del embajador Mister Smith, un poco más alterada que lo habitual, maquinalmente casi se puso en atención. Sólo acertaba a decir:--- "Yes sir, yes sir, okey”.---- Del otro lado de la línea le comunicaban que debía partir de inmediato y contactar con los rebeldes que el día 27 habían asaltado un ómnibus que conducía veintinueve infantes de marina de la Base Naval y sucesivamente se capturaron otros norteamericanos en la cercanía de la Base y civiles  en los centrales azucareros Le pidió al cónsul información  sobre el paradero y las condiciones de los norteamericanos que se cree han sido secuestrado por el grupo de Raúl Castro, que se movían por las montañas entre Guantánamo y Santiago de Cuba.
 Le comentó que  estos se habían vuelto locos, habían capturado el día anterior en Moa a varios ciudadanos norteamericanos,  se dice que doce personas
 Debía dirigirse a Moa y aclarara allí la situación, pues se hablaba de altos empleados de la MOA BAY MINING COMPANY, de Mister Charberlaim y otros de la Nicaro Nikel, de la United Fruit y hasta de dos canadienses prisioneros, algo insólito. Debía investigar qué cosa realmente pasaba, qué pretendían estos barbudos y por qué querían inmiscuir a los EEUU en este asunto local. Que a la Embajada llegaban noticias muy confusas y solo estaba claro lo de los infantes de la Marina de la Base. Inmediatamente que aclarara las cosas debía comunicarse con la Embajada para que el embajador se trasladara de inmediato a la Base Naval de Guantánamo y estar más cerca de los acontecimientos.
 Al colgar el aparato la cabeza le daba vuelta, llamó a su amigo el Capitán Águila Gil, ayudante del Coronel Del Río Chaviano, jefe militar de la plaza. Éste hablaba un inglés perfecto, había cursado varias escuelas en los Estados Unidos y la última había sido la Escuela de Las Américas, en el Canal de Panamá. Chaviano no se encontraba, Águila Gil le dijo que ellos conocían el caso, que en esos momentos lo iba a llamar para comunicárselo y trató de disuadirlo del viaje,  podría resultar peligroso y le aseguró que ellos se ocuparían del asunto, pues ya los escuadrones de la Guardia Rural estaban tomando medidas.
Wollan le contestó que era muy amable, pero que él tenía órdenes de su embajador que cumpliría. Colgó y llamó a la casa de Robert, el vicecónsul, Robert D. Wiecha, agente de la CIA con fachada diplomática al que  le impuso de la situación y le ordenó que partiera hacía la zona de Guantánamo, que hiciera contacto con los jefes norteamericanos de la Base y posteriormente con los rebeldes, siguiendo la misma ruta de la captura de los marines, y exigiera su liberación a toda costa.
Se despidió de Catherine, el auto negro lustroso con la banderita americana en un guardafangos enfiló hacia la carretera central, había salido un inmenso sol. Los guardias del punto de Quintero lo miraron con aburrimiento, conocían el auto. Él sabía que el territorio montañoso entre Santiago de Cuba y Guantánamo estaba lleno de rebeldes contra Batista, que el jefe era hermano de Fidel y que éste se llamaba Raúl, toda esta información ampliada llegaba a través de la Embajada. También él buscaba información con sus amistades, miembros de poderosas familias de Santiago y las trasmitía a sus superiores.
 El país estaba en erupción, había censura de prensa y suspensión de las garantías; por las noches eran frecuentes las explosiones de  bombas, entonces comenzaba una sinfonía de cristales rotos y disparos aislados que llenaban de terror la noche. Sabía también de la ayuda en equipamiento militar que enviaba su gobierno a Batista, gracias a esto se había creado un ejército moderno made in USA que llegaba hasta el reabastecimiento diario con combustible, bombas y municiones,  en la Base Naval de Guantánamo, a los aviones B-26 que realizaban raid aéreo contra los rebeldes en las montañas orientales. Él conocía muy bien esto, pues voló  como piloto de cazas al final de la II Guerra Mundial en Inglaterra, aunque nunca entró en combate, cosa esta última que él nunca comentaba.
 Su gobierno había hecho una jugada maestra cuando el golpe de Batista. El embajador en aquel entonces, Mister Gardner, fraterno amigo de Batista, ejemplo de cordialidad y buenas relaciones, torpemente apoyó el golpe y debido a la repulsa popular hubo que maniobrar, traer a Smith y suspender la ayuda directa en armas y equipos. Ahora la estaban realizando a través del dictador Trujillo, de Santo Domingo, quien recibía los fusiles y tanques de combate del también dictador Somoza, de Nicaragua.
Le había tocado a él esta difícil misión,  ya se veía en los periódicos-Park:  Wollan, Cónsul de los EEUU en Santiago, en representación del embajador Smith, subió a la Sierra del II  Frente a entrevistarse con el mando rebelde y negociar la liberación de los norteamericanos, más que detenido,  dijeron luego los rebeldes  los llevamos para que fuesen testigos internacionales de la ayuda yanqui a Batista, Wollan, negaba las aseveraciones, los EEUU había declarado públicamente el retiro y suspensión de la ayuda militar a la isla.
Se disgustó bastante luego más tarde cuando todo finalizó al leer en un periódico editado en los EEUU por los revolucionaros cubanos llamado  Sierra Maestra y también uno del mismo nombre pero editado en Santiago de Cuba  que traía la detención de sus compatriotas en el Segundo Frente Oriental  Frank País,  en el último aparece una carta firmada por tres ingenieros  norteamericanos, explicando a su pueblo los horrores  llevados a efecto con armas yanquis que ellos habían presenciados durante su permanencia en territorio libre, y vieron los cascos de las bombas de napalm con los consabidos letreros ¨´Made  in USA´´
Tenía claro el asunto de los marines: eran 29, lo que tendría que aclarar era el número de civiles. Estaban locos, enfrentar a su país. El país más poderoso del mundo, el pueblo escogido de Dios, los anglosajones descendientes de la tribu perdida de Israel, todas las demás razas son hijos de Satán,  gente despreciables, ¿qué pretendían?, y eso que nos debían la independencia del yugo español. Todos estos pensamientos venían a su mente mientras el potente auto devoraba la carretera, un gran Buick negro automático con la chapa diplomática, no cualquiera, era la de los EEUU.
La carretera central de la isla no estaba del todo mal, y eso que le habían contado que fue construida ya hacía muchos años. Esta gente cuando se lo proponía hacía también cosas buenas. Por acá las cosas no marchaban. Los latinos estaban inventando siempre revoluciones, nunca estaban tranquilos, gente turbia. Había dejado detrás hacía un buen rato Palma Soriano y Bayamo, el aire estaba cargado de un olor extraño, tal vez pólvora; encontró algunos puntos de control, pero la chapa diplomática y su porte anglosajón le franqueaban la ruta. En ocasiones solo moderaba la velocidad y le hacían señas de que continuara y cuando lo detenían y el guardia rural metía su cara fea por la ventanilla -- esto lo decía siempre Catherine -- él se apresuraba a bajar los cristales eléctricamente y decía en un español chapurreado: norteamericano, palabra mágica.
Aminoró la velocidad en el pequeño elevado del poblado de Cacocum. Siempre se imaginaba que este lugar era un central azucarero y volteaba la cabeza buscando la chimenea inexistente. Ya estaba cerca de la ciudad de Holguín, en su periferia. Pasó frente a la cárcel despacio, pues había varias perseguidoras estacionadas. Los hombres con ametralladores Thompson, uniformados de azul lo miraron con atención, sin detenerse, saludó con la mano y continuó, la  soldadesca  estaba nerviosa. Desde que recibió la llamada había actuado con rapidez, condujo hasta el parque principal,  recordaba que tenía el nombre de un oficial,  un general mambí que  se había dado un tiro  en la cara antes de caer prisionero de los españoles; en verdad gente brava estos cubanos, y detuvo el auto.
Ya era medio día, entró a un barcito reluciente con aire acondicionado. Sentado en la barra pidió un sándwich y una Coca Cola. Aquí mandaba un conocido con un apellido no cubano, Cowley, que tenía afición por la aviación y por matar personas, esto último se lo había dicho en broma el capitán Águila. Hace poco tiempo con el plan regalo de Navidad, le dio a la jurisdicción de Holguín un baño de sangre.
En una ocasión en que asistió en La Habana a una recepción oficial, el señor Cowley, al enterarse que él había sido piloto en la II Guerra Mundial, había intercambiado algunas palabras con él sobre aviones y la condecoración otorgada a su amigo el coronel Tabernilla Palmero, jefe de la Fuerza Aérea, por el mayor general Truman H. London, jefe del estado mayor del Comando Aéreo del Caribe, por órdenes expresas del presidente Eisenhower.
 No dejo de pensar en  los ex combatientes de la II Guerra Mundial  cubanos que amenizaban con entregar sus medallas en protesta de ese acto, él recordaba muy bien la noticia,   decía que 11 veteranos de la II GM nacidos en Cuba que pelearon el en ejército norteamericano devolverán  sus condecoraciones al presidente Eisenhower como una protesta por haberse condecorado al  jefe de la fuerzas aéreas cubanas en una elocuente carta por la participación del mismo en los bombardeos  a la ciudad de Cienfuegos,   donde causaron  un sin números de muertos  a la población civil.
Con estos pensamientos terminó, montó en el auto y enfiló la carretera que conduce al poblado de Mayarí Abajo, tuvo que aminorar un poco la velocidad, pues el estado de la misma no era tan bueno y había mucho movimiento militar. Dejó detrás el pueblo de Mayarí. Todas sus casas eran de madera, muchas al estilo de los poblados del sur de su país, pero con la diferencia que estas casas estaban construidas unas casi encima de las otras, tal vez producto del carácter segregativo de esta gente; en su país era distinto, se construía más separado, debía ser el carácter individual de la gente.
 Pasó a un lado de Nicaro, luego por Sagua de Tánamo y después de varias horas de una carretera endemoniada apareció, al fin, el caserío de Moa. Allí la tierra era roja y la vegetación parecía más verde, este lugar le parecía a un pueblo del antiguo oeste norteamericano. Todo estaba en construcción, pasó por el frente de un rústico edificio y pudo leer CINE PARRA. Se acercó a las oficinas de la Moa Bay  Mining Company, detuvo el auto al lado de las oficinas principales; lo esperaba la persona que se había hecho cargo de la situación. Pasaron a la oficina y pidió un agua mineral que le fue servida de inmediato. Se le informó que los rebeldes se habían llevado a: Anthony A Chamberlain, Albert M. Ross, Ramón Cecilia, Edwin M. Cordes, James D. Best, John M. Schissler, Eugene P. Pfleider, H, G. Krisjanson, William H. Roster, Howard A. Roach, Edward Cannon Sput, altos empleados de esta compañía. Conoció también de otros dos de la Nicaro y cuatro de la United Fruit de Guaro.
 Comunicó esto a Santiago para que lo informaran a La Habana, pues allí las comunicaciones se encontraban en muy malas condiciones. Le comunicaron que con la cifra que él aportaba eran en total 49, entre los que había dos canadienses, con dos del central Ermita de Guantánamo. Además le actualizaron con más datos  estos fueron 49 ciudadanos norteamericanos, entre ellos 29 marinos, más 2 canadienses De los 49 rehenes capturados 29 eran militares (marinos), los capturaron  en la cercanía de la ciudad de Guantánamo  y de la Base Naval,  también 2  norteamericanos del central Ermita,  Albert Edson Wadswort y Daymond Rufos Emore, y el administrador del central Isabel en Guantánamo Su nombre es  Richard Sargent, perteneciente a la Guantánamo Sugar company.  Pidió información sobre los rebeldes y cómo llegar a ellos. Le explicaron la vía que debía de tomar con la ayuda de un pequeño croquis, de algunos nombres de personas del lugar y jefes rebeldes.
 Pidió un vehículo y le entregaron uno con un chofer conocedor de la zona y en compañía de este volvió parte de lo andado hasta el pueblo de Sagua de Tánamo. Se internaron en los caminos montañosos. Después de subir unas lomas el vehículo fue detenido por una posta rebelde que salieron de la nada, Dios sabe de dónde, como si hubieran caídos del cielo; en su chapurreado español explicó quién era y que quería ver a Raúl. Fue conducido hasta Naranjo Agrio,   mientras  sucedida lo que relatamos en la cercana Base Naval yanqui el almirante y jefe de la base R.B. Ellisa en ese momento( de la captura de los gringos) ordenó a la aviación basificada en la Base que realizara vuelos de reconocimientos  para intimidar a los rebeldes, mientras el gobierno norteamericano debatía el curso de sus acciones, qué pasos a seguir.
El embajador Earl T. Smith cuenta en sus memorias  que: El Dpto. de Marina y algunos otros funcionarios de Washington   y miembros del congreso y yo nos inclinábamos a  obtener autorización de Batista para desembarcas infantes de marina a fin de librar a los  cautivos, si Raúl no los ponía de inmediato en libertad.
Los EEUU enviaron al  norte de Nicaro, en nuestra costa norte de la provincia oriental,  al  buque de guerra KEINSMITH y al porta aviones Franklin D Roosevelt, supuestamente para garantizar la evacuación del personal civil.
 Mientras,  se le avisaba al jefe del Frente de la presencia del cónsul. Observó que estos hombres no eran lo que él se había imaginado, muchos eran personas educadas. Es verdad que algunos por su fisonomía demostraban que eran montañeses, un poco rústicos, pero gentes civilizadas. Lo trataron con cortesía, sin servilismo. Portaban solo armas americanas, vio revólveres fabricados por ellos mismos, no vio ninguna arma rusa, como se decía. Después de una breve espera en el caserío de Naranjo Agrio, un oficial, de una barba bíblica que a él se le ocurrió se parecía a Jesucristo, muy cortésmente le dijo que el jefe del Frente lo recibiría en el poblado cercano de Calabazas  y lo invitó a abordar un vehículo. Este arrancó con el oficial al timón y él ocupó el asiento delantero. Trató de entablar conversación con las personas que viajaban con él, iban dos rebeldes más en el asiento de atrás. Les dijo en un tono superior y jactancioso que él había combatido en la Segunda Guerra Mundial, que había volado un caza de combate un Mustang P 51. Su propia imaginación lo fue absorbiendo, fue subiendo de tono rememorando sus días de combate y hablaba y hablaba que él era un veterano. Los rebeldes lo observaban con curiosidad y en silencio. Sintió un ruido característico de un motor en el aire,  al mirar para el cielo vio cómo una avioneta pintada de verde los había localizado, hacía un brusco giro y lanzaba una ráfaga de ametralladora. El veterano se lanzó del vehículo a una velocidad vertiginosa y con una agilidad tremenda corrió hasta una zanja que había y se lanzó a ella casi de cabeza, anegado de un pánico mortal sintió cómo agujas candentes se le clavaban en el rostro y el corazón.
El cónsul norteamericano de Santiago había probado el sabor de sus propias armas, una porción ínfima de su propio caldo, de lo que tenían que pasar nuestros niños, mujeres y ancianos día a día. Esta era la razón de por qué los americanos estaban secuestrados allí, pero... él no entendió un carajo, Catherine y Mariene estaban a buen resguardo. Tenía un aspecto lastimoso, las piernas se le habían vuelto de goma, la luz del sol se reflejaba en su rostro y la hacía lucir aún más verde. En un arroyo cercano mugía una vaca llena de terror, los rebeldes se miraron e intercambiaron un guiño picaresco

Todo sucedió durante los días comprendidos del 26 de junio al 18 de julio de 1958.

(El 30 de junio el cónsul se encontraba en Calabaza de Sagua)



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